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Lionel Messi y por qué muchos fans del futbol odian a Argentina

Por: Luis Alberto Hara - 06/17/2014

Churrascos, vino y alfajores, la antipatía de Messi y el carisma de Maradona, un pasado de dudoso heroísmo y un presente económico incierto, escritores de primer orden y políticos deleznables: los estereotipos argentinos dan razones para amar y odiar a ese país

messi

La visión de los argentinos dentro de la geografía simbólica y social de América Latina está plagada de estereotipos: los argentinos (especialmente los porteños) son arrogantes, difíciles de tratar e incluso racistas, se dice. Pero, como en todo estereotipo, hay algo de verdad y mucho de exageración.

La imagen de los argentinos como potencia futbolística se construyó en las décadas de los '70 y '80 -especialmente con la leyenda de un jugador que se volvió parte de la identidad nacional de la Argentina, Diego Armando Maradona, quien lideró a la selección ganadora de la victoria nacional en la Copa del mundo de México 86-, pero ha sido su gradual declive como potencia económica -a pesar de haber sido históricamente uno de los países más ricos de la región- lo que la vuelve problemática para sus vecinos.

En entrevista con The New York Times, el historiador Leandro Morgenfeld de la Universidad de Buenos Aires afirma que: "durante muchos años, la economía de la Argentina fue la más fuerte de la región, y tenía una fuerte influencia europea; eso construyó una imagen de superioridad. Los sectores de la sociedad con que los vecinos de la región tuvieron contacto fueron aquellos que proyectaban esa arrogancia."

Karma histórico

La historia temprana de Argentina se parece a la de Estados Unidos: colonias de inmigrantes europeos detentando una superioridad racial contra las sociedades locales, seguido ello de un brutal proceso de colonización. El escritor brasileño Lima Barreto cuenta cómo, en los años 20, los jugadores argentinos de fútbol llamaban "macaquitos" a los brasileños, como si fueran simios. Sobre la provincialidad de la literatura argentina, el novelista Rodrigo Fresán afirma que: "no podemos concretarnos a lo argentino para ser argentinos: porque o ser argentino es una fatalidad, y en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación, una máscara."

Una de las máscaras más comercializables de la argentinidad ha sido Maradona. Aquel partido contra Inglaterra en el mundial de México es suficiente para mostrar dos extremos de un talento arrollador: por un lado, la gracia y poder de su correría de un lado a otro de la cancha, despachando uno por uno a la defensa inglesa; por el otro, ese ícono del "todo por ganar", esa trampa sagrada de quien juega a ganar o morir, en fin, ese monumento conocido como "la mano de Dios".

Ídolos de la cancha

Maradona y su famosa Mano de Dios.

Con los años, Maradona sumó escándalos, flirteó con el peligro y se volvió un ícono de la argentinidad. Un antihéroe perfecto. Y, aunque muchos han visto en Lionel Messi un sucesor de Maradona en cuanto a la capacidad para entregar juegos y resultados contundentes, la parte mediática y carismática queda manca. Finalmente, parte de la magia del futbol radica en establecer narrativas sobre lo que ocurre fuera de la cancha. Martín Caparrós ha dicho que entre Maradona y Messi como embajadores extraoficiales de Argentina en el mundo: "es lo mismo pero no es igual, porque la imagen que nos reemplaza a todos ha cambiado mucho. Pasamos de ser un muchacho que resumía cierta idea de la argentinidad —rápido, pícaro, vicioso, siempre al borde— a ser uno en el que nunca supimos cómo reconocernos."

En 2012, Messi anotó 91 goles en 69 juegos, lo cual lo colocó, desde entonces, como el mejor jugador vivo. Sin embargo, comparado con el gran Maradona -una comparación difícil de evitar, pues ambos son grandes jugadores, pero por razones muy distintas-, esta máquina de hacer goles tiene el carisma mediático de la mayonesa. Mientras que jugadores como Maradona y Carlos Tévez provienen de sectores populares de la población, Messi proviene de un barrio clasemediero en Rosario. "Siempre nos ha gustado cómo juega Messi", afirma Darío Torrisi, taxista argentino, "pero no sabemos quién es él."

Curioso: este niño bosnio nunca olvidará quién es Messi.

Esta extranjería de Messi para con propios y extraños es lo que ha impedido conformar una afición en torno a él; no se trata de una extranjería metafórica, sino que radica en el hecho de que Messi ha jugado profesionalmente desde los 13 años en España (legalmente podría optar por jugar para cualquiera de las dos selecciones nacionales, una impresionante doble nacionalidad), por lo que Caparrós se ha burlado de que la oficina de turismo argentina utilice a Messi como imagen internacional: se trata de una estrategia del gobierno para hacer que el jugador visite Buenos Aires.

Eduardo Gangi, tendero de 60 años, es probablemente la encarnación caricaturesca del porteño que muchos latinoamericanos que no conocen Argentina tienen en mente. "Están celosos de nosotros", afirma Gangi, refiriéndose al mundo entero; "Estamos tomando el mundo lentamente. Mandamos una reina a Holanda y un Papa al Vaticano", dice refiriéndose a la reina Máxima de Holanda, de nacionalidad argentina, al igual que el Papa Francisco.

Pero ¿será que Argentina podrá producir una selección nacional que pueda competir con Brasil, terciando una especie de superioridad enmascarada a nivel mundial, para que gente como Eduardo Gangi siga orgulloso de ser argentino; o, por el contrario, los arriesgados cambios de guión del entrenador Sabella (una estrategia basada en la defensa en lugar de conformar un equipo en torno a Messi, concentrado en anotar) cobrará caras precauciones?