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El modelo escolar vigente opera creando tramas de opinión que justifican como fatalidad lo que tenemos y estigmatizan como aventura sin sustento lo que se ofrece como alternativa

foto¡Qué complejas somos las personas! Vemos la audacia como riesgo y el miedo y la culpa como buenos consejeros. Todo sería más fácil sin nosotros. Entre otras cosas, tener una escuela mejor.

Estamos atrapados en nosotros mismos. Por eso es tan difícil. Nos domina el argumentario neurótico; la rosca emocional nos tiene secuestrados. Le damos la razón a nuestras miserias. Nos dejamos llevar. Rechazamos por culpa y aseguramos porque nos morimos de miedo. Pero, en lugar de doblegarnos ante nosotros mismos y asumir nuestras innegables dependencias psíquicas y sociales, las volvemos argumentos, razones, premisas, convicciones y hasta causas nobles. Nos enredamos. Nos enfrascamos. Todo lo complicamos. Lo hacemos más difícil de lo que es.

Si algo no funciona y tenemos al menos algunas ideas de cómo podría ser mejor, lo más sensato sería intentarlo, ¿no? Y saber que esas ideas en boceto evolucionarían si se les desplegara, si se les probara y si se les diera confianza. Pero no. En la medida en que el fracaso de lo que tenemos se nos vuelve más evidente, más difícil nos la ponemos. Nos aferramos a lo que no funciona. La neurosis. La ética de la culpa. El elogio del conservadurismo por la conservación misma. Hemos convertido a la escuela en nuestro bastión. Queremos que se justifique, porque se resiste. Nos obsesionamos con que su valor sea su necedad. Nos vale por terca. Se ufana de su atemporalidad antigua. Se autoelogia melosa y constantemente y, si no lo consigue, enseguida se autojustifica en sus fracasos para no dar resquicio. Trabaja para no quebrarse. Trabaja para no modificarse. Se siente pétrea. Y trabaja duro.

Como muchas otras justificaciones de lo injustificable, el modelo escolar vigente opera creando tramas de opinión que justifican como fatalidad lo que tenemos y estigmatizan como aventura sin sustento lo que se ofrece como alternativa. Protegen con una coraza de culpa lo que hay y fuerzan a heroísmos antisociales rayanos en el ridículo a los modelos que podrían venir. Manipulan. Operan políticamente. No dan chance; obligan a máximas aventuras. Arrinconan. Desprestigian.

Es más fácil resistir que proponer. El mundo al revés, otra vez. Eso sucede en la sociedad en su conjunto y lo mismo dentro de la escuela. Es fácil repetir y dificilísimo proponer. Toda una estructura de valores eficiente y dañina. El riesgo del "A ver cómo sería" es enorme. Nos exigen pasar pruebas que no aprobaría el modelo establecido; nos imponen respuestas que no son necesarias; nos juzgan mediante matrices tendenciosas que solo valoran lo que las genera, en una espiral perversa y cerrada. Nos tienen en su trampa.

Por todo esto, nuestra misión es tan obvia como difícil. Y si queremos ir despacio, sentimos que no avanzamos y se nos pasa la vida, y si aceleramos, sentimos el vértigo del ridículo y del aislamiento. Y si nos olvidamos de todo y vamos al frente como si fuera simple y evidente, entonces nuestras propias dudas nos acosan y lo que no viene de fuera nos viene de adentro y nos vuelve a trabar. Pues así somos las personas y así son las cosas. Y la escuela está ahí, inútil y estancada, esperando que la audacia le gane algún día a la cobardía; que la intrepidez se imponga de una buena vez y pasemos al otro lado, hagamos de una vez la otra escuela y luego, más luego y recién luego, en unos 150 años, discutamos profundamente si lo hecho valió la pena.

Twitter del autor: @dobertipablo