Conforme pasa el tiempo me queda aún más claro que el título de un álbum de Guns N' Roses, producido en 1991, expresaba tajantemente uno de los mejores consejos que alguien puede recibir: "Use Your Illusion" (usa tu ilusión). A pesar de lo confuso que puede resultar, y sobretodo incómodo, cada vez parece menos discutible que nuestra realidad, o por lo menos la gran mayoría de ella, esa que percibimos por medio de los sentidos o deducimos mediante construcciones culturales, es esencialmente ilusoria.
La todavía dominante idea de que la realidad es un estado fijo, absoluto, y excluyente, postula un escenario definido, en primera instancia, por nuestra percepción racional y posteriormente acotado a una serie de leyes físicas –reglas específicas de existencia. Pero, curiosamente, es en el propio plano de la ciencia, en donde emergen cada vez más pruebas que cuestionan, o incluso refutan, este modelo de realidad.
Si yo veo esta mesa sobre la que escribo, si yo la golpeó y la siento, y el acto produce sonido, y si me acerco a ella puedo percibir un aroma que experiencialmente asoció con la madera, entonces es imposible que ella, la mesa, no sea real –y mucho menos que yo no lo sea, pero esa es otra historia.
En un artículo anterior, "Todos estamos alucinando todo el tiempo (el Club de Viajeros Frecuentes)", cité a Beau Lotto, neurocientífico especializado en el estudio de la percepción. En una ponencia para TED, este británico argumenta que no tenemos acceso directo al mundo 'real', pues nuestra percepción ordinaria es siempre intermediada, es decir incluye un cierto margen de distorsión o adaptación –y para demostrarlo se remite al fenómeno de las ilusiones ópticas.
Los múltiples agentes que funcionan como intermediarios, desde factores climatológicos hasta predisposiciones psicológicas, se entremezclan 'a la carta', resultando en una dinámica que, como postulábamos en el artículo mencionado, provoca que: "La combinación de estos elementos arroja infinitos algoritmos perceptivos ante lo cual resulta prácticamente imposible que algo se perciba de idéntica manera en dos personas. Y ante esto es que decidimos rasurar esas diferencias hasta llegar a niveles estándares que justificarán aquello que, por convención, designemos colectivamente como ‘lo real’."
Hoy el sentido dominante es la vista, la afirmación 'son una generación visual', aludiendo a los millones de vídeos en YouTube que en suma vemos diariamente. Y si nos remitimos a este rubro para probar que aquello a lo que asignamos la etiqueta de real, (en realidad) no lo es, tal vez sea más contundente el argumento para terminar de convencernos.
Al respecto, el propio Lotto, quien por cierto es profesor de neurociencia en la University College London, asevera que es matemáticamente imposible percibir el mundo como en realidad es:
El color no existe en el mundo. Nada tiene color, eso es obvio. Es imposible observar el mundo como es en realidad. Es una imposibilidad matemática. Este problema no es solo el problema de la vista a color, es el problema de la vista en sí, es el problema del cerebro. El problema de la incertidumbre.
A pesar de los efectos anti-poéticos que esto pueda tener –o quizá extra-poéticos–, lo cierto es que el cielo no es azul, nunca lo fue, y hay pocas probabilidades de que algún día lo sea. El azul, en términos precisos, es el resultado, desde esta perspectiva aleatorio, de la forma en la que nuestro cerebro interpreta una secuencia determinada de ondas de radiación electromagnética que conocemos como luz.
La mayoría de nosotros aprendimos que 'el pasto no es verde' en la escuela, y si bien en ese momento fue una revelación sorprendente, a la hora de la vida cotidiana simplemente ignoramos esas premisas y jugamos a que las convenciones con mayor quórum son las que distinguirán lo real de lo irreal. Por otro lado, las implicaciones de asumir esta condición, esta naturaleza híper-misteriosa e inaccesible vía las rutas tradicionales (percepción/razonamiento) de interacción con el mundo, cambiarían radicalmente la forma en la que construimos realidad, un proceso, por cierto, cuya intensidad complica posibles pronóstico acerca de lo que ocurriría. Pero incluso si no nos sentimos aún preparados para dar este paso, al menos sería positivo aceptar que estamos jugando un juego, el de simular colectivamente una realidad, y que recién hemos decidido, de manera provisional y consiente, continuar –por razones de funcionalidad o comodidad existencial.
Entonces nos encontramos con un escenario cuya naturaleza primaria es la incertidumbre. A pesar de que diversas escuelas místicas apuntan o describen aquello que está más allá de la simulación, de maia ( माया māyā ), pensemos que estamos obligados a aceptar que no podremos acceder al núcleo de lo real por medio de las herramientas tradicionales. Y una vez superada la angustia que podría generar esta aceptación, el panorama se tornaría más estimulante: si todo lo que forma mi realidad habitual es una ilusión, determinada de forma quizá aleatoria, entonces esta gran puesta en escena tiene que ser editable. ¿Y si es maleable, y de hecho está obligada a una permanente transformación, por qué no editarla a voluntad?
Es aquí donde resurge la inscripción de aquel álbum de la banda estadounidense de los noventas, usa tu ilusión, y el tablero de juego, la existencia misma, se vuelve mucho más emocionante. Esta invitación podría entenderse como la adopción consiente de tu interpretación frente a cualquier manifestación de realidad ilusoria, de acuerdo a tus principios –a aquello que favorezca lo que tu concibes como tu evolución personal. Es decir, si tu sabes que ante un cierto evento no existe una interpretación completamente real, entonces por qué no elegir una que no esté dictada, en automático, por tus miedos, tus prejuicios, tu enojo, o tu inercia cultural, y en cambio abrazar aquella interpretación que resulta más nutritiva para tu desarrollo –aunque esto suene a una dinámica propia de un manicomio evolutivo.
Pero cabe aclarar que esta espectacular perspectiva no solo conlleva la posibilidad de diseñar a conciencia tu realidad, con las maravillas que esto implica. También exige un nivel de responsabilidad al cual culturalmente no estamos habituados. Si asumes las riendas de tu mapa (aceptando que no es el territorio, y que es uno entre siete mil millones de otros mapas), entonces también tendrás que asumir absoluta responsabilidad sobre lo que sucede en tu propio montaje.
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Twitter del autor: @ParadoxeParadis