Una frustración común entre quienes comienzan a aprender un segundo idioma es el sentir que “no se es uno”. Y es que resulta difícil comunicar no sólo las ideas, sino la forma de expresarlas; en pocas palabras, la personalidad de quien habla. Pero si el aprendizaje continúa y uno logra dominar la segunda lengua, ocurre algo interesante: la personalidad no se reconstruye exactamente como era en el viejo lenguaje.
La experiencia bilingüe es sin duda diferente para cada persona, en parte debido a todos los factores que la moldean: qué idiomas se dominan, cómo se aprendieron, en cuál se vive la mayor parte del tiempo, etc. Pero una característica común de ésta es la forma en que evidencia la relatividad de la personalidad, algo que a menudo se describe como fijo, único, inmutable a menos que se padezca algún “desorden” mental.
Entre 2001 y 2003, los lingüistas Jean-Marc Dewaele y Aneta Pavlenko preguntaron a más de 1,000 personas bilingües si se sentían “como una persona diferente” cuando hablaban diferentes lenguas. Casi dos tercios de los encuestados respondieron que sí. Esto, sin embargo, es diferente de lo que antes se conocía como el “Trastorno de Identidad Múltiple” –ahora llamado “Trastorno de Identidad Disociativo”. La diferencia es que estos últimos presentan una incapacidad significativa para acceder a una cantidad importante y específica de recuerdos.
Podríamos decir entonces, partiendo de esta distinción, que los sujetos del estudio no exageraron en su respuesta. Sí es posible tener más de una personalidad, quizá porque ésta se construye continuamente partiendo de algo relativamente estable, como las experiencias pasadas, pero se presenta sólo parcialmente cada vez que hablamos, y el idioma que usamos marca patrones que definen qué parte se hace más evidente. Dicho de otra manera, esta hipótesis sugiere que la personalidad se compone de un conjunto de características “internas”, específicas, que pueden corresponder a comportamientos externos diferentes.
Un hispanohablante en México, por ejemplo, puede estar acostumbrado a decir “te quiero” a sus parejas, sin llegar a decir “te amo”, más que en situaciones muy particulares. Mientras que en un contexto angloparlante la traducción de estas ideas no será sencilla, ya que sólo contará con la construcción “I love you” –y otras similares pero con connotaciones diferentes: “I care about you”, “I like you”, etc., ninguna completamente satisfactoria–. Aquel que usa “I love you” será interpretado de acuerdo a su contexto: representando a alguien muy expresivo, apegado o quizá confundido.
Uno diría que la dificultad de traducción no cambia la personalidad del sujeto, pero ¿cuál es la diferencia entre tu personalidad en sí misma y la manera en que otros la perciben? O quizá pensemos que no se trató de una imposibilidad de traducción sino de un error en ésta: la traducción correcta no era “I love you”, sino un abrazo o una frase que explicara exactamente lo que se siente.
En nuestro experimento mental, el sujeto bilingüe tiene una ventaja sobre el monolingüe: es consciente de cómo los sentimientos pueden ser moldeados por la lengua y la cultura. Quizá un angloparlante no se hubiera preguntado si podría sentir algo menos que “I love you” pero más que “I care about you” hasta conocer la existencia de “te quiero” en español, o algo equivalente en otra lengua.
En un estudio diferente conducido por Susan Ervin en 1960 se pidió a adultos bilingües que crearan dos historias (cada una en un idioma diferente) tomando como inspiración una misma imagen. Los temas abordados por los sujetos mostraron diferencias significativas en los textos en inglés y en francés. El éxito, por ejemplo, fue uno de los temas comunes en las historias en inglés, mientras que la autonomía y el aislamiento fueron más comunes en las historias en francés de una misma persona.
Los resultados de este estudio sugieren que hay “algo” en el lenguaje que condiciona la manera en que interpretamos el mundo. Pero lo que no puede revelar es qué es ese algo en el lenguaje, ni si reside en el lenguaje o si simplemente se expresa a través de éste. Incluso decir que el lenguaje que hablas define qué temas estarán más presentes en tu mente es algo vago, ya que hay muchas maneras de vivir un mismo lenguaje. Lo que sientes al hablar de sexo en español y en francés, por ejemplo, estará influenciado por qué etapas de tu vida has pasado en cada lengua, de qué recuerdos, personas y connotaciones vienen a tu mente con las palabras que usas.
Quizá sea frustrante que cuando abandonas tu lengua materna no puedas “ser tú mismo”, pero quizá también eso sea liberador. Si bien no puedes volverte otro a voluntad, sí puedes siempre redescubrirte (o descubrir a otro) a través de otros idiomas y otros contextos.