Las críticas de creyentes y ateos a Noé, la película más reciente de Darren Aronofsky, surgen como los primeros brotes después de la inundación. Son un fenómeno natural, suficientemente obvias como para no arriesgar nada, hablan en tierra firme, sin tener el valor de poner un sólo pie en el agua.
Y no se trata de que las críticas tengan malos argumentos, sino que pierden de vista el punto neurálgico de la historia y su mitología. Matusalén, el abuelo de Noé, interpretado por sir Anthony Hopkins, es el vórtice chamánico de la película. Es el anciano el que inicia a Noé dándole un brebaje alucinógeno que le permite acceder al mensaje de Dios (incluso utilizando el término "medicina" y un líquido viscoso de un color que claramente evoca a la ayahuasca, aunque haya una distancia insalvable entre el Amazonas y el Éufrates).
No son pocos los que piensan que muchos de los relatos de la Biblia hablan de experiencias chamánicas y de estados inducidos por sustancias enteógenas o alucinógenas. Por ejemplo, el profesor Benny Shannon ha sugerido que Moisés pudo haber estado en un viaje psicodélico cuando subió al monte Sinaí y recibió de Dios los diez mandamientos. El Dr. Cliff Pickover a su vez sugirió que la visión de la zarza ardiente fue provocada por una secreción de DMT. Y el Dr. Rick Strassman en su último libro DMT and the Soul Prophecy explora la posibilidad de que profetas bíblicos, como Ezequiel, habrían recibido sus visiones bajo el influjo posiblemente natural del DMT (esta poderosa molécula psicodélica ocurre de manera natural en nuestro cerebro).
El filme inició como una novela gráfica (dibujada por Niko Henrichon y escrita por Aronofsky y Ari Hadel), y aunque el cómic y la película siguen en muchos aspectos el relato bíblico, bastan algunos detalles para transformarlo todo. Por una parte vemos que los hombres de la era del Antiguo Testamento parecen tener cierta tecnología mucho más avanzada de lo que la historia comúnmente acepta y explotan la tierra de manera impía, lo cual sugiere hasta cierto punto que quizás esto ya ha ocurrido antes en una humanidad previa que cayó en la decadencia (Lemuria o la Atlántida mezcladas con Babel) o es un símbolo de lo que está por ocurrir: Aronofsky parece trazar un arco de comparación entre la civilización bíblica y la civilización actual que explota el medio ambiente. Lo cual deja en una duda abismal sobre si en realidad Noé cumple el mandamiento de Dios o cede a su impulso humano al finalmente proteger a su familia pero manteniendo la raíz del mal en el mundo, esto queda en una oscuridad esotérica de señales confusas, como es el acro iris-aurora boreal que sella la conocida alianza. Por otro lado los "ángeles caídos" o "vigilantes", increíblemente sí tienen una base bíblica en los Nephelim, los gigantes, sólo que recuerdan a los Transformers en una extraña mezcla tecno-hermenéutica: piedras de luz atrapada que se mueven como robots (¿somos los robots de dios?).
La interpretación chamánica tampoco parece tan descabellada y en realidad la interpretación de Aronofsky de la Biblia, más allá de las críticas fundamentalistas, no está tan alejada de los textos, si se tiene en cuenta que el Génesis no es muy explícito y detallado que digamos: hay espacio para rellenar la narrativa, para desdoblar los símbolos, probablemente utilizando un poco de los textos apócrifos.
Noé inclina su taza y bebe pensando que tiene entre las manos un poco de té. Sólo cuando ha bebido Matusalén le revela que el líquido horadará como un río el cauce por el que fluirán las revelaciones. Dios hará llover un mar sobre la tierra para castigar a los hombres, y Noé ha sido elegido para ser su sobreviviente, su testigo. La visión psicodélica está ligada con la revelación y la gnosis apocalíptica. En palabras de Terence McKenna: "el chamán es el que ha visto el final". En el caso del Noé de Aronofsky —director judío que ya en The Fountain nos había mostrado una inclinación al misticismo, en ese caso con su versión alternativa del Paraíso— es esta visión "del final" o de la destrucción del mundo lo que le permite atravesar la tempestad con la fortaleza de la Fe —el Arca como materialización de esta alianza profética.