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Proveer lo suficiente para que nadie tenga que preocuparse por la sobrevivencia básica en uno de los países más caros del mundo podría resultar contraproducente para la inversión extranjera, que mira la medida con recelo.

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Suiza es el tercer país más caro para vivir en toda Europa, luego de Noruega e Islandia. Con una población apenas superior a ocho millones de habitantes, los servicios, alimentación y renta de un apartamento para una persona ascienden a unos $1,600 francos al mes. La medida buscará que todo salario menor a $2,500 francos sea ilegal, incluso en los trabajos peor remunerados.

Daniel Strab, uno de los fundadores del Basic Income Initiative, describe así la petición que más de 100 mil personas propusieron al Parlamento suizo: "Imagina que naces y la sociedad te dice 'Bienvenido, nos haremos cargo de ti', y te pide que hagas lo que quieras hacer con tu vida, ¿cuál es tu sueño? Imagina esa sensación, es una atmósfera completamente diferente."

Strab y sus aliados celebraron la presentación de la iniciativa en el Parlamento vaciando un camión con ocho millones de monedas de cinco centavos frente a la sede legislativa en la ciudad de Berna. 

La pregunta, claro, es: ¿de dónde vendrá el dinero para darle a cada suizo un ingreso mensual fijo suficiente? Al igual que con otras medidas arriesgadas (como las controversiales "cajas de sexo" en las calles de Zurich) la respuesta es: impuestos. 

El delicado balance del proyecto requerirá que los individuos que se beneficien del ingreso básico también contribuyan a alimentar el sistema a través de sus contribuciones hacendarias. Pero otra zona gris que podría minar su efectividad es la renuencia del sector empresarial para asegurar a sus trabajadores un ingreso mínimo muy superior al actual —sin importar el tipo de actividad que realicen— ha propagado el rumor de que algunas empresas podrían salir de Suiza para no acatar las medidas.

"No puedo creer que Suiza vaya a causar tal daño a su propia economía", afirmó Ivan Glasenberg, CEO de Glencore, una de las principales compañías de alimentos en el mundo cuya sede suiza podría considerar una mudanza radical.

Aunque la suiza es una de las economías más estables del mundo, esta medida arriesgada podría ser el equivalente a la despenalización de drogas hace décadas en Holanda o Portugal: un paso arriesgado —casi un experimento de ingeniería social—, pero donde los beneficios podrían compensar los peligros potenciales, uno de los cuales podría ser el que los inversionistas extranjeros (que no quieren dejar de gozar de las facilidades bursátiles que dan fama internacional al país, además de sus navajas y sus tipografías) dejen de considerar Suiza un destino deseable para invertir.