Lunáticos, inocentes, melancólicos y furiosos. La locura en el México virreinal
Por: Úrsula Camba Ludlow - 03/08/2014
Por: Úrsula Camba Ludlow - 03/08/2014
Santa Rosa de Lima, una de las figuras más famosas, prestigiosas y veneradas en los virreinatos americanos, se bebía la pus de los enfermos. Este acto era considerado por sus contemporáneos como una muestra irrebatible de entrega, sacrificio, abnegación y por supuesto, santidad. Actualmente la reacción que nos provocaría semejante acto estaría lejos de la admiración y más cerca del horror por decir lo menos. ¿Qué pensaríamos si nos dijeran que una enfermera o un médico se bebieron la pus de los enfermos del Centro Médico? Probablemente que no están en sus cabales.
Cada sociedad establece los valores y códigos que sancionan el comportamiento de los individuos. Lo que consideramos “normal” o permitido, tolerado e incluso, aceptado por todos, no necesariamente coincide con aquello que las sociedades del pasado concibieron como normal. Así, la locura, ha tenido distintas acepciones, manifestaciones y tratamientos a través de los siglos.
En Nueva España, alrededor de la concepción de locura hay una categorización que, aunque escasa, reconoce distintas manifestaciones de la demencia: furioso, lunático, melancólico, mentecapto. Furioso es aquel que está enteramente privado de juicio y hay que tenerle atado, como le sucedió al mercader Francisco Pimentel, quien vivió durante 8 años en una jaula instalada en un cuarto de su casa, atendido por su esposa con la que diariamente peleaba a gritos, según relataban los vecinos. A su vez, lunático era aquel cuya demencia no era continua, sino por intervalos procedentes de las fases de la Luna: cuando está creciente se ponen furiosos y destemplados y cuando menguante, pacíficos y razonables. A su vez, melancólico es quien padece una tristeza profunda y permanente, que nada le anima, ni divierte. Los hay que ríen excesivamente mientras otros lloran sin control. Una variedad de esta melancolía llamada licantropía y considerada incurable, tornaba amarillos los ojos de los afectados que por las noches se iban a aullar al lado de las tumbas. Los mentecaptos o inocentes eran aquellos seres dóciles e inofensivos que vagan por las calles, objetos de la burla de los niños que les lanzan piedras.
A juicio de los médicos que habían heredado las ideas de Hipócrates y Galeno, la locura se producía por inflamación de algunas partes del cuerpo o por un desequilibrio en los cuatro “humores” que componen el cuerpo humano, a saber: bilis negra, bilis amarilla, sangre y flema. Antes de que Harvey en Inglaterra descubriera la circulación de la sangre se creía que el cuerpo humano estaba compuesto por esos cuatro humores que se relacionaban con el cerebro, el corazón, el hígado y el bazo y con los cuatro elementos: aire, tierra, agua y fuego. Dichos humores determinaban asimismo el temperamento humano: sanguíneo, flemático, colérico o melancólico. De ahí expresiones que aun hoy utilizamos como “está de mal humor”, “derramó bilis”, “es flemático”, “tiene un humor negro”, etc. Por lo tanto, se recomendaban purgas y sangrías para eliminar el exceso del humor causante del padecimiento. Los remedios para curar la enfermedad incluyen una serie de recomendaciones que tienen que ver con la dieta, el descanso y el clima. Por ejemplo, para curar a los melancólicos se recomienda evitar los climas húmedos y neblinosos y abstenerse de carnes frías, saladas y ahumadas y descansar por las noches. Es deseable la ingesta de codornices, pollo y huevos pasados por agua.
Como el mal era provocado por una “inundación” del humor derramado, se recetaban los vomitivos, purgantes y laxantes.
Pero en realidad es poco lo que se puede hacer por el loco: tenerle paciencia, escucharlo y ofrecerle una imagen religiosa, una reliquia, o la compañía de un rezo que alivie su sufrimiento. Más que una terapéutica de los padecimientos mentales, el socorro a los enfermos se basa en la caridad, la compasión y el aislamiento cuando su seguridad o la de la comunidad corre peligro.
Por otra parte, erróneamente se cree que la Inquisición perseguía sin distinguir a los locos, “confundiéndolos” con endemoniados. No es así. Las autoridades sabían diferenciar cuando el acusado estaba intentando fingir locura o cuando realmente estaba “falto de juicio”, en caso de duda, se llamaba a un médico que lo examinara y se le depositaba en un hospital para observar su comportamiento.
En efecto, en Nueva España se fundaron dos hospitales para atender a aquellos aquejados de diversas enfermedades mentales. El Hospital de San Hipólito, primer hospital de América, especializado en atender ese tipo de afecciones y donde ahora se celebran bodas y eventos de todo tipo y el Hospital del Divino Salvador para mujeres dementes, que cambió varias veces de lugar, siempre en el primer cuadro del Centro Histórico.
Los monjes que cuidaban del hospital de San Hipólito eran ejemplo de dedicación y sacrificio. En una ocasión, uno de los pacientes en acceso de furia incontrolable atacó a uno de ellos, dándole muerte.
Por su parte, en el “hospital de locas” (como se le llegó a conocer) recibió a varias mujeres que pobres, dementes y andrajosas vagaban por la ciudad hasta que se les dio asilo. Las enfermas (en especial las que presentaban comportamientos agresivos) vivían en jaulas de madera, a menudo a la intemperie, lo que ocasionaba que enfermaran y murieran, ya que además la condiciones de higiene eran bastante precarias, muchas sobrevivían envueltas en jergas infestadas de insectos, cubiertas de su propia inmundicia. Pero dentro de los hospitales también había diferencias y privilegios. En contraste, otras enfermas llevaban su propio mobiliario, ropa y criados para que les sirvieran y cuyos gastos costeaban sus familias.
En el siglo XIX la ciencia, la medicina y más adelante ya en el siglo XX, la psiquiatría intentarán nuevas formas de comprensión y curación de las enfermedades del alma. El vocabulario psiquiátrico se amplió enormemente y los padecimientos mentales recibirieron nuevas denominaciones: delirium tremens, epilepsia, neurastenia, psicosis, hidrofobia, histeria, monomanía suicida, religiosa o erótica, imbecilidad, por mencionar sólo algunos. La terapéutica recomendará los baños de agua helada, los shocks insulínicos, electroshocks, bromuro de potasio, hipnosis, terapia ocupacional, entre las diversas curaciones que se ensayan sin demasiado éxito.
La caridad y la compasión desaparecen para dar paso a la ciencia y sus propios mecanismos de control y confinamiento: la observación, la experimentación y la “curación” de esas psiques desgarradas por la angustia, la soledad y el dolor.
Referencia:
Ma. Cristina Sacristán. “Pecadores inocentes: algunos avances sobre la locura en Nueva España (1571-1760)", en Del dicho al hecho…. Transgresiones y pautas culturales en la Nueva España, INAH, 1989.
Twitter de la autora: @ursulacamba
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