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Corregir mi heterosexualidad

Por: Maite Azuela - 02/19/2014

Si cuando tuve 16 años alguien me hubiera sermoneado para corregir mi preferencia sexual y a la vez me hubiera pedido silencio cuando se trataba de denunciar algún abuso de monjas o sacerdotes sobre alguna de mis compañeras, sin duda hubiera abandonado la religión.

lSi mañana amaneciera en el cuerpo de cuando era adolescente, seguramente me tomaría más de quince minutos aventar las cobijas. Entraría a la regadera después de poner uno de mis cassettes favoritos en la grabadora que ocupaba casi la mitad del mueble del lavabo y me bañaría bajo el agua muy caliente para alargar la sensación de seguir dormida.

Me tomaría tanto tiempo ponerme las calcetas de los pies a las rodillas, que lo haría mientras bebo leche helada con chocolate espumoso. Si corría con suerte me daría tiempo de comerme una quesadilla con salsa verde de tomate crudo, de las que mi nana preparaba como nadie más. Llegaría a la escuela y tomaría los quince minutos de clase de oración obligatorios, en los que alguna monja nos leía la biblia y nos pedía que hiciéramos alguna reflexión en voz alta sobre alguna parábola o algún versículo.  

Tomaría el resto de las clases en las que me distraía pensando obsesivamente en el adolescente de ojos verdes que me gustaba. No habría poder humano que me quitara de la cabeza su voz, que se hacía más grave y varonil conforme pasaban los meses. Ningún llamado de atención me desprendería de recordar sus pantorrillas peludas y firmes de futbolista novato. Dibujaría las letras de su apodo junto al mío y moriría de ganas de que pasaran las horas en segundos, para que llegara el viernes en la tarde. Aunque él aparecería escurriendo de sudor después del partido, mi irremediable atracción por su olor estaría completamente condicionada a mi naturaleza.

Imagino ahora que después del recreo tuviera que presentarme a alguna de esas clases de “moral” en las que se busca prevenir a los niños y adolescentes de ser ellos mismos. Me veo ahí luchando contra mis propios instintos. Escuchando a los maestros o a las monjas explicarme que cualquier pensamiento, intención o movimiento que implique atracción por un hombre es definitivamente un error.

Si me gusta la barba que raspa, si me pongo nerviosa cuando veo su manzana de Adán que baja y sube al centro de su largo cuello, si me imagino que me da veinticinco besos en la sala de la casa antes de que mi papá avise a gritos que es hora de que se vaya, es porque soy una persona anormal  que no puede ser aceptada por la sociedad.

Visualizo sus argumentos en contra de mi naturaleza y pienso… así nací, así soy y además así quiero seguir siendo. No puedo ni tengo por qué ir en contra de mí misma. Pero mientras los maestros insisten, la madre superiora lo acentúa: Mi condición heterosexual “Se puede corregir y también se puede prevenir porque soy una personas tan digna y valiosa como cualquiera”.  Sin embargo la psicóloga de la escuela me ha entrevistado y concluye que “Revertir mi naturaleza debe ser muy difícil una vez que se ha expresado”*.  

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Tan espontánea es mi preferencia sexual como lo es lo de cualquier otra persona.  No cabe en mi mente pensar en prevenir la intuición con la que me siento deliberadamente interesada por el sexo opuesto y estoy segura que lo mismo sucede con quienes se sienten francamente atraídos por personas del mismo sexo. Con su autoasumida autoridad moral, la Iglesia católica y autoridades de otras religiones niegan a los homosexuales la naturaleza inevitable de su preferencia.

El hecho de que en el Colegio Miraflores de la Ciudad de México ofrezca cursos y promueva publicaciones para intentar evitar, con teoría discriminatoria, que un ser humano se sienta atraído por otro, no sólo resulta absurdo, sino alarmante. En este juego de adjetivos científicos, quienes ven la homosexualidad como un trastorno psicológico, llaman a su propuesta "terapia reparativa" o "terapia de reorientación sexual". 

Es lamentable que una escuela supuestamente dedicada a la formación y educación de niños y jóvenes para alcanzar la excelencia, se atreva a ignorar a instituciones como la Organización Mundial de la Salud, la Organización de Naciones Unidas o la Asociación Americana de Psicología. Como lo señala Enrique Torre Molina, Activista gay, los tres organismos internacionales han difundido que todo este tipo de pseudoterapias no tienen fundamento científico, no hay evidencia de su éxito, y usan tratamientos que lastiman y trauman a quienes se someten a ellos y han desacreditado públicamente a los promotores de estos métodos.

No está de más mencionar que el Miraflores es el colegio al que asisten los hijos del gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila, y los del Presidente de México, Enrique Peña Nieto, quienes no han realizado ningún pronunciamiento al respecto. Recordemos, además, que en 2010 el entonces gobernador de Jalisco, Emilio González, patrocinó las conferencias de Richard Cohen, que es uno de los más conocidos promulgadores de los supuestos métodos para revertir la homosexualidad. 

Junto a este afán de la Iglesia y el de muchos de sus cómplices por “corregir” la naturaleza de los homosexuales, está su negligencia por combatir la pederastia, a pesar de que el Comité de los Derechos de los Niños en la ONU presentó un informe que acusa al Vaticano de mantener un “Código de silencio” sobre las décadas de sistemático abuso sexual a decenas de miles de niños por parte de sacerdotes católicos, no existen conferencias, páginas de escuelas católicas o voces de autoridades que se hayan pronunciado al respecto. 

El Comité aseveró que la sede pontificia ha violado la Convención de los Derechos del Niño y exigió que la Iglesia Católica destituya inmediatamente a todos los religiosos acusados de haber cometido delitos sexuales. La región con más católicos en el mundo es América Latina, donde han sido reportados abusos desde Chile hasta México. 

Pero ante la evaluación de Naciones Unidas, el Vaticano afirma que no tiene las facultades ni la obligación de funcionar como una suerte de policía de sus filas. A pesar de que el Comité señaló que el Vaticano asumió plena jurisdicción sobre el manejo administrativo de los casos de abuso de menores dentro de la iglesia desde 1962. 

Si cuando tuve 16 años alguien me hubiera sermoneado para corregir mi preferencia sexual y a la vez me hubiera pedido silencio cuando se trataba de denunciar algún abuso de monjas o sacerdotes sobre alguna de mis compañeras sin duda hubiera abandonado la religión. No sucedió así porque acudí a una escuela católica que pareció más consistente con el discurso de amor al prójimo y de respeto a la diferencias. Sí, abandoné la religión después, por razones menos personales y más epistemológicas. Practicar una religión sí resulta reversible, no va contra la naturaleza, ni atenta contra las libertades o derechos humanos. Mi heterosexualidad, como la homosexualidad de otros, no es prevenible, ni debe serlo. 

 

*Frases de Ricardo Sada Fernández publicadas en su artículo “Prevenir la homosexualidad” publicado en la revista Mira, del Colegio Miraflores en enero de 2014.

 

Twitter de la autora: @maiteazuela

Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición de Pijama Surf al respecto.