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No es necesario ser esquizofrénico o padecer síndrome de Tourette para notar que las palabras a veces se manifiestan por sí mismas en nuestros cerebros.

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¿Las voces que escuchan los esquizofrénicos y los fanáticos religiosos tienen alguna relación con el origen de la conciencia en el cerebro o con el fenómeno del "monólogo interior"? En un estudio clásico sobre el tema, Julian Janes imaginaba que los antiguos escuchaban de hecho voces en sus cabezas, a las cuales ceñían personalidades y atributos sobrenaturales, confundiéndolos tal vez con expresiones vocales de su propia conciencia. ¿Pero qué pasa con las experiencias de alucinación sonora o con el síndrome de Tourette, en el que la gente es incapaz de controlar las palabras que salen de su boca? 

Vaughan Bell del King's College, en Londres, publicó un interesante acercamiento a este antiguo fenómeno, buscando un enfoque diferente para entender nuestra función neurolingüística. Se parte de que damos por sentado que nuestras acciones y nuestra narrativa interna son congruentes en todo momento, ¿pero cómo se establecen estas coherencias en los sordos de nacimiento, quienes nunca han escuchado palabras?  ¿O bien en los esquizofrénicos, cuya noción de coherencia podría resultarnos "patológica"? Bell afirma que las teorías neurocognitivas tienden a ignorar cómo aquellos que oyen voces adquieren lo que el investigador describe como "actores sociales interiorizados".

Estos actores internos no son sino modelos de interacción social que interiorizamos debido a su poder significante en nuestras vidas. Los role models como padres o profesores (aquello que un psicoanalista encuadraría en el superego), en algunos individuos, adquieren presencia y preeminencia al grado de manifestarse en la conciencia a través de alucinaciones sonoras; por otra parte, la localización del origen de estas voces en el cerebro no está subordinada a los dos hemisferios: como dijo el poeta Walt Whitman, un hombre puede contener multitudes, y podríamos añadir que cada "individuo" de esa multitud inconsciente puede tener su propia voz, su propio tono y su propio lugar dentro de la jerarquía de nuestra mente.

Desafortunadamente, teorías como la de Bell quedan en el terreno de la suposición, pues no existen mecanismos que permitan registrar el cerebro con la precisión requerida sin ser absolutamente invasivos. La esperanza de los neurocientíficos es que nuevas herramientas del futuro permitan analizar a uno de los posibles candidatos de este ágora mental: la intersección temporoparietal que, por su localización geométrica en el área cortical, podría desvelarnos los misterios de las voces que pueblan (voluntaria o involuntariamente) nuestro silencio.