Comunicación y sistemas operativos: agentes de cambio de la psique humana
Por: Juan Pablo Carrillo Hernández - 12/09/2013
Por: Juan Pablo Carrillo Hernández - 12/09/2013
¿Cuál es el hecho fundamental de la naturaleza humana? ¿Cuál el elemento irrenunciable que de algún modo nos define y nos explica? Las respuestas a estas preguntas han sido diversas, en buena medida dependiendo del momento histórico y de la persona que las ha formulado. Para algunos, por ejemplo, la empatía es el núcleo de nuestra humanidad, aquello que determinó el salto evolutivo decisivo que la distinguió del resto del mundo natural. Para otros, se trata de la conciencia de la muerte y el consecuente culto a los muertos.
Sin embargo, la teoría más convincente al respecto, la que remonta lo más posible a esa condición última que nos constituye como seres humanos, como personas y como sujetos, es indudablemente la comunicación, la necesidad de comunicarnos con el otro como el recurso de supervivencia más efectivo para nuestra endeble especie. Lévi-Strauss consideraba que el lenguaje surgió como la única forma de hacer explícita la prohibición del incesto. Y más o menos en la misma época su compatriota Jacques Lacan aseguraba que aprendemos a hablar porque nos encontramos en falta perpetua, porque como seres definitivamente incompletos necesitamos dar cuerpo por medio de la palabra a eso que creemos que necesitamos. En otro campo, Jürgen Habermas ha hecho también de la comunicación el fundamento de su amplia teoría sobre el funcionamiento de las sociedades humanas.
Así, la comunicación se encuentra en el lamento de hambre que expresa un recién nacido y la transformación de éste en una serie de palabras concretas. Comunicación es la carta de amor desesperado que el amante envía con el deseo pleno de obtener respuesta. Comunicación es el estudio que se publica sobre tal o cual asunto cuyo conocimiento no está consumado o no se había considerado de esa otra forma. Comunicación, en suma, es una suerte de canal por donde transitan nuestras inquietudes y nuestros impulsos, donde estos toman forma, el primer paso y el elemento persistente de todo esfuerzo transformativo de la realidad.
De ahí también los vínculos entre sujeto y comunidad, recíprocos y mutuos, que son inherentes del acto comunicativo. La comunicación es un proceso incesante de cambio que involucra al sujeto, a la sociedad y a la comunicación misma, un circuito que se renueva cotidiana e incesantemente.
Con la invención de la imprenta, por ejemplo, la comunicación escrita se modificó para siempre en la historia, prácticas de escritura y de lectura que habían sido comunes durante siglos comenzaron a desaparecer paulatinamente, pero al mismo tiempo se dio paso al surgimiento de nuevas, que a su vez propiciaron otras formas de interacción con el mundo. Cuando, por ejemplo, surgieron los signos de puntuación, cuando surgió el espacio entre líneas y entre párrafos, cuando la producción de libros comenzó a facilitarse y masificarse, inevitablemente la forma de leer cambió: se hizo silenciosa, personal, y con ello se modificó también nuestra forma de acercarnos al estudio, al conocimiento, y con el tiempo es posible que igualmente los caminos de nuestros pensamiento, los procesos mentales por los cuales se genera una idea, un recuerdo, la experiencia singular de lo leído.
Asimismo, otros inventos tanto o más importantes como el telégrafo y el teléfono generaron nuevas formas de acercamiento. Como cuando Colón y los grandes exploradores renacentistas arribaron al Nuevo Mundo, estas dos invenciones volvieron a hacer asequible la distancia: de nuevo todo se encontraba a un paso —y quizá también, como entonces, a la espera de ser descubierto.
Y es que quizá esa cualidad de la comunicación sea la que nos otorga una de las partes más importantes de nuestra condición humana. Que nos mueve a descubrir, a explorar, a pensar en las posibilidades de la realidad y no sólo en la realidad en sí misma. Bell inventó el teléfono, es cierto, pero una vez que éste se hizo presente en el mundo, una vez que fue posible hablar con otra persona que se encontraba a cientos o miles de kilómetros de distancia, al mismo tiempo se revelaron los límites de esta genialidad, y con ellos la necesidad de superarlos.
En este sentido, la telefonía móvil puede considerarse un ejemplo de este ir más allá que busca suprimir cualquier barrera. Una vez que nuestro cerebro elimina, por ejemplo, el factor distancia para poder comunicarse con alguien, ¿no abre al mismo tiempo otra vía para otros ámbitos de acción? ¿Por qué si puedo hablar con alguien en otro país no podría hacerlo también mientras voy caminando por la calle?
Actualmente incluso más que eso: Windows Phone, por ejemplo, está diseñado para aprovechar al máximo las redes sociales, Facebook, Twitter, Windows Live, LinkedIn y otras como Skype, en nuestra época son herramientas indispensables, tanto en un sentido personal, para mantenernos en contacto con amigos y seres queridos, como en las muchas ramificaciones contemporáneas del ámbito profesional. En este sentido, el mosaico ‘Yo’ es el desarrollo más atractivo de Windows Phone, pues recolecta en un solo sitio la información y las actualizaciones de tus redes, función que además se sintoniza con tu directorio de contactos, convirtiéndote en una especie de nodo permanentemente actualizado, ya que sabes, en tiempo real, lo que está sucediendo en todos los demás puntos de la red –puedes saber en todo momento qué está ocurriendo con tus amigos.
El sistema operativo es reflejo de nuestra psique, imagen y semejanza de la manera en que opera nuestro cerebro y a su vez de las proyecciones que desde nuestra mente arrojamos al mundo. En el caso del Nokia Lumia 925, su sistema operativo Windows Phone 8 se complementa a la perfección con sus avanzadas funciones, de modo tal que comando y acción son uno, del mismo modo en que nuestro cerebro y nuestro cuerpo operan armónicamente en las tareas más imprescindibles.
Así, la tecnología es la materialización de ese movimiento múltiple de cambio y adaptación que representa para nuestro cerebro el surgimiento de lo nuevo. Al tener recursos tecnológicos se libera espacio para, en lugar de hospedar datos, formar patrones y leer el mundo de una manera más amplia. En cierto sentido, nuestra mente se extiende al mundo por medio de los recursos tecnológicos que se generan por su trabajo de inicio invisible. La tecnología llega ahí donde antes sólo la magia podía tender trinchera: no sólo extiende la mente al mundo, hace de la mente y del pensamiento un proceso de intimidad compartida. Recordemos que el mismo dios que enseñó al hombre la escritura, Thoth (Mercurio, el dios de la comunicación), una de las primeras tecnologías, es también el dios de la magia, el hermetismo y la alquimia.
Hace unos años nos sorprendió la posibilidad de hablar por teléfono sin que éste estuviera fijo a un cableado. Ahora, en contraste, nos parece muy natural que en un dispositivo en apariencia similar, equivalente, podamos navegar por Internet, compartir imágenes y videos, encontrar la calle adonde nos dirigimos y aun entretenernos escuchando música o jugando videojuegos, que para nosotros son sencillos, pero que otras generaciones considerarían difíciles.
Y no es que todo esto no lo sea, ni que, como a veces se dice, ahora la tecnología esté minando nuestra capacidad de asombro, sino parece más bien que hemos migrado hacia la naturalidad como el primer recurso mediante el cual hacemos nuestras estas transformaciones de la comunicación. Una naturalidad que paralelamente nos hacer ver que, en efecto, nuestra mente se despoja cada vez más con mayor determinación de la noción de límite para, a cambio, encontrarse con el horizonte abierto de la posibilidad infinita.
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