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No Aburrirás: No se aceptan devoluciones (Eugenio Derbez, 2013)

Por: Psicanzuelo - 10/03/2013

De cómo Eugenio Derbez logra hacer 43 millones de dólares en Estados Unidos, y en México 148 millones de pesos, en su primer fin de semana.

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Billy Wilder (1906-2002), creador de múltiples éxitos comerciales (Con faldas y a lo loco Sunset Boulevard), aprendió de Ernst Lubitsch, y aprendió muy bien, una lógica que consideraba al espectador como objetivo, medio y punto de partida, a tal grado, que en su oficina en Paramount Pictures tenía una consigna pintada en la pared con letras grandes como si se tratara de un mandamiento bíblico: “No Aburrirás”.  

Eugenio Derbez (Ciudad de México, 1962) ha conquistado Hollywood como desde hace mucho tiempo ningún mexicano lo hacía —vienen a la mente Dolores del Río y el Indio Fernández—, consiguiendo 43 millones de dólares y colocándose dentro de las 5 películas más taquilleras en el box office de todo Estados Unidos. En México, reunió 148 millones de pesos en su primer fin de semana (11,32 millones de dólares) y a casi ocho millones de espectadores en nueve días.

¿Cómo lo logró? Después de haber sido víctima de un desastroso inicio cinematográfico (el bodrio se llamó No Eres Tú, Soy Yo, dirigida por Alejandro Springall en 2010, fue una película que, patéticamente, intentaba a toda costa ser una peli hollywoodense sin conseguirlo en ninguna escena, ni siquiera incluyendo perros), Derbez regresa sin miedo y con toda la fuerza a lo que sabe hacer: slapstick absurdo a la mexicana.

Combinando un meticuloso diseño de producción a cargo de Sandra Cabriada con una pensada puesta en escena en la que la tontería televisiva deviene frase cinematográfica, Derbez construye una “resbaladilla” adecuada para un melodrama lacrimógeno que casi recuerda a la época de oro del cine nacional, a cargo del gran manipulador Ismael Rodríguez.  

Derbez no está preocupado por atrapar a la audiencia americana y, sin embargo, ésta queda “embalsamada” ante la telenovela tragicómica sin capítulos en colores pastel, No se aceptan devoluciones (Instructions not Included, 2013), de la misma manera en que es atrapada cuando se pasea una tarde por el centro de Oaxaca: sin entender nada.

La revista Variety sencillamente no puede explicarse el tercer acto del filme y lo crítica sin piedad, sin entender que está ante un género nacional, el hiper melodrama cómico, que sólo el mercado latino puede entender a ciencia cierta.

El kitsch que constantemente despide la cinta es magistralmente aterrizado, sin salirse del sartén, por un chef frente a la cámara: Eugenio Derbez, que encuentra en el joven talento de Maggie (Loreto Peralta) el camino para llegar al estrellato, regalándole al espectador momentos inolvidables y entrañables, eso sí, “a la mexicana”.

El primer acto podría hacer carcajear a Judd Apatow (Virgen a los 40): Valentín (Derbez) fue criado-traumado por el gran Johnny Bravo, interpretado por ese “ícono” del cine mexicano que es Hugo Stiglitz (La Noche de los Mil GatosTintorera), en realidad, símbolo de las peores decadencias nacionales. Valentín no puede asumir el dolor de la vida de otra manera que a través de su machismo. Mujeriego empedernido, que en Dolly lateral con cortinillas humanas y esculturales, que saltan a través del tiempo elípticamente, nos dejan claro su caracterización en una muy colorida gran secuencia. Todo esto entre los riscos de la huella más atroz del presidencialismo mexicano, los dominios vacacionales de Miguel Alemán como isla de la fantasía que auguraba que los peores excesos estaban por venir, Acapulco.

Una vez más, perros, o más bien lobos, son incluidos en la trama, los rostros de la gente se metamorfosean en hambrientos lobos que miran directamente al lente en top shot, casi licántropos extraídos de Compañía de lobos (Neil Jordan, 1984). Cuando finalmente una bebita se convierte en la amenaza más grave para el adolescente comportamiento de Valentín, éste se ve obligado a desarrollarse emocionalmente con momentos calcados más de cintas clásicas, como The Kid (Chaplin, 1921), o de toque más nacional como El que con Niños se Acuesta (Rogelio A . González, 1957) o alguna de Capulina cuyo título no recuerdo, para que pueda crecer no sólo la pequeña Maggie, sino él mismo.

Valentín, estancado en su adolescencia por traumas de la infancia, tiene que procesar esta etapa acompañado de su hija en un cuarto de juegos que recuerda en varios niveles a  Mi Juguete Preferido (Richard Donner, 1982), esa joya de comportamientos simbólicos de esclavismos no superados.

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Derbez asume sus influencias y las dota de engranes (reduciéndolas muchas veces a un nivel muy primario, llevándolas al límite de lo surreal tropicalizado) que hacen avanzar la trama, en especial el retorno de la mamá extraviada Julie (Jessica Lindsey), que igual que la arrepentida Joanna (Meryl Streep) en Kramer contra Kramer (Robert Benton, 1979), ha pensado bien las cosas y viene por su hija. Derbez encuentra en su obra hipermoderna, sin pretensiones artísticas, estructuras probadas en el guión para entretener a la audiencia, porque sin la recuperación en taquilla no podemos hablar de algún inicio de una industria que todavía nos negamos en emprender. No sirven fondos estatales como los de FIDECINE, pues sólo son “domingos” para artistas que no funcionan como incentivos para construir un cine nacional que sin géneros esta más que muerto, zombie.

Lo que me llama la atención  en lo personal es su humildad para reconocer sus talentos y, sobre todo, sus limitantes. Regresa a los sketches que lo posicionaron en las alturas del humor nacional, pero los coloca de una manera ilógica dentro de la trama, dotando así de una dimensión inusitada los momentos melodramáticos de la cinta, como si de jugador de futbol mexicano en equipo internacional de abolengo se tratara, inmortalizando alguna jugada. Esto nos recuerda que en México las cuestiones estéticas son difíciles de entender por los cánones internacionales, más los de un artista que ha quedado perplejo al ver la complejidad del pensamiento artístico popular. Pensemos por un instante que de aquí, de México, es el hongo alucinógeno, aquél que casi vuelve loco a Paul McCartney durante una ceremonia mazateca, y también de aquí son los alebrijes. André Breton quedó encantado con su silla de tres patas que un carpintero mexicano le hizo, claro, partiendo de su dibujo en perspectiva.

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En el espectador mexicano hay una veta obscura que Nosotros los nobles (Gaz Alazraki, 2013) sabe explotar a la perfección muy inteligentemente y que consiste en dotar al pueblo de un instrumento imaginario que le permita castigar cruelmente  por hora y media a esa alta clase social que los ha oprimido tanto, que los amenaza constantemente y a la que jamás podrán acceder por más que sigan siendo invitados en cada telenovela o anuncio televisivo.

Derbez, aunque apela a un México en apariencia más “bonito”, en realidad está cuestionando la masculinidad del hombre “macho” mexicano. Ante la imposibilidad de  resolver sus conflictos entre bragas, a cuyas dueñas se parece cada vez más, tiene que venir una mujer (una bebita) a enseñarle cómo ser hombre, combatir por su virilidad casi perdida y batallar finalmente con una mujer que tuvo que encontrar satisfacción en los amables brazos de otra mujer.

Aunque la vuelta de tuerca ha sido plagiada de la primera temporada de Louie (Louis C.K) de la cadena FOX, en donde Louie descubre junto a su hermano que su madre de avanzada edad ha optado por el lesbianismo para vivir feliz sus últimos años de vida, Derbez deja claro el plagio al hacer la escena en un comedor también. Pero en No se aceptan devoluciones el hombre tiene que encontrar su corazón para ser hombre, dejando de ser esta búsqueda una cuestión de testosterona. 

Twitter del autor: @psicanzuelo