Uno de los atributos más sorprendentes del budismo es su capacidad de ser consistente en contraste con los cambiantes paradigmas científicos y ontológicos.
El principal ejemplo tiene que ver con la sustancia de la realidad. De acuerdo con el budismo, el shunyata o la vacuidad es la verdadera naturaleza de todos los fenómenos; cualquier cosa que existe es un objeto de conocimiento y es vacío en el sentido de que no existe por sí mismo, sino que depende de una mente que lo conozca o lo experimente. Hoy es relativamente más fácil entender este concepto que en los tiempos de Buda. Entonces, explicar porque un átomo era vacío (se decía que al tener partes direccionales: arriba, abajo, etc.. era divisible al menos conceptualmente) exigía más un entendimiento de la magia que de la ciencia. Hoy en día sabemos, gracias a la física de partículas, que el átomo también está vacío de existir inherentemente, que no es indivisible y que las partículas se comportan no de la forma esperada, sino probabilísticamente. Se sabe también que los átomos son en un 99.9% espacio vacío y el restante .01%, si se lo mira con atención, también desaparece. Persiste una visión de la realidad como un mapa psico-emocional holográfico, cuyas coincidencias tienen más que ver con convenciones culturales, con formas de nombrar y entender a los objetos-del-mundo-allá-fuera.
Hay paralelos muy interesantes entre conceptos como el de la bodhichitta y el de la empatía o distribución de la conciencia mediante las neuronas espejo. La bodhichitta es el deseo de alcanzar la iluminación para poder liberar del sufrimiento a los incontables seres sintientes. Para lograr este objetivo el aspirante a bodhisattva debe contemplar y meditar repetidamente en el dolor de los demás. Para cierto sentido común es incomprensible cómo es que la receta para obtener la felicidad verdadera pasa por el suplicio de visualizar a los seres que estimamos sufrir; pero desde otro punto de vista, según las investigaciones con las neuronas espejo, la empatía extrema puede generar un círculo virtuoso mediante el cual, entre más disolvamos la conciencia individual en la colectiva y más sintamos que el sufrimiento y la felicidad de cualquier ser es de suma importancia, más feliz y poderosa se volverá nuestra experiencia. Algo sucede entonces, un cambio trascendente: el practicante se convierte en un bodhisattva y es una persona en el camino seguro para convertirse en un Buda. Es el entendimiento de la conciencia repartida entre todos los seres, y la puerta de acceso es la compasión universal.
Una anécdota científica: el monje francés Mathew Riccard es cuantitativamente el hombre vivo más feliz sobre la Tierra. Las mediciones que se le practicaron mientras meditaba dieron valores fuera de la norma en cuanto a niveles de “felicidad” en la química de su cerebro. Estaba meditando en la compasión universal.
Hay cierta discrepancia, sin embargo, con las corrientes materialistas, que siguen tratando de encontrar el asiento de la conciencia o del ser, ya sea en el cerebro, en la glándula pineal o en el sistema nervioso en su conjunto. Según el budismo, y algunas otras corrientes filosóficas, el ser es una ilusión producida por la conciencia mental y por los sentidos.
El budismo afirma junto con las teorías evolucionistas que no hubo creación, sino que todo fenómeno tiene causas y condiciones. El tiempo-sin-principio es uno de los pilares cosmogónicos budistas. Aunque se discrepaba entre este punto y la teoría de Big Bang, recientemente físicos como Neil Turok alzan juiciosamente la pregunta: what banged? En efecto, el Big Bang no puede ser el principio del espacio-tiempo, no puede haber un efecto sin causa.
El budismo se encuentra lejos de las teorías new-age-easy-going que pretenden una visión del universo como una entidad armónica, completa, perfecta, que resuena como una metáfora de Dios, y que posee una especie de voluntad que se ocupa de los destinos contradictorios de sus habitantes. Sin embargo, según las leyes de la termodinámica, en particular la ley de la entropía , en el universo reina el caos, causa y efecto en efervescencia, buscando equilibrios para nuevas rupturas, sistemas que se crean y se destruyen. Desde este punto de vista la coincidencia es total: el samsara es impuro e imperfecto, es caótico. Sin embargo este caos, o karma es perfecto e implacable.
Finalmente, según el cosmólogo Sean Carroll, el futuro final del universo es convertirse en espacio vacío: se cree que en un futuro muy lejano así será. Y según el budismo llegará un día en que todos los seres serán budas, habitando en éxtasis el perfecto vacío… y ahí es cuando empezará la fiesta, dicen.