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El despertar, ese momento que oscila entre la simpleza de la vida cotidiana y lo milagroso de la vida cotidiana, revela más de lo que creemos sobre nuestra personalidad; aquí un infográfico que parte de dicha premisa.

AlarmClock

Este es, quizá, un ritual que todos compartimos, uno que aunque puede manifestarse de múltiples, incontables formas, se reduce a una sola palabra, una sola acción: despertar. Algunos, la mayoría, lo hacen en la mañana; otros, los menos, más bien en la tarde, otros más de madrugada y algunos quizá por las noches. Pero todos, salvo por las excepciones obvias, tenemos que hacerlo, traspasar la frontera del mundo en el que nos encontrábamos, el del sueño y el descanso, para regresar a este, el de la vida diurna, el de la vida consciente, el de la vida a secas.

Y quizá por eso, porque el despertar mucho tiene de sagrado (uno de sus muchos sentidos tiene importantes resonancias en el hinduismo y el budismo), de milagroso incluso, se trata también, como quería Kafka, del momento “más arriesgado” del día, ahí donde contra toda probabiliad el mundo parece volver a acomodarse a la forma que tenía antes de que lo dejáramos:

Alguien me dijo, ahora no me acuerdo quién, que, cuando nos levantamos temprano, resulta extraño encontrarlo todo en el mismo sitio en que se dejó por la noche. La vigilia, al menos en apariencia, es un estado muy diferente al del sueño y, como ese hombre dijo con razón, se necesita una gran presencia de ánimo para, con los ojos abiertos, situar todos los objetos en el mismo lugar en que quedaron la noche anterior. Por esto mismo, el instante en el que despertamos es el más arriesgado, una vez que se ha superado, sin quedar desplazado del lugar, podemos seguir viviendo confiados el resto del día. A qué conclusiones llegó ese hombre ––ahora me acabo de acordar de quién era, pero su nombre es indiferente…

(El proceso, fragmento tachado)

Marcel Proust, en una coincidencia imprevisible pero afortunada, tenía una opinión similar a la del checo a propósito de este instante, como si ambos grandes escritores pertenecieran a una hermandad secreta y poseedora del mismo conocimiento reservado a unos pocos iniciados:

Se llama a esto un sueño de plomo, parece que uno mismo se haya convertido, por espacio de algunos instantes después de haber cesado un sueño así, en un simple monigote de plomo. Ya no somos personas. Entonces, ¿cómo es que al buscar uno su pensamiento, su personalidad, como quien busca un objeto perdido, acaba por recobrar su propio yo antes que otro alguno? ¿Por qué cuando empezamos a pensar de nuevo no es entonces la que encarna en nosotros otra personalidad que la anterior? No se ve qué es lo que dicta la elección y por qué, entre los millones de seres humanos que uno podría ser, va a poner precisamente la mano en aquel que era la víspera. ¿Qué es lo que nos guía cuando verdaderamente ha habido interrupción (ya haya sido completo el sueño o los sueños enteramente diferentes de nosotros)? Ha habido verdaderamente muerte, como cuando el corazón ha cesado de latir y unas tracciones rítmicas de la lengua nos reaniman. La habitación, desde luego, aunque solamente la hayamos visto una vez, despierta recuerdos de que penden otros más antiguos. ¿Dónde dormían en nosotros algunos de que adquirimos conciencia? La resurrección en el despertar —después de ese benéfico acceso de enajenación mental que es el sueño— debe de asemejarse, en el fondo, a lo que ocurre cuando se vuelve a encontrar un nombre, un verso, un estribillo olvidados. Y acaso quepa concebir la resurrección del alma allende la muerte como un fenómeno de memoria.

(El mundo de Guermantes)

Los anteriores párrafos nos permiten introducir un elemento, acaso, mucho menos solemne: un infográfico que promete develar el misterio de la personalidad a partir de la alarma que cada cual utiliza para "despertarse". Como sabemos por experiencia propia, muchos de nosotros necesitamos un artilugio que, acaso contra nuestra voluntad, nos devuelva al mundo de la vigilia, un objeto más bien ruidoso y, con todo, no siempre escuchado, que en la interacción que tenemos con él revela algo de lo que somos cuando regresamos a nuestra realidad colectiva. ¿Postergamos una y otra vez el momento de por fin levantarnos? ¿O tal vez triunfamos sobre la alarma y, por decirlo de algún modo, despertamos antes que ella? Acaso nada de esto y más bien eres de los que se ponen el pie a sí mismos y, en este caso, se equivocan al ajustar la hora en que tendrían que levantarse.

Sea como fuere, y antes de presentar el infográfico, un fragmento del gran Roberto Calasso que nos recuerda, para decirlo proustianamente, "la importancia del despertar":

No son muchos quienes viven el acto del despertar siempre renovado, en el interior de la vigilia, acto definitivo solamente en el Buda. Sólo de esos pocos, según se ha dicho, se puede decir que piensan, aunque todos experimenten el acto del despertar, del sacudirse del sueño. Pues el fenómeno que se manifiesta en todos, día tras día, es sólo un ejemplo, un bosquejo, una figuración aproximada del otro fenómeno, que la mayoría ignora.

K.

 

 

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En Faena Sphere: La guía de Proust para despertar cada mañana

Twitter del autor: @saturnesco

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