"Leer a Nabokov te ayuda a tomar mejores decisiones", y otras seducciones al establishment corporativo desde la academia
Por: Luis Alberto Hara - 07/01/2013
Por: Luis Alberto Hara - 07/01/2013
En años recientes diferentes departamentos universitarios de humanidades se han visto en posición de ver sus presupuestos limitados y su función cuestionada por los altos mandos del gobierno, quienes no ven como algo relevante para la economía de mercado el seguir manteniendo hordas de nerds leyendo a Shakespeare y pensando en el infinito. A raíz de que las artes liberales y las humanidades estén recibiendo ese golpe a su status de garantes de la cultura y la cohesión cívica, algunos académicos han tratado de "hackear" la forma en que la información se presenta para volver tal vez más glamuroso o relevante lo que ocurre a puertas cerradas en las bibliotecas de humanidades.
Laura Miller escribió sobre este asunto en una pieza para Salon, donde cuestiona la honestidad de estudios que tratan de revalorizar las humanidades como relevantes para las sociedades postindustriales y enmarcadas en el trabajo de la llamada "clase creativa". Miller se refiere específicamente a un estudio aparecido hace unas semanas titulado "Leer novelas nos hace pensar mejor"; el estudio afirma que los lectores de literatura pueden tomar mejores decisiones, adquieren un entendimiento más completo de las relaciones interpersonales e incluso desarrollan mejores habilidades cognitivas al ejercitar la flexibilidad mental.
Aunque todos estos beneficios de leer obras literarias parecen muy plausibles (y en el estudio están sustentados por lo que parece ser una sólida investigación), Miller sospecha de las agendas ocultas de quienes quieren promover la lectura no tanto por una cuestión de orden filantrópico o para mejorar las vidas del público lector, sino simplemente para hacer cambiar de idea a los gobernadores y personas encargadas del presupuesto universitario, para que este no se vea asfixiado. En suma: Miller cree que los datos se presentan de manera engañosa para tratar de explicarle a la gente que no lee que leer es importante y te vuelve una especie de Superman mezclado con Gandhi.
Miller basa su argumento en hechos como que el gobernador del estado de Florida en Estados Unidos, Rick Scott, ha sugerido que la gente que persigue estudios de posgrado en humanidades, digamos, como historia del arte o antropología, tengan que pagar más por sus estudios por el hecho de que por su misma formación no se integran rápidamente en áreas productivas (como el comercio o la industria), y relegándolos como una carga que el sistema debe financiar.
Este hecho Miller lo conecta con el estudio sobre las novelas diciendo que sus autores de hecho son novelistas, y en años recientes han estado involucrados en proyectos para salvar las humanidades universitarias, como un video de la American Academy of Arts and Sciences que cuenta con participaciones de luminarias como el actor John Lothgow, el legendario director de cine George Lucas y el arquitecto Billie Tsien, quien afirma que "las humanidades no son medibles". Dirigida a la manera de una campaña de publicidad, estos esfuerzos estarían encaminados a recordarle al pueblo de Estados Unidos que tener gente analizando obras de arte renacentista o trabajando en la metafísica de Aristóteles son "una fuente de memoria nacional y vigor cívico, entendimiento cultural y comunicación", etc.
Miller sigue el rastro de esa intuición hacia los autores del estudio sobre las novelas y su relación con el mejoramiento de la cognición: Maja Djikic, investigadora literaria y Keith Oakley, novelista y psicólogo, han estado inmiscuidos en proyectos como el video anterior, que sirvan para hacer voltear al sector de negocios hacia la literatura y las humanidades. Decir que las novelas te hacen mejor persona por razones muy concretas, afirma Miller, les permite vender la idea a los políticos y agentes corporativos de que las humanidades no sólo no son una pérdida de tiempo sino que son fundamentales para el funcionamiento de la sociedad.
"No dudo del compromiso de Djikic con la literatura", afirma Miller, "pero no puedo evitar notar que también es asistente de investigación en la Rotman School of Management y directora del 'Self-Development Lab'." Miller afirma que sus estudios en humanidades estarían editorializados o disfrazados de información reconocible para administradores, creativos de marketing y líderes de empresas en la escuela de management. En suma, presentados de manera que la educación sea vista por este sector de la sociedad no como un gasto innecesario, sino como algo en lo que de hecho vale la pena invertir para obtener esos beneficios potenciales, como mayor "creatividad".
El problema es que "creatividad" es un concepto sumamente flexible. En estos estudios, diría Miller, la creatividad no es presentada como un ingrediente de la vida o la capacidad para hacer que algo que no existe pueda existir; la creatividad en estos estudios sería tratada más bien como "nuevas soluciones para vender agua azucarada con colorante."
La tesis de Miller es que para salvar la academia de artes liberales, al menos en el mundo anglosajón, personas como Djikic y Oatley están obligadas a presentar sus investigaciones en términos que los corporativos y la gente encargada de repartir el dinero puedan entender. El hecho de que la información se viralice por Internet y la gente esté ávida de estudios que legitimen sus prácticas y modos de vida puede extenderse también al hecho de que esta información influye efectivamente en la información pública, y en dado caso puede ser una amenaza (o una fuente de legitimación) para sus fuentes de trabajo, concretas y reales.
La creatividad parece comportarse como un agente sin bien ni mal, amoral, que sirve como una herramienta para perseguir los fines que por una u otra razón hemos elegido. Si estudios de este tipo son utilizados tramposamente para beneficio económico de sus autores, debemos aceptar que también se trata de ejercicios creativos, aunque nuestra idea de creatividad sea más pura o filantrópica. Lo importante es seguir dudando de la naturaleza de la información que recibimos en Internet y preguntarnos a qué fines obedece. Un poco de sana desconfianza es parte del temperamento científico y, claro, es una forma de imaginación creativa.
Incluso podríamos ir un poco más lejos y afirmar que, de hecho, la "alta" cultura y las humanidades están pasando por un proceso de "starbuckización", de presentarse como algo mucho mejor de lo que realmente son. No nos malentiendan: creemos que las humanidades son importantes si se asumen como una via para entender mejor la cultura en la que nuestra civilización ha crecido, pero de eso a presentar a Shakespeare como una deliciosa y clásica marca de café hay sólo un paso; un paso que los agentes de marketing y los líderes corporativos pueden aprovechar.
[Salon]