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Si enviar una carta de propósitos personales es ya, en sí mismo, uno de los gestos más civilizados que puedan encontrarse en nuestra historia cultural, la calidad de este se ve acrecentada cuando el remitente es algún artista que, como en el caso de un pintor, da a su misiva un toque de singularidad, dejando entre el papel y las líneas dedicadas al destinatario una muestra de su talento.