La enigmática naturaleza de los colores, el núcleo incongnoscible que encierran, no impide que nos entreguemos a su fascinación y su encanto, tal y como lo hicieron mentes tan notables como Goethe y Wittgenstein.
No menos curioso es el fenómeno de tener ciertos colores que nos son más agradables e incluso favoritos y predilectos. Un poco como en la música, los colores despiertan significados y asociaciones que no necesariamente les son propios. Así, es posible imputarles calidez o frialdad, emociones como la esperanza o el odio, y aun conceptos todavía más abstractos como la divinidad o la infinitud.
Y más allá de impresiones subjetivas, tal parece que es posible establecer, objetivamente, el que quizá sea el único color verdaderamente perfecto de nuestro mundo.
Recientemente, por ejemplo, se descubrió un fruto que podría ser el objeto más brillante de la Tierra, la Pollia condensata, y una especie de primate con una rara coloración de piel en su trasero y su escroto. En ambos casos, el azul es la tonalidad dominante, un azul que, además, sería sumamente difícil imitar con cualquier técnica pictórica.
Por otro lado, antropológicamente el color azul ha sido asociado a la virtud, la autoridad, la divinidad y la jerarquía social. Según Heinz Berke, profesor emérito de química en la Universidad de Zurich, “los pigmentos azules han cumplido una función excepcional en el desarrollo humano”, considerándose entre algunas culturas tan valioso como el oro.
Con el tiempo esta pudo ser la causa de que dicho color sea el preferido por la mayoría de las personas en el mundo. Diversas encuestas muestran que el azul se elige como el favorito, hasta 4 veces más que otros como el morado o el verde.
Desde el punto de vista psicológico, en donde los colores impacta directamente en el estado de ánimo y comportamiento de una persona, la calma y la apertura son las sensaciones que inspira el color azul. Como ejemplo puede citarse un estudio de la Clínica de Cleveland según el cual los jóvenes pacientes prefieren ser atendidos por enfermeras cuyo uniforme sea de dicha tonalidad; igualmente una investigación de la University of British Columbia en la que las pantallas azules de una computadora —en oposición a las rojas— facilitaron la solución de tareas que requerían precisión, además de que los participantes se inclinaron siempre por la pantalla azul cuando les preguntaron cuál pensarían que les ayudaría a resolver el problema dado.
En este punto quizá ya muchos habrán pensado que, en efecto, existe cierto matiz azulino relacionado con la depresión, la tristeza e incluso la muerte. Picasso es quizá el mejor ejemplo de ello: en 1901, al enterarse del suicido de su amigo Carlos Casagemas, comenzó a transitar en su labor pictórica por el sendero del azul, en el periodo que después de los historiadores del arte llamarían justamente con este sustantivo.
El guitarrista ciego, 1903 (Chicago Art Institute)
Elizabeth Crawford, profesora de psicología en la Universidad de Richmond, Virginia, sugiere esta tristesse podría tener un origen fisiológico, una reminiscencia de los labios tornándose azules cuando al cuerpo le falta oxígeno, o la tez igualmente azulina que de inmediato se opone mentalmente al rubor que se considera propio de un metabolismo sano y de una persona incluso amada, amable y afectuosa.
De vuelta a la naturaleza o, mejor dicho, al mundo físico, la luz azul se encuentra en los límites del espectro visible al ojo humano —esa es la razón por la cual vemos azul el cielo: la luz blanca del Sol se dispersa fácilmente por las moléculas de nitrógeno y oxígeno de nuestra atmósfera, acortando su longitud de onda hasta la tintura que observamos sobre nosotros en el lienzo celeste.
Y tú, ¿coincides? ¿Te alineas con el mundo y la naturaleza en la elección del azul como el color más armónico y perfecto de los que nuestra vista y nuestro córtex visual nos permiten percibir?
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Con información de The New York Times