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La anarquía que propone Bane en la última parte de la serie filmada por Christopher Nolan en torno a Batman es perversa pero seductora: somos lo suficientemente civilizados para no necesitar más la civilización. ¿Pero esto es cierto? ¿Es real y asequible?

No pretendo ser original, audaz ni novedoso si digo que la trilogía de Batman dirigida por Christopher Nolan puede verse también como una exploración a la idea del caos y, en particular, a sendas manifestaciones con que este se presenta en nuestro mundo.

Si esto es cierto o al menos momentáneamente aceptable, en la primera parte, Batman Begins, la variación examinada sería el caos como un elemento del mundo, inofensivo hasta que una circunstancia exterior lo saca de su latencia y su adormecimiento. Ese caos que reside en la naturaleza pero que no existe hasta que alguien lo descubre como tal, probándolo y experimentándolo en sus efectos. El caos como elemento de un mundo preadánico que solo cuando adquiere este nombre, cuando se le impone dicha denominación, hace presencia y pasa de ser una fuerza en potencia a una fuerza manifiesta.

The Dark Knight sería, obviamente, la escenificación del caos como fuerza primigenia, como elemento consustancial de la realidad sin el cual esta nunca hubiera sucedido. El caos, también, como fuerza indomable cuya negación sostenida parece ser el único fin de todo nuestro proceso civilizatorio: el ello freudiano, la pulsión de muerte, la tempestad y el terremoto, el furor, el rapto. Una fuerza imposible de detener en su voluntad ciega de arrasarlo todo ―gratuita, absurdamente― y ante la cual, sin embargo, se opone el héroe, engañado en su misión de reparar el orden cósmico quebrantado, ciego a la evidencia de que el origen mismo es una falta y una ruptura. Esta sería también la idea arquetípica del caos, que encuentra expresiones en casi cualquier mitología, cosmogonía y universo folclórico humanos ―el trickster, la Discordia (Eris), etc.

Por último, la trilogía cierra con algo que podría pensarse a partir del título del famoso grabado de Goya, «El sueño de la razón produce monstruos»: el caos que, inesperada  y paradójicamente, surge del ejercicio de la razón y los mecanismos de la lógica, de cierta modalidad especial del razonamiento (moderna, ilustrada) que en la proximidad de sus límites puede volverse contra sí misma y amenazar la supervivencia del sistema entero.

De los villanos que antagonizan en sus respectivos momentos la serie, quizá ninguno tan público, tan político, como Bane. Como si se tratase de alguno de esos legendarios oradores de la antigüedad ―un Demóstenes, un Cicerón―, Bane no pierde ocasión para pronunciar discursos y perorar, sea ante una multitud o ante un puñado de personas, conservando siempre un tono calmo pero contundente, irrebatible, recorriendo vericuetos lógicos que al menos en la primera escucha suenan impecables, sin importar que sea una perversidad lo que está defendiendo y aun lo que está haciendo con el razonamiento mismo.

A diferencia de las dos partes anteriores, donde el caos llega por medio de una droga y de la locura de un hombre, respectivamente, en The Dark Knight Rises el caos se presenta como una marea imparable, una revuelta empujada por un supuesto ideal de justicia e igualdad, de la declaración de muerte, agotamiento, obsolescencia o corrupción de esas instituciones sociales que, idealmente incorruptibles, deberían garantizar la paz social, el bien común, la convivencia pacífica y todos esos conceptos de la teoría política clásica que avalan o justifican la sujeción del hombre a las creaciones colectivas que permiten la vida en sociedad ―y quizá ese sea uno de los descubrimientos mejor logrados de la película: que incluso corruptas, dichas instituciones cumplen esa función elemental, acaso porque, como han sugerido varios pensadores en distintos momentos de la historia (entre ellos, por citar un ejemplo, Étienne de La Boétie), nuestra voluntad de obediencia es mucho más fuerte que nuestro deseo de ser libres, un recurso de supervivencia sumamente efectivo diseñado para disminuir o desaparecer el riesgo que supone ejercer la libertad.

Ese parece, en el fondo, el argumento esencial de la anarquía que Bane (y quizá no solo él) propone, contradictorio y paradójico: somos lo suficientemente civilizados como para no necesitar más de la civilización, somos los suficientemente civilizados para deshacernos de sus instituciones y sus reglas, sus códigos, sus prohibiciones. Y esto puede ser cierto. Es, también, la ensoñación utópica de la anarquía. ¿Pero es real? ¿Es asequible? ¿Algún día todos seremos lo suficientemente civilizados como para no necesitar más la correa de la civilización sobre nuestros cuellos?

Solo como curiosidad: Dictatorship of the Proletariat in Gotham City | Slavoj Žižek on ‘The Dark Knight Rises’ [traducción al español, PDF

Twitter del autor: @saturnesco