¿Ética de la risa cruel? El payaso Platanito y mil maneras de morir
Por: Cristopher Garnica - 02/04/2012
Por: Cristopher Garnica - 02/04/2012
¿Saben de qué murió Michael Jackson? De desesperación… que porque le quemaron una guardería allá en Sonora [risas]. No se burlen, pobres chavitos al pastor, no sean culeros [risas]. [La ABC] ya no es guardería, ahora es un changarrito que se llama Kentucky Fried Childrens […]
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Pero antes de abordar el tema del payaso Platanito, o sobre la demanda de ética en la risa cruel, quisiera enfatizar otro programa de TV que recurre al humor negro para parodiar la muerte. 1000 maneras de morir trata humorísticamente cómo, por razones involuntarias, ignorancia o bien por el ingenio de la producción, las personas mueren: por ejemplo, un tipo alcoholizado y drogado que orina en una cerca eléctrica. Su orín envía 10 000 voltios a través de su cuerpo, calcinándolo. El propósito del programa es mofarse de los muertos, al menos de inicio; la ambigüedad asalta cuando una explicación posterior sobre por qué, cómo, de qué modo y hasta para qué actuó la orina de conductora de electricidad en el organismo del occiso. Para ello se sirve de imágenes en tercera dimensión y explicaciones científicas sobre la causa formal de la muerte. El muerto se convierte en objeto de estudio; en una cosa de la cual lo primordial no es solo reírse de su forma de morir —puesto que de la muerte per se no habría manera de reír al ser desconocida—, sino también aprehender de ella y hasta prevenir esos casos. La muerte con un sentido iniciático-científico.
Esta tanatología mediática elimina lo traumático de un accidente para tener una versión accesible a todo público. Disfraza la impresión grotesca, sanguinolenta, cadavérica y cruel con recreaciones HD, sutiles ridiculizaciones y versiones computarizadas sobre el deceso. El horror se hace risible y sucede la explicación anatómica del fallecimiento.
Lo que se oferta y se demanda de 1000 maneras de morir, así como de los chistes expresados por Platanito, es una expresión grotesca (irracional) disfrazada (de racionalidad científica en caso del primero, hedonista en el caso del segundo). Así, puedes tener un espectador o un receptor, que no vomita sobre su alfombra aligerando el horror y que aprende al mismo tiempo sobre la bondad de la muerte.
Con el horror bondadoso se tiene el poder de trasformar la trilogía de Trauma —asesinatos, decapitaciones, suicidas y violencia extrema sin censura— en una situación divertida: música agradable, chistes entre muertes, un narrador irónico, sonidos caricaturizados y risas enlatadas acompañadas por comerciales donde la muerte actúa en el sit com. La capacidad para burlarse de las cosas y el nivel de horror presentado por la TV asciende gradualmente, pero con ello también el nivel y las técnicas para disfrazarlo.
Para reír de 1000 maneras de morir, tanto como para reír de cualquier situación, es necesario cancelar todo pensamiento, toda moral, todo sentimiento y empatía. Solo así se puede experimentar una risa enteramente placentera; no obstante, como el chiste de la guardaría ABC, una risa cruel que desahoga, consterna y levanta un asco (bondadoso) también provoca un nivel de placer —aun cuando sea algo que no se puede consumar por completo.
DE LA ÉTICA DE LA RISA
La risa cruel provoca una contrariedad interna, a saber, 1) placer e inquietud del cuerpo y 2) intromisión de la razón y la moral de la mente. Lo que de alguna manera extraña se conecta cuando uno ríe. Aunque enseguida haya una sensación de vacío en el cuerpo y la represión de la mente que corrige la necesidad de liberar la risa. En otras palabras, luego de la risa hay un momento en que pongo en tela de juicio el chiste y mi propia risa y lo confronto con un razonamiento moral: ¿cómo puede causarme gracia la crueldad de lo que veo o lo que escucho? ¿Cómo reírme plenamente sin que me provoque insatisfacción el horror bondadoso?
Para aligerar la tensión provocada entre ambas partes, existe una dicotomía que utilizan los medios y los humoristas como recurso ético para presentar el horror bondadoso, no de forma radical pero sí de una manera implícita, que divide los productos en dos categorías: 1) lo risible permitido (legitimado por la proyección visual o por la moral) y 2) lo risible no permisible (el tabú). En la primera categoría se encuentran las proyecciones humorísticas que se justifican por la validez de los medios que los exponen, incluso las formas de morir de los filósofos como camino iniciático —El libro de los filósofos muertos de Simon Critchley. La popularidad es propensa a toda risa: es válido reír de ellos sin importar incluso lo ruin o extremo de la situación de su muerte. Burlarse de esto ha sido el gran mérito, puesto que ridiculizar a la farándula la desmitifica; aunque esa humillación pragmática se haga costumbre con el tiempo. En el segundo caso están los muertos anónimos —lo prohibido, lo censurable. El anonimato es sórdido. Por tanto se sabe cruel, terrorífico, grotesco etc., como las muertes de los niños. Además no goza del privilegio de una sana e instructiva explicación orgánico-científica como el caso de 1000 maneras de morir.
Aquello prohibido, lo inadmisible por su sordidez, es reírse de los muertos, de las víctimas, incluso en situaciones cotidianas. Si nadie hasta ahora había hecho chistes del ABC, tampoco se han mofado de las muertas de Juárez (a menos que entre sus víctimas estuvieran Elba Esther Gordillo, Paris Hilton, Ninel Conde y las chicas de Jersey Shore). En caso contrario, la carga simbólica de los feminicidios, el misterio de las muertes, la preocupación del suceso, la conciencia social y cultural, serían risas estigmatizadas por la política correctiva del escrutinio moral (lo que pasó con Platanito, la censura de su programa y los ataques en Twitter).
Reír de las tragedias contiene un proceso de relativización cultural que depende de la cercanía de lo fastuoso. Asimismo, entre más lejana haya ocurrido la tragedia, más burla habrá; si la tragedia, por más cómicos que resulten sus chistes, es cercana, mayor será la prohibición y la lucha moral contra el comediante. Sin embargo, ¿es válido reír de la muerte? ¿Es válido hacer diferencias arbitrarias, morales, sociales, entre reír de alguien famoso y reir de alguien que no lo es? ¿Podríamos rebajar a cosas a los niños de la guardería ABC o incluso a nuestros propios muertos y explicar el proceso de su descomposición científicamente y así legitimar la mofa? ¿Acaso los hijos de aquellos muertos famosos no son víctimas de la humillación permisible de la risa? ¿Por qué los padres de las víctimas y la consciencia moral hacen ésta dicotomía mediática?
Hay además otra diferencia cultural y económica en el asunto de reír o no de los muertos. De los ricos y poderosos es permisible reír, pues la mofa les resta estatus; si confirman el mito de los mass media, hay que derrumbar su símbolo con bromas, a pesar de la crueldad y humillación que puedan sufrir. Mientras que al anonimato se le ha enfatizado la humildad y se ha cargado de un simbolismo moral, religioso y en el caso de Platanito hasta patriótico. La humillación sufrida cotidianamente es suficiente para reír también de su forma de morir. Reír del poder humaniza. Reír de la pobreza injuria al que se burla, en todo caso su burla no es legítima (de hecho, a los “burlones” se les reprendía con la maldición de que sus risas podían alterar el código genético de su descendencia: “No te rías, puedes tener un hijo así”; el mismo Platanito lo dice: “No te rías de los chavitos al pastor, no seas culero”). El humor negro distingue castas, popularidad y anonimato, permisible y no permisible y, claro, entre cientificidad y risa ausente de conocimiento. O al menos lo había hecho.
La pregunta es, todavía, ¿se vale reír de los muertos? Digamos que sí, un poco para seguir con el ejercicio de defensa lúdico de Platanito, teniendo en cuenta que es un comediante trasgresor, irreverente, amoral y que siguiendo su sit com incluso tendría que ser cruel para ser gracioso: Todo suceso es risible, apunta Bergson en su libro La Risa. Sí se vale reír de la muerte, no obstante, hay que estar consciente del extremo de trasformar toda muerte, incluyendo su nivel de crueldad, en un placer risible a toda costa; ello se nos presentará, con o sin disfraz, por mediación de la diversión. Si toda risa es válida o justificada científica y orgánicamente, entonces habría que indagar más en las consecuencias de ello, sobre todo en la descarga de simbolismo que provoca la muerte de alguien —incluyendo los asesinatos y demás formas violentas y de tortura. Aunque también en las consecuencias que implican para el humorista…
La paradoja del “todo suceso es risible” y “el humor es trasgresor”, es la carencia de reglas; es decir, una falta de ética. No obstante es la ventaja para el humorista, que bien supo aprovechar Platanito, para reírse de la situación del ABC. Sin reglas la burla de la muerte sería igual para todos. Una democracia efectiva en su totalidad que con el tiempo, para incrementar la calidad de las risas, tendrá que acceder a más horror que accione la risa cruel. Pero, ¿qué no es la demanda de placer que provoca la risa cruel lo que exigen las personas cuando buscan diversión en el show de Platanito, en 1000 maneras de morir y otros comediantes y programas similares? Quien esté libre de risa cruel que arroje la primera broma.
Y aunque se piense que los chistes de Platanito y 1000 maneras de morir sean dos casos aislados en el asunto de la risa y la muerte, ¿hasta qué punto es válida la risa para todos? ¿Vale reir de la farándula, de los anónimos cosificados por la ciencia de forma permisible? Y de los muertos propios, de aquellas personas que cargamos en la memoria y que incluso seguimos su legado, ¿no es válido reírse? ¿Vale reír de las víctimas anónimas, de los muertos por el horror y terror que vivimos hoy en día pero con mesura? ¿Hasta qué punto nos reiremos de las víctimas? Y si en efecto vale reír de ello, ¿hasta qué punto la risa nos convierte en victimarios?