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Un recorrido ensayístico por la psicología junguiana y su concepción de la mente como un cónclave de arquetipos: Los dioses están dentro de nuestra psique como conjuntos de ideas --neuroespacios míticos-- o actitudes y perspectivas milenarias que nos in-forman.

 “No se puede hablar de los dioses sin los dioses.”

Jamblico.

Una de las distinciones más profundas de nuestra forma de concebir la realidad y la del pensamiento antiguo es la tendencia de este último, enormemente diversificada, a interpretar el mundo en términos de principios arquetípicos. Desde los tiempos más remotos la humanidad ha creído en dioses: figuras numinosas que personifican fuerzas o atributos universales. Para todas las cosmovisiones chamánicas primitivas y para todas las filosofías esotéricas antiguas, desde el hermetismo al platonismo, del gnosticismo a la cábala, el cosmos era concebido como una manifestación dinámica de ciertas fuerzas o principios primordiales diversamente imaginados como deidades inmortales, Ideas universales, absolutos inmutables o arquetipos.

El universo griego pre-aristotélico estaba ordenado por una pluralidad de esencias intemporales que subyacían a la realidad concreta y le daban forma y significado. “Estos principios arquetípicos comprendían las formas matemáticas de la geometría y la aritmética, los opuestos cósmicos, tales como la luz y la oscuridad, lo masculino y lo femenino, el amor y el odio, la unidad y la multiplicidad y las ideas de lo Bueno, lo Bello, lo Verdadero y otros valores morales y estéticos absolutos. En el pensamiento griego prefilosófico, estos principios arquetípicos tomaron la forma de personificaciones míticas tales como Eros, Caos, Cielo y Tierra (Urano y Gaia), así como figuras de personificación más plena, tales como Zeus, Prometeo y Afrodita. En esta perspectiva, todos los aspectos de la existencia quedaban modelados e impregnados por estos fundamentos. A pesar del continuo flujo de fenómenos, tanto en el mundo exterior como en la experiencia interna, era posible distinguir estructuras o esencias inmutables específicas, tan definidas y duraderas que se les atribuyó una realidad independiente. Precisamente sobre esta propensión de ver esclarecedores universales en el caos de la vida edificó Platón su metafísica y su teoría de conocimiento.” (Richard Tarnas, La Pasión de la Mente Occidental, 2008).

Para comprender el pensamiento platónico, nos dice el historiador de la cultura Richard Tarnas, debemos comprender que, para Platón, los arquetipos no eran generalizaciones humanas o abstracciones conceptuales creadas arbitrariamente a partir de los objetos del mundo real, sino que tenían un grado de realidad superior al del mundo de las cosas, el cual derivaba de estos. “Los arquetipos platónicos forman el mundo y también están más allá de él. Se manifiestan en el tiempo y, sin embargo, son intemporales. Constituyen la esencia oculta de las cosas. Platón consideraba que la mejor manera de entender lo que se percibe como objeto particular en el mundo es considerarlo una expresión concreta de una Idea más fundamental, de un arquetipo que da a ese objeto su estructura y su condición especiales. Una cosa particular es lo que es en virtud de la Idea que la informa. Algo es “bello” en la medida exacta en que el arquetipo de la Belleza está presente en él. Cuando alguien se enamora, lo que el enamorado reconoce y aquello a lo que se rinde es a la Belleza (o Afrodita), y el objeto amado es instrumento o portador de la Belleza. El factor esencial del acontecimiento es el arquetipo, y este nivel es el de significado más profundo… En consecuencia, el filósofo reconoce la Idea que subyace a todos los fenómenos bellos. Devela la auténtica realidad detrás de la apariencia. Si algo es bello, lo es porque “participa” de la Idea (absoluta) de Belleza.” (Tarnas, 2008).

La filosofía aristotélica se libró de todo esto, dejando de lado los universales para enfocarse únicamente hacia lo particular y lo concreto, sentando las bases de un empirismo materialista. Tras la caída de Imperio Romano y el ascenso monolítico del cristianismo, un único dios, monoteísta y trascendente, fue impuesto sobre la razón por el poder del dogma durante casi dos milenios. Con la emergencia del cientificismo y el humanismo renacentista, el último de los dioses sería socavado. En 1885, Nietzche escribía su acta de defunción: “Dios ha muerto...Muertos están todos los dioses”. El hombre estaba solo en un universo indiferente, vacío de significado trascendente más allá del que pudiera imponerle la arbitraria y trágicamente libre voluntad humana.

Setenta años después, mientras analizaba los sueños de un paciente esquizofrénico en la Clínica Psiquiatrica de la Universidad de Zurich, Carl Gustav Jung encontró el inconsciente colectivo.

Jung fue, junto con Freud, una de las principales figuras fundadoras de la psicología del inconsciente, a la cual dedicó prácticamente la totalidad de su vida. Uno de los descubrimientos centrales de Freud fue que nuestro inconsciente, en los sueños, se expresa en símbolos que pueden ser interpretados y que poseen un significado para nosotros. El modelo de Jung supuso la ampliación de esta idea a todas las producciones culturales de la humanidad. Mientras estudiaba los sueños de sus pacientes, Jung comenzó a encontrar similitudes entre los símbolos surgidos del inconsciente de estos y símbolos antiguos de carácter mitológico, religioso o filosófico que los propios pacientes desconocían. Los mismos temas que conformaban los mitos del pasado, despreciados por el pensamiento occidental como fabulas precientificas o falsedades de tiempos primitivos, estaban vivos en la psique. Analizando de esta manera los símbolos oníricos y comparándolos con material similar de la historia cultural humana, Jung dio con una serie de motivos típicos o estructuras básicas que subyacían bajo todas las formas de la imaginación y el pensamiento humano, en todos los tiempos y en todas las culturas conocidas. Recuperando la tradición platónica, Jung denominó a estos modelos simbólicos fundamentales arquetipos, los constituyentes básicos de lo inconsciente colectivo. El Héroe, La Madre, El Padre. El Anima y el Animus, el Anciano Sabio y el Paraíso Perdido son algunos de los principales arquetipos identificados por Jung. 

La vasta y prolífica obra de Jung y de sus continuadores supuso la confirmación de esta hipótesis de un inconsciente colectivo, al evidenciar los arquetipos en todas las producciones culturales humanas, desde la mitología hasta los sueños del hombre moderno, desde la filosofía hasta el arte, desde el pensamiento religioso hasta la teoría científica. Los arquetipos, invariantes fundamentales de la consciencia humana, habían estado presentes en toda la historia, configurando nuestra imaginación y nuestras experiencias y concepciones de la realidad desde la profundidad de la psique colectiva. En otras palabras, los dioses no habían muerto, se habían trasladado al inconsciente. Porque expresado en lenguaje simbólico, los arquetipos son dioses, son los dioses mismos (los motivos numinosos dominantes) de nuestra imaginación.

Suele entenderse erróneamente, en las interpretaciones superficiales de la teoría junguiana, el concepto de arquetipo como si se refiriese a una imagen o símbolo particular, e incluso se utiliza indistintamente la palabra "arquetipo" para referirse a estereotipos culturales. Sin embargo, en la teoría jungiana, los arquetipos no tienen una forma definida o concreta, más bien son como un molde o patrón subyacente del inconsciente colectivo que, al llenarse con los contenidos del inconsciente personal o cultural, se expresa en una forma concreta. Si en la teoría junguiana los arquetipos son los moldes básicos de representación, los símbolos o “imágenes arquetipales” son el contenido que llena esos moldes.

Estas imágenes simbólicas aparecen en los sueños, en las religiones y en las mitologías, en las creaciones artísticas, y están atravesados por la cultura y por todas las anteriores representaciones simbólicas con las que esa cultura se ha ido enriqueciendo (consciente e inconscientemente) a lo largo del tiempo. Por esta razón, a diferencia del arquetipo, los símbolos no son inmutables. Los símbolos y sus particularidades contextuales pueden transformarse indefinidamente junto con la cultura que los produce, pero el arquetipo que los hace existir permanece siempre, como un núcleo último de sentido inmutable. La imagen arquetipal de Zeus en la mitología griega, por ejemplo, refiere al arquetipo del Padre, que en la mitología nórdica toma la forma de Odín, y en la mitología judeocristiana recibe el nombre de Jehová.

Junto con el concepto de “arquetipo”, existen en la psicología junguiana los llamados “complejos psicológicos”, los cuales son considerados agrupaciones de ideas con una intensa carga emocional que forman parte del inconsciente personal de cada individuo. Cuando un complejo, por diversas razones, “se activa”, se convierte en una fuerza del inconsciente semi-autonoma que tiene el poder de avasallar y desplazar a la conciencia. “Cuando un complejo emocional se apodera de alguien, el "yo" queda fuera de combate. La persona puede no ser conscien­te o estar ciega ante lo que está sucediendo mientras la gente al­rededor suyo reacciona de formas diferentes. Puede que le sigan la corriente, le eviten, le teman o que su complejo provoque en los demás un complejo inconsciente equivalente. O que la perso­na luche contra ese complejo al sentir que su reacción es exage­rada o que se comporta de modos que no son propios de él. Tan­to en la psicoterapia como en la vida, se puede evocar el complejo y llegar a conocerlo. El mero acto de observarlo trasla­da la energía al ego y paulatinamente, a medida que el “yo” ve lo que está sucediendo y se resiste a dejarse llevar por el complejo, éste pierde energía e influencia y retrocede” (Jean Shinoda Bolen, Los Dioses de Cada Hombre, 1989).

Ahora bien, en psicología junguiana, la energía emocional de todo complejo refiere, en  última instancia, a un arquetipo. Todo complejo, de hecho, esconde en su núcleo a un arquetipo revestido emocionalmente (es decir, una pauta emocional universal de la psique humana). Expresado simbólicamente “un dios forma nuestra visión subjetiva para que veamos el mundo según sus ideas” En este sentido, “no es cierto que nosotros tengamos ideas, sino que más bien las ideas nos tienen a nosotros Tenemos que saber qué ideas, qué dioses nos gobiernan para que no gobiernen nuestros puntos de vista y nuestras vidas sin que seamos conscientes de ello.” (Patrick Harpur, El Fuego Secreto de los Filósofos, 2006)

Desde el punto de vista de la psicología arquetipal, un “dios” es simbólicamente, una perspectiva mítica, una actitud hacia la vida y un conjunto de ideas. “Los dioses están dentro… y están dentro de nuestros actos, ideas y sentimientos. No tenemos que aventurarnos a lo largo de los espacios estrellados, el cerebro de los cielos, o sacarlos de su ocultamiento con fármacos alucinógenos. Están ahí en las precisas maneras en que uno siente y piensa y experimenta sus humores y síntomas. Aquí está Apolo, aquí mismo, haciéndonos distantes y deseando formar ingeniosas ideas claras, distintas; aquí está el viejo Saturno, aprisionado en sistemas de juicio paranoides, maniobras defensivas, conclusiones melancólicas; aquí está Marte, teniendo que enrojecer el rostro y matar a fin de establecer un punto; y aquí está la ninfa del bosque Dafne-Diana, retirándose hacia el follaje, el camuflaje de la inocencia, suicida a través de la naturalidad.” (James Hillman, Puer Papers, 1979).

Al edificar una psicología basada en el reconocimiento de las estructuras arquetipales de la psique, Jung no estaba solamente elaborando un modelo teórico para su aplicación en psicoterapia, sino que estaba trazando un mapa del alma humana; esto es, un mapa de nuestra realidad psíquica. Pero nos equivocaríamos si interpretáramos esa realidad psíquica como una dimensión interior en contraposición a la del mundo externo. El sentido epistemológicamente revolucionario de la psicología junguiana surge en toda su magnitud cuando descubrimos que nuestra realidad psíquica ES la realidad. En el sentido en que toda nuestra experiencia de lo que llamamos “real” es primeramente un proceso psíquico y en el sentido en que no podemos conocer nada que no sea primariamente un proceso psíquico, nos vemos forzados a reconocer que estamos tan irremediablemente envueltos en nuestra experiencia psíquica que no podemos  siquiera postular la existencia de una realidad no-psíquica fuera de la psique. “A los que creen haber dicho algo empleando la palabra «materia»” – señaló Jung – “, conviene hacerles reflexionar que lo que han hecho es sustituir la X por una Y, y que nos hallamos en el mismo punto en que nos hallábamos antes” (Recuerdos, Sueños, Pensamientos, 1973). 

Dado que todo punto de vista y toda idea que tengamos depende de configuraciones arquetipales y dado que estos procesos psíquicos constituyen nuestra realidad más primaria, el mapa arquetipal que propone la psicología junguiana recupera así la tradición platónico-hermética para convertirse en una autentica cartografía del Kosmos, de la realidad psíquica que constituye nuestra misma existencia.

En palabras del psicólogo arquetipal James Hillman: “Siempre estamos en una u otra metáfora-raíz, fantasía arquetipal, perspectiva mítica… Todo lo que sabemos sobre el mundo, sobre la mente, el cuerpo, sobre cualquier cosa en absoluto, “incluyendo el espíritu” y la naturaleza de lo divino, viene mediante imágenes y se organiza por fantasías en un patrón u otro. …Puesto que estos patrones son arquetipales, siempre estamos en una u otra configuración arquetipal, una u otra fantasía, inclusive la fantasía del alma y la fantasía del espíritu. El “inconsciente colectivo”, que abarca los arquetipos, significa nuestra inconsciencia de la fantasía colectiva que domina nuestros puntos de vista, ideas, conductas, mediante los arquetipos” (Hillman, 1979).

Las tradiciones herméticas, platónicas y neoplatónicas, consideraban que los dioses están presentes en cada aspecto de nuestro mundo, nuestro carácter y nuestra vida. “Todo”, según los antiguos, desde Tales a Plutarco, “está lleno de dioses”. Dado que las cosmovisiones antiguas no establecían una división dualista entre “psique” y “cosmos”, las fuerzas arquetipales de la psique eran consideradas las propias fuerzas arquetipales del cosmos actuando en todas las cosas, desde los fenómenos más lejanos de los cielos hasta las profundidades recónditas del alma humana. “Como es arriba es abajo”, rezaba el principio hermético.

Desde esta perspectiva, todas las mitologías primitivas, todas las religiones paganas y todas las cosmovisiones politeístas esotéricas pueden comprenderse como un mapa simbólico del cosmos. En nuestra cultura occidental, el equivalente de estos mapas es la psicología junguiana. En palabras de James Hillman: “La mitología es una psicología de la antigüedad, la psicología es una mitología de la modernidad.”

Lectura recomendada:

Robin Robertson – Introducción a la Psicología Junguiana: una guía para principiantes (versión en línea)