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Nuestro universo se viste de gala cuántica con un fascinante vestido tejido solo a partir de posibilidades; ni el tiempo, ni el espacio, ni el resto de variables cognitivas que hemos creado para entenderlo, existen como parte de su naturaleza: todos somos dioses recreacionales.

Mientras más estudiamos la naturaleza de nuestro universo, su aparente comienzo y supuesto fin, nos damos cuenta que explorar galaxias espirales, agujeros negros, y explosiones astrales que renacen en nuevas estrellas, no es suficiente. Al parecer buena parte de las respuestas alrededor de eso que concebimos como universo está, precisamente, al interior de nuestra conciencia.

Hoy se perfila como requisito fundamental para inaugurar una nueva era en la comprensión del universo, el reconocimiento de que nuestro eje lineal de tiempo y espacio son meros recursos psicoculturales que la humanidad generó para facilitar su exploración del cosmos. En este sentido es importante enfatizar en que el funcionamiento de nuestro universo no depende en lo absoluto de estos patrones, y que ni siquiera son parte de su esencia.

Durante siglos se han gestado argumentos científicos que perciben el universo como algo que esta “ahí afuera” y que representa un escenario al que nosotros llegamos individualmente. Estos modelos presumen la existencia de una realidad absoluta que esta ahí independientemente de nuestra presencia. Afortunadamente, desde hace tiempo existe una corriente de pensamiento científico que parece demostrar precisamente lo contrario: la física cuántica. Uno de los postulados fundamentales de esta perspectiva es que el observador altera, en sí, la realidad observable, la modifica, y que dependiendo de la estructuración de su psique y su percepción, la realidad en juego será moldeada.

Estamos frente a un universo que descansa en posibilidades y no en absolutos, y evidentemente la filosofía binaria, la que señala que "algo es o no es", ha comprobado sus limitaciones para profundizar en un entendimiento sensible, y preciso, de la realidad. Y ante esto,  la noción de que la realidad se basa en pulsos que emiten posibilidades y no leyes o reglas definitivas, es cada vez más popular.

Pero el aceptar esta naturaleza interpretativa de la realidad puede ser un tanto desquiciante para la comodidad psicológica a la que nos hemos acostumbrado gracias a los preceptos filosóficos y educativos que han dominado el pensamiento occidental en los últimos siglos. Sin embargo, también es importante hacer conciencia sobre el hecho de que no se trata del renacimiento del antiguo relativismo ni de la práctica del nihilismo. Más bien implica el ceder el control que hemos creído tener a través de nuestra interpretación cartesiana, dialéctica, y materialista de una realidad a la que luchamos por adjudicarle una naturaleza definitiva, excluyente de cualquier coexistencia paralela con otras realidades posibles.

Una de las mentes humanas que mejor ha expresado esta naturaleza posible, y no definitiva, de nuestro universo, es Robert Anton Wilson. Por cierto uno de los padrinos ideológicos de Pijama Surf, en una lectura en 1997, realizada en el Harvard Club de Nueva York, titulada “The Map is not the territory, the future is not the past”, RAW expuso:

El mapa no es el territorio. En física cuántica tu puedes disponer de un aparato para realizar un experimento de acuerdo a una teoría matemática predeterminada y habrás comprobado que la luz viaja en ondas. Pero si dispones del mismo aparato y buscas comprobar otro sistema teórico lo que comprobarás es que la luz viaja en partículas. En la década de los 20’s se acuñó un buen argumento en torno a la interrogante de que si la luz viaja en ondas o en partículas. Y al parecer la respuesta es que la luz viaja en ondas cuando así lo desea, y otras veces prefiere las partículas.

El punto que trata de transmitir es que la naturaleza de nuestro universo no solo es híper cambiante, sino que de hecho no es. Y lo anterior significa que el comportamiento que adopte dependerá del contexto desde el que se pretende percibirlo. Y esta naturaleza cambiante es tal, que incluso experimentos realizados en “exactas” condiciones pueden arrojar distintos resultados de acuerdo a la influencia que ejerce el observador, en este caso el científico, sobre el fenómeno que se busca comprobar: las expectativas de la conciencia observante modelan la conducta de nuestro universo pues este no se rige por leyes o reglas preasignadas sino que tiene una naturaleza infinitamente adaptable, lejos de cualquier eje construido a partir de conceptos definitivos como lo son el tiempo y el espacio, dos de las “fuerzas” psicoculturales que han regido históricamente la percepción humana.

La mecánica cuántica es el modelo más preciso para explicar el mundo de los átomos y, más allá, de la arena subastómica. Pero también genera algunos de los argumentos más persuasivos sobre el hecho de que la percepción consciente es fundamental para el funcionamiento que el universo simula tener. La teoría cuántica nos dice que un pequeño objeto que no es observado (por ejemplo un electrón, un fotón, o una partícula de luz) existe solo en un estado fantasmagórico, imposible de predicar, sin ubicación ni moción predefinidas. Esto refiere al famoso principio acuñado por Werner Heisenberg, conocido como el Principio de Incertidumbre. Los físicos describen la condición fantasmagórica de una función de onda, una expresión matemática utilizada para hallar la probabilidad de que una partícula aparezca en un lugar determinado. Y cuando la propiedad de un electrón cambia súbitamente de un plano posible a un plano “real”, algunos físicos llaman a este fenómeno como el colapso de la onda.

Lo anterior quiere decir que cualquier objeto o fenómeno del universo habita en una región no definida, sutil pero permanentemente mutable, que solo es absorbida por el plano de lo “real” cuando existe la disposición de un observador consciente a captarlo, lo cual que genera una especie de expectativa conductual ante una cierta manifestación del universo o de uno de sus componentes.

Para continuar el coqueteo, evidentemente pop, con los conceptos mencionados en estas líneas, sería bueno sintetizar la postura deseada: preparémonos a sacudir los pilares perceptivos que en buena medida han regido nuestra realidad hasta este momento. No se trata de abandonar el viejo diseño, y tampoco de dejar de recurrir a conceptos como los del tiempo y el espacio lineales, simplemente se trata de hacer consciencia sobre el hecho de que son mecanismos culturales que nos permiten situarnos en un universo que en si es completamente ajeno a estas leyes humanas. O dicho en otras palabras, las simulaciones utilitarias, redituables, no son necesariamente negativas, siempre y cuando estemos conscientes de que se trata de instrumentos artificiales para ayudarnos a transitar este efervescente camino que, en algún momento, decidimos llamar existencia.

Twitter del autor: @ParadoxeParadis