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Lo que alguna vez fue un sofisticado fetcihe sexual hoy es una práctica masivamente popular en Japón: tener sexo con muñecas robóticas en lugar de recurrir a prostitutas tradicionales

A lo largo de la historia Japón se ha caracterizado, entre muchas otras cosas, por mostrar un singular y sofisticado acercamiento a la sexualidad. Desde la refinada cultura en torno a las geishas hasta los más bizarros hábitos sexuales, los japoneses parecer divertirse con la exploración de esta actividad que raya en la frontera de la biología, el arte, y la espiritualidad. Por otro lado, desde que este país fue castigado por la comunidad internacional tras la Segunda Guerra Mundial, y le fue prohibido el desarrollo de armamento, Japón dedicó todos sus recursos científicos a desarrollar tecnología civil. Y en con secuencia su población se habituó, durante las últimas cinco décadas, a convivir de manera cotidiana con un avanzado entorno tecnológico.

En un peculiar fenómeno que de algún modo fusiona estas dos facetas de la sociedad japonesa, la sexual y la tecnológica, se ha registrado la popularización de prostitutas semi robóticas que atienden a cientos de clientes en distintos burdeles ubicados alrededor del país. Siguiendo la tradición de sofisticadas muñecas sexuales, ahora los servicios de prostitución se han visto inundados de mujeres semi robóticas que satisfacen aún a la más exigente clientela. Las primeras "muñecas de amor", como también son conocidas, llegaron a Japón hace aproximadamente hace tres décadas. Originalmente tenían el propósito de ofrecer una oportunidad a personas con ciertas discapacidades de gozar de la sexualidad. Con el paso de los años el uso de este tipo de muñecas se fue popularizando entre otros sectores de la población masculina y con el tiempo la demanda por sostener relaciones sexuales con estas entidades simuladas comenzó a incrementarse.

A pesar de que no se tiene una explicación concreta sobre esta tendencia psicosocial, lo cierto es que existen factores determinados que influyen en la popularización de las muñecas sexuales y de su nueva evolución en forma de prostitutas semi robóticas. Por un lado esta el aspecto kinky, es decir la facilidad con la que una muñeca se presta para ser co participe de algunas de las fantasías sexuales más extravagantes. Por otro lado esta la timidez y la discreción, al parecer muchos japoneses que recurren a la prostitución son incapaces de sostener una relación con una mujer real o simplemente prefieren no dejar rastro de su paso en la memoria corporal de una prostituta de carne y hueso. Pero no podemos dejar de lado el factor tecnosocial. Los habitantes de este país han crecido rodeados de personajes y entidades emergidas de la tecnología y que juegan con las fronteras de lo humano y lo mecánico. Desde los tamagochis que se volvieron famosos en los noventas, hasta el extraño fetiche de fornicar con chicas disfrazadas de cosplay (mujeres ataviadas como los personajes de algún videojuego, libro, o película relacionado al manga), este fenómeno también refleja un cierto grado de intimidad con las maquinas.

Con el tiempo las muñecas sexuales utilizadas tradicionalmente se fueron sofisticando para emular cada vez más, paradójicamente, el comportamiento humano. Consecuentemente esta evolución fue elevando el precio de tales personajes de manera que ya no cualquier persona que quiera tener sexo con una humanoide de calidad puede permitirse adquirir una para su uso casero. Actualmente una tecnochica de primera calidad, con la "carne" de silicona, el esqueleto de metal, y dotada de decenas de articulaciones que le permitirán un movimiento fluido y flexible, cuesta alrededor de $6,000 dólares. Y precisamente este último factor es el ha detonado un verdadero fervor en torno a los burdeles que ofrecen a estas muñecas, que realmente están más cerca del robot que del muñeco, y los cuales son visitados a diario por miles de japoneses.

Ante el enorme éxito los robo burdeles se han surtido de una buena cantidad de tecno chicas de acuerdo a diferentes perfiles fisiológicos. Pero además, y como complemento a esta rebuscada fantasía de remediación sexual, estas casas de cita cuentan con cientos de disfraces para que los clientes prácticamente diseñen a su gusto a su prostituta del día. De esta forma realmente lo que se ofrece ya no es un servicio de sexo en si, sino la oportunidad de configurarte una catártica fantasía psicosensorial, que permita intimar con objetos semi-animados, con alma tecnológica, y con los cuales puedas intercambiar fluidos corporales por una simulación memética que bien podría transformarse en una realidad alternativa.