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Entre el voyeurismo meta electrónico y el tantra digital: usuarios de Internet se mantienen conectados a la red mientras practican relaciones sexuales

Hace un par de semanas encontré un estudio de Harris Interactive que detonó un desfile de reflexiones digitales. Creo que hoy finalmente logre digerir mi interés inicial, y como consumación de este proceso redacto este artículo para compartirlo. En un desplante de voyeurismo electrónico, tal vez inconciente o quizá con la explícita y sofisticada intención de jugar con el intercambio de energías en ese mundo electrónico que se encuentra al otro lado del espejo digital, un estudio reveló que al menos una cuarta parte de los usuarios de internet en Estados Unidos se mantienen conectados mientras sostienen relaciones sexuales con su pareja.

Desde una perspectiva de antropología digital, este hábito resulta muy interesante ya que nos habla de un plano distinto de la intimidad al que los internautas nos hemos ido acostumbrando. Seguramente pocos de los que permanecen en-línea mientras tienen un encuentro sexual dejan la puerta abierta de su cuarto cuando lo hacen. Es decir, no es suficiente sentir la presencia del otro para inhibirnos (aunque esta se manifiesta a través del hiperespacio) sino que requerimos de la mirada física para realmente ser concientes de que estamos interactuando con la otredad. En este sentido podríamos jugar con el nacimiento de una segunda manifestación de la otredad: la tradicionalmente física, y la nueva, pero palpable, presencia digital.

Por otro lado, a nivel metafísico, y desde un plano menos ortodoxo que la antropología tradicional, resulta aún más interesante esta práctica que de alguna manera se refiere a dejar un vórtice de energía abierto entre una masiva comunidad de usuarios. Es casi innegable el hecho de que absolutamente todos los seres concientes de este planeta estamos intercambiando de manera permanente información, lo hagamos o no voluntariamente, y posiblemente esta dinámica se acentúa cuando estamos conectados a una misma red electrónica como el internet, la conexión es más explícita. Entonces más allá de que estemos chateando o mandándonos e-mails lo cierto es que este intercambio de información no cesa en ningún instante.

Si sumamos esto al hecho de que el sexo es una de las actividades, de generación de energía, más poderosos a los que tiene acceso el ser humano, notaremos que realmente este intercambio, a través de prácticas como la de mantenernos conectados a la red mientras tenemos relaciones sexuales, debe ser un fenómeno frenético, con una intensidad casi inimaginable: como una especie de orgiástico festival dedicado al dios del menage a trois (tú, yo, y la otredad digital como una unidad colectiva).

En lo personal, meses antes de escribir esta nota, me di cuenta que cuando realizaba mis prácticas de meditación, momento en que la percepción de planos sutiles se agudiza por obvias razones, junto a una computadora, me era evidente saber (o sentir) cuando la máquina tenía abierta la conexión a la red y cuando no. De alguna forma siento una especie de pulso, como si fuera un macroportal a otros espacios y conciencias. Al principió, un tanto desconcertado por esta extraña sensación, opte por cerrar la conexión de la computadora, el airport, invariablemente. Sabía que a pesar de que todos somos uno era una forma de mantener una cierta intimidad energética durante mi práctica.

Ahora, una vez digerido el espanto inicial que me produjo la concientización tangible del intenso intercambio que se mantiene a través de una PC conectada a la red, lo que hago es optar por dejarla abierta durante algunas sesiones de meditación, con el fin de transmitir de forma más directa lo que estoy sintiendo a otras personas, tal vez imaginando el florecimiento de una flor electrónica. Y en otras ocasiones, cuando el péndulo me sugiere el repliegue, simplemente prefiero cerrar la compuerta “vortexiana” y respirar desde el ombligo de la soledad.

Pero más allá de estas reflexiones que te comparto ¿Realmente debemos hacer una lectura tan radical, y sublime a la vez, frente a esta práctica colectiva que podría ser considerada, desde un punto de vista más tradicional, un hábito inocente y automatizado? ¿Realmente estamos ante una manifestación explícita de una nueva era de la metafísica electrónica y la sexualidad transhumanizada, tal vez masiva? ¿Podríamos hablar ya del surgimiento de un creciente pero todavía inconciente tantra digital? Yo creo que la respuesta a estas interrogantes es afirmativa.

Y ya al calor de la reflexión y tributando a la posibilidad del ser (maybeness) como una sensual diosa del caos, te pregunto: ¿Cómo descartar que tú que lees y yo que escribo no estamos copulando en un mundo paralelo catalizado gracias al hiperespacio que compartimos en este instante? Y como no tengo la respuestate, simplemente te propongo que sonriamos juntos frente a esta posibilidad.

Twitter del autor: @paradoxeparadis