No es un secreto que la industria de la publicidad utiliza mensajes subliminales. Algunos son más evidentes que otros, algunos podrían suceder por el azar, otros por la mera proyección inconsciente de los diseñadores (o de las personas que ven un anuncio) y de los arquetipos que forman el diseño del universo, pero al realizar un compendio queda claro que los mensajes subliminales, sobre todo ligados al sexo, son usados comúnmente de forma artera en los medios de comunicación.
Una primera lectura sugiere que el sexo y algunos otros conceptos simbolizados son usados de forma subliminal por la misma razón que el sexo es usado de manera liminal, explícita, porque al ligar un producto con el sexo se liga con el deseo de forma inconsciente, se detonan fuerzas libidinales. Por mera asociación: si yo quiero tener sexo con la modelo, en general si yo quiero tener sexo, quiero también comprar ese producto que en mi mente está relacionado con el sexo. De una forma casi mágica y estúpida: comprar un producto (o el lifestyle) sustituye, o palia, el sexo. Esta lectura tiene que ver con que el sexo es el instinto primordial, en su expresión y acepción más baja una concupisencia. El sexo que nos hace dioses también nos hace animales: y esto es el doble juego que juega la publicidad: apelar a nuestro deseo sexual casi religioso, de una forma animal, como una velada adicción. Nuestra autorrealización está dictada en el sexo, pero cómo ese sexo que se nos muestra no lo podemos conseguir, consumimos todo lo que lo rodea (esto también aplica para el amor como producto idealizado, el marketing del romanticismo glamourizado).
En el primer video podemos ver una reiterativa inserción de imágenes sexuales y la palabra "sex" embebida en algunos anuncios, algunas veces parece que la imaginación del creador de este video se ha volado un poco y es demasiada complaciente, pero es notable esta presencia de sexualización cultural. Ahora, más allá de querer ligar a los productos en nuestro inconsciente con apetitos sexuales, podría existir una especie de superobjetivo generalizado en la logósfera, que es justamente la sexualización de las cosas. Que todo tenga una cuota sexual. Por una parte esto haría que, ante el deseo sexual constantemente generado por las imágenes mediatizadas, al crear un cachondeo permanente con imágenes no-inmediatas (que nos erotize lo que no está), un anuncio individualmente funcione, como resultado de la suma de las partes. Un condicionamiento memético, dondo nosotros somos los perros de Pavlov que reaccionan ante la imagen sexual como a la campana.
Quizás lo más oscuro, sería la posibilidad de que exista una intención de generar una sexualidad colectiva divorciada de nuestra propia individualidad y realidad. Lacan decía que el deseo es el deseo del otro, esto puede ser explotado al extremos en el que la otredad se convierta en algo que dicta el mercado y el paradigma socioeconómico: no deseo mi otro, deseo el otro que me muestra el Concilio de los Otros, sin dejar tocar, un otro que no es un otro es un conjunto de otros amalgamados (en cuyo proceso me enajeno). Y en la dificultad de alcanzar lo que deseo a través del Gran Otro, un drenaje de energía sexual que mantiene a las masas en un estupor electrónico. Antes la Iglesia controlaba al pueblo a través de la prohibición sexual, de la prohibición del éxtasis en general y de la ocultación de la información; ahora podríamos estar envueltos en un control a través de la sobreexhibición, de la ob-scenidad y de la sobre(des)información. El mantener a la gente sexualmente insatisfecha (y estará insatisfecha si no puede tener sexo con las personas-imágenes con las que quiere tener sexo) tiene sus ventajas, porque estas personas buscarán consumir el sucedáneo de su deseo sexual real, además de que estarán en un estado mental más fácil de manipular, menos vigoroso, menos capaces de ejercer su sexualidad por fuera del mercado de signos: de autosignificarse.
Intentamos hacer un ejemplo de mensaje subliminal en el título de esta nota, ciertamente no queremos contribuir más a los mensajes subliminales, algunos inevitables, pero es un vacilante experimento. La teoría detrás de la publicidad subliminal es que el cerebro percibe y almacena una mayor cantidad de información de la que hacemos consciente, esta información en algún momento detonará, haciendo un feliz click para el producto o al menos nadará en la profundidad de nuestra psique afectando nuestro comportamiento de forma secreta.