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Con un bizarro sentido arquitectónico se levantan palacios y fortalezas de los traficantes de amapola en las ciudades de Afganistán

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La euforia sutil del sueño inducido por la amapola, construido alrededor de poéticas avenidas metasensoriales, puede tornarse en una especie de carnal pesadilla cuando se trata del millonario tráfico de esta planta. El procesamiento de la amapola da vida a la heroína y otras substancias hermanas que son la materia prima de un mercado tan obscuro como redituable.

Como una de las bizarras manifestaciones de la vulgarización del plácido sueño opiáceo, se erigen en Kabul, y algunas otras ciudades afganas, una especie de fortalezas o castillos de notable mal gusto que se conocen como “los palacios de la amapola”. Estas edificaciones son el hogar, o centro de operación urbano, de algunos de los más exitosos pimps o traficantes de amapola en Afganistan, país considerado como el segundo más corrupto del mundo, según el índice de desarrollo humano de la ONU.

Los palacios de amapola son mansiones torpemente lujosas, muy bien resguardadas, que buscan imponer en una combinación entre palacetes nuevo ricos y fortalezas militares, un respeto frente a la población afgana. Cínicamente varias de estas casas son propiedad de oficiales del gobierno en una descarada prueba de su relación con el tráfico de heroína.

Las estrafalarias estructuras, que se multiplican en esta tierra invadida por Estados Unidos (país que seguramente se beneficia en alguna medida del mercado de heroína) encarnan la nemesis de la ternura metafísica del sueño opiáceo y nos recuerdan una triste y antionírica realidad.