Inmigrantes sí, si nos llevan a la final de la Champions League

El niño pobre, en general negro o mulato, encuentra en el futbol la posibilidad de ascenso social que no tiene otro juguete que la pelota: la pelota es la única varita mágica en la que puede creer.

Eduardo Galeano

 

Además de ser un deporte muy popular en el mundo, el futbol soccer también es un fenómeno social. Grandes filósofos, pensadores, escritores y periodistas han dedicado su carrera al estudio de los acontecimientos derivados de la pasión colectiva por el futbol. Uno de los más célebres fanáticos del balompié era el escritor uruguayo Eduardo Galeano. Él solía dedicar tiempo de su vida a escribir y reflexionar sobre el futbol más allá de la cancha. También entendía las circunstancias de la estructura social que llevaban a millones de aficionados a invertir su tiempo libre en observar a un grupo de hombres patear un esférico de un lado a otro hasta conseguir anotar dentro de un travesaño y dos postes. Así como él, mexicanos como Carlos Monsiváis y Juan Villoro han hecho grandes aportaciones para seguir entendiendo el futbol como un fenómeno social.

La trascendencia del futbol en la vida cotidiana de las personas es asimismo una cuestión política. Por ello, a propósito de la final de la UEFA Champions League, es necesario señalar un problema sistemático en el viejo continente que igualmente se vive dentro de la cancha

"La Champions", como popularmente se conoce, es el torneo más prestigioso de futbol profesional en Europa. La final del torneo 2022 prevista para este sábado 28 de mayo será disputada entre el Real Madrid de España y el Liverpool de Inglaterra. Durante las eliminatorias muchos jugadores se han consagrado en el gusto del público por sus habilidades, simpatía e historias de origen. Por ejemplo, Mohamed Salah y Sadio Mané, ambos delanteros del Liverpool, el primero de origen egipcio y el segundo de origen senegalés. Pero, ¿por qué es relevante mencionar sus nacionalidades? La respuesta es sencilla y compleja al mismo tiempo. 

En las últimas décadas, Europa ha sido el lugar de refugio para muchas personas que huyen de África y Medio Oriente. Las crisis migratorias se han intensificado por las guerras, hambrunas y, recientemente, la pandemia de covid-19. Países como Francia, España, Alemania e Italia se mantienen como las naciones que albergan el mayor número de migrantes en la Unión Europea. 

El desplazamiento forzado de personas que buscan mejores condiciones de vida molesta a los sectores más conservadores y ultraderechistas de la política europea. Esto ha incentivado cada vez más el rechazo hacia los inmigrantes que, en la mayoría de los casos, no abandonan su cultura, costumbres y tradiciones pero sí se adaptan a las normas sociales impuestas por los más privilegiados. La xenofobia y el racismo son problemas estructurales en las sociedades europeas y aunque constantemente se suman esfuerzos por parte de los defensores de los derechos humanos y el libre tránsito como principio rector, lo cierto es que las cifras al respecto no disminuyen.

Por ello, resulta imprescindible reflexionar sobre la doble moral de alabar a los inmigrantes que satisfacen el goce de los espectadores y, al mismo tiempo  estigmatizar y aislar a quienes provienen de lugares marginados. 

 

Inmigrantes "de primera" e inmigrantes "de segunda"

El racismo y la xenofobia no sólo se ejercen mediante la negación de los migrantes. También se expresan cuando hay una diferenciación entre gente blanca y no blanca al momento de aceptar a un migrante. Un ejemplo reciente de esto es lo que sucede con los refugiados ucranianos que actualmente se alojan en países de la Unión Europea. Nadie niega la necesidad del desplazamiento, pues una zona en conflicto siempre cobra vidas inocentes. Sin embargo, es notoria la gran diferencia en el trato que se les dio a estos migrantes, en su mayoría blancos, respecto del que se le ha dado a los refugiados de Siria, Palestina,  Irak o Yemen. 

Para algunas sociedades europeas está bien que haya inmigrantes siempre y cuando sean blancos o provengan de una élite que vaya acorde a sus intereses. Quizá por eso en la alineación del Real Madrid hay en su mayoría hombres blancos o latinos certificados en el deporte. 

Alrededor de este fenómeno también está el curioso caso de nacionalismo que se hace evidente en las barras de aficionados de los equipos. Para muestra de ello, basta con recordar el partido entre Roma y el Leicester City de la Conference League. El partido se jugó en el Stadio Olimpico de la ciudad de Roma. Al inicio del partido, las barras del equipo local desplegaron pancartas monumentales sobre la tribuna para enviar un mensaje escrito en latín al equipo rival: 

"IN BRITTANIA CUNCTI ROMEN ROMANORUM HORREBA"

En español, la frase significa: "En Britania todo el mundo temía el nombre de los romanos". El mensaje hace alusión periodo en el que Britania perteneció al imperio romano, mucho antes de ser invadida por los germanos. Las palabras eran contundentes: los británicos debían temer ante el poderío de los romanos aunque, curiosamente, el jugador que metió el gol que los colocó en la final fue Tammy Abraham, un delantero de nacionalidad británica

¿Por qué no hubo alusión a esta incongruencia? Bueno, pues porque aunque Tammy Abraham es británico/inglés por haber nacido en Londres, su familia llegó a territorio Europeo gracias a la migración. Algunos comentarios en redes sociales aludían al color de Tammy para decir que jugaba bien por ser negro, no por ser británico. La xenofobia también está presente en ese tipo de expresiones.

En un mundo donde prevalecen las guerras por los territorios, los discursos nacionalistas, xenófobos o racistas ya no deben tener cabida. Hace mucho tiempo que el futbol dejó de ser el deporte que unía a los aficionados y los convirtió, en cambio, en rivales históricos y políticos. Esto debe cambiar.


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Imagen de portada: Marca Claro 

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