Carl Jung, a partir de su famosa "confrontación con el inconsciente", la cual detalla en el Liber novus (mejor conocido como Libro rojo) y su estudio de la tradición alquímica, en la cual encontró confirmación de sus intuiciones, desarrolló el más sofisticado de sus métodos terapéuticos: la imaginación activa. Esta imaginación activa es una mezcla de una psicología profunda y lo que puede llamarse una magia de la imaginación, que se enfoca en los sueños y la fantasía, para detonar los procesos teleológicos del inconsciente, la manifestación numinosa-curativa del arquetipo central de la psique. La imaginación activa constituiría la aportación de Jung a la alquimia, si bien una alquimia eminentemente psicológica, y lo convertiría no sólo en un historiador de la alquimia sino en un alquimista propiamente, aunque indudablemente desde la heterodoxia (aunque tal cosa como una ortodoxia alquímica es de suyo dudoso). No sólo en un arqueólogo -como Jung soñaba ser de niño- que estudia los fósiles, sino en alguien que ensambla los huesos y los anima: los dota de alma. En un teúrgo.
De la misma manera que para los alquimistas la prima materia está en todas partes, la materia prima -el centro de numinosidad- de la terapia de Jung está en todas partes: puede utilizarse un sueño, una fantasía, e incluso una emoción intensa:
Como el aprendiz, el hombre moderno inicia con la [aparentemente] indigna prima materia que se presenta a sí misma de formas inesperadas -una fantasía desdeñable, que, como la piedra que los constructores [del templo de Jerusalén] rechazaron, es arrojada a la calle y es tan "barata" que las personas ni le ponen atención-. La observará día a día y notará sus alteraciones, hasta que sus ojos se abran, o como decían los alquimistas, hasta que los ojos de pescado, o las centellas, brillen en la oscura solución. Pues los ojos de los peces siempre están abiertos, y por lo tanto siempre deben ver, razón por la cual los alquimistas los usaron como símbolo de la atención perpetua.
Si la materia de la obra está en todas partes y no es una sustancia realmente especial, lo fundamental es cómo se atiende a ella, cómo se procesa, cómo se trata, con qué ojos se le mira. Pues si se le mira con la suficiente atención, con el ardor con que se mira al amado y con el cuidado y la delicadeza con la que se le trata a una pequeña planta florescente, esta misma sustancia se desenvolverá y eclosionará en toda su magnificencia. De una chispa puede crecer toda una estrella refulgente; de un grano de sal, como sugiere el alquimista Von Welling, un universo entero. Según los alquimistas existe en los metales una vocación, un telos hacia el oro, y en el hombre hacia Dios. Esto fue llamado por Orígenes, uno de los más grandes teólogos de la Iglesia, apocatástasis: la restitución de la condición original que sobrevendrá a todas las cosas. Jung aquí sugiere que lo fundamental de la obra -psicológica o alquímica- es la calidad abierta, mas intensamente atenta, de la percepción, que hace que la obra ocurra por sí sola, ya que la naturaleza de la psique tiene un instinto hacia la completud (teleiosis); la atención fija sólo provee la tensión suficiente para que se despliegue la energía que lleva a la expansión de la conciencia, esa tendencia hacia la luz. René Schwaller de Lubicz -uno de los involucrados en el misterio de Fulcanelli- coincide en la centralidad del acto perceptual en la alquimia:
Hay una visión pertinente a cada momento cósmico particular… el momento presente es, de hecho, la eternidad. Sabemos que todo se está creando cada momento, y todo también se pierde [cada momento]… La Obra [alquímica] no es el descubrimiento de una técnica… es la percepción de un proceso existente. Es la percepción la que es objeto de estudio y oración.
Siguiendo el trabajo del cabalista gnóstico David Chaim Smith, debo notar que esta noción de que cualquier cosa es suficiente para practicar lo que Smith llama "alquimia contemplativa" aparece de manera conspicua en las tradiciones contemplativas de Oriente. Tanto en el budismo como en el hinduismo -particularmente en las prácticas tántricas, pero no exclusivamente- cualquier cosa es suficiente -una imagen, un pensamiento, la respiración, etc.- para practicar una contemplación que remite al practicante a la misma fuente, a la luz de la conciencia pura. Al final, en lo que se medita es en la propia percepción -no en el objeto que se conoce, sino en aquello mismo que hace posible todo conocimiento-, pues el ser humano es una imagen de la totalidad y su prima materia no es otra cosa que su propia subjetividad, su propia conciencia, esa chispa psíquica que Eckhart llama fünkelin, "la esencia increada del alma creada". Es la cualidad de la atención -el fuego de la alquimia- lo que hace la diferencia y logra que la materia sea transmutada, que el individuo mismo se depure. Lo sagrado no es qué se hace, sino cómo se hace, notó Eckhart. Y, como muestra Raimon Panikkar en sus diálogos interreligiosos, tanto en Occidente como en Oriente se enarbola la noción de que un corazón purificado -el oro sometido al fuego- es requerido para ver a Dios. Dios en todas partes, la prima materia en el estiércol, el oro en el lodo, el rostro del amado en todos los rostros. Como escribe Smith, en una frase que podría pertenecer lo mismo a la tradición alquímica occidental que a la tántrica o bhakta hindú: "La mente se purifica a sí misma para revelar lo que siempre ha sido de todas formas. Por lo tanto la alquimia no es un proceso de transformar el plomo en oro; es el entendimiento de que el plomo siempre fue oro", es decir, gnosis. Esto era de lo que, según Jung, los alquimistas no eran del todo conscientes, o sólo algunos vagamente, y por lo cual necesitaban montar su teatro químico-gnóstico de proyecciones, como si fuere, para verse a sí mismos afuera actuando en su materia la obra que ocurría adentro. Lo cual, sin embargo, muestra también algo en lo que Jung no enfatiza lo suficiente: la disolución de las fronteras entre lo espiritual y lo material que llevaban a cabo los alquimistas, al menos en su imaginación, y que constituye la esencia de la alquimia. Más que psicológica, la alquimia es "psicoide", término que Jung usa para establecer un puente entre lo material y lo psíquico:
Ya que la psique y la materia están contenidas en el mismo mundo y, más aún, están en continuo contacto entre sí y dependen a fin de cuentas de factores trascendentales irrepresentables, no es sólo posible sino altamente probable que la psique y la materia sean dos aspectos de una misma y única cosa.
(Sobre la naturaleza de la psique)
Esta única cosa material-espiritual es llamada por Gerhard Dorn "unus mundus", la unidad primordial que se dividió en el cielo y la tierra, pero que persiste en todas las cosas, "participando en ambos extremos". En Physica Trismegisti, Dorn escribe: "Debajo del binario espiritual y corporal yace oculta una tercera cosa, la cual es el lazo del matrimonio sagrado". A lo que Jung comenta: "La división en dos fue necesaria para llevar este mundo unitario de su estado de potencialidad a la realidad". Jung ve en los mitos de creación una simbolización del surgimiento de la conciencia individual, siendo el inconsciente el estado unitario e indiferenciado del mundo, donde todo está conectado con todo. El alquimista debe volver a oficiar esta unión original: "Una consumación del mysterium coniunctionis puede esperarse sólo cuando la unidad del espíritu, alma y cuerpo es unificada con el unus mundus original". El unus mundus original es el inconsciente (las aguas caóticas); no obstante, la unión ahora debe hacerse en la conciencia, en la luz, en el individuo individuado. Es por este hacerse en la luz de la unidad que podemos hablar de un matrimonio, de una sagrada unción (paradójicamente, el amor necesita de la separación). Para Jung, también "la síntesis de lo consciente con lo inconsciente" ocurre en términos de un matrimonio, de una unión erótica de los arquetipos en el individuo. Cabe mencionar que este unus mundus, "la unidad latente del mundo", es lo que permite explicar, según Jung y Wolfgang Pauli, los fenómenos de sincronicidad; la aparente acausalidad de cosas como la precognición, la telepatía y demás descansa en "un fondo trascendental psicofísico que corresponde con un 'mundo potencial' en tanto que todas las condiciones que determinan la forma de los fenómenos empíricos son inherentes en él".
Imagen: Donum Dei
Ha sido necesario establecer un contexto de relaciones entre la imaginación activa y la alquimia y las tradiciones contemplativas. Regresemos al método. La siguiente serie de pasajes de MC, los cuales citaremos extensamente, son claves. Al involucrarse atentamente con sus sueños y fantasías el paciente descubre que:
La luz que gradualmente se ilumina en él es su propio entendimiento de que su fantasía es un proceso psíquico real que le está ocurriendo a él personalmente. Aunque, hasta cierto punto, él mira desde fuera, imparcialmente, también es una figura actuando y sufriendo en el mismo drama de la psique. Este reconocimiento es absolutamente necesario y señala un avance significativo. Si simplemente observa las imágenes es como el tonto de Parsifal, que olvida hacer las preguntas esenciales debido a que no está consciente de su propio involucramiento en la acción. Entonces, si el flujo de las imágenes cesa, casi nada ha pasado incluso si el proceso se repite mil veces.
No se trata, a diferencia de ciertos tipos de meditación, de una observación totalmente desapegada. Lo que observamos nos concierne de manera última, es necesaria la emoción y no sólo el intelecto. Sin embargo, debemos ser capaces de conceder que las imágenes tienen vida y realidad propia: somos nosotros lo que vemos, pero a la vez no somos nosotros o, mejor dicho, las imágenes son más que nosotros, más que nuestro ego. Vienen de un lugar misterioso que nos interesa, que significa algo. El ego debe ceder y supeditarse a ese misterio que es el Sí mismo, el Selbst o Atman que se está manifestando, se está significando en el individuo. En Aion, Jung lo llama el "espíritu secreto que rige nuestro destino", que es "más viejo que el ego" y el cual debemos, como si fuere, de invocar a través de nuestro interés y devoción. En el pasaje clave de MC escribe:
Si reconoces tu propio involucramiento, tú mismo deberás entrar en el proceso con todas tus reacciones personales, justo como si fueras una de las figuras de la fantasía, o más bien, como si el drama que se produce ante tus ojos fuera real. Es un hecho psíquico que esta fantasía está ocurriendo, y que es tan real -en tanto entidad psíquica- como tú eres real. Si esta operación crucial no es llevada a cabo, todos los cambios son dejados a merced del flujo de imágenes y tú mismo te mantienes sin mayores cambios. Como dice Dorn, nunca realizarás el Uno al menos de que tú mismo te hagas uno. No obstante, es posible que si tienes una fantasía dramática entres en el mundo interior de las imágenes como una personalidad ficticia y de esta forma bloquees una verdadera participación; incluso ello podría poner en riesgo a la conciencia, pues en ese caso tú te conviertes en la víctima de tu propia fantasía y sucumbes ante los poderes del inconsciente, cuyos peligros el analista conoce demasiado bien. Pero si te insertas en el drama tal como eres, no sólo gana actualidad sino que tú mismo creas, a través de tu crítica de la fantasía, un contrapeso efectivo a su tendencia desmesurada. Pues lo que está ocurriendo en ese momento es el decisivo reencuentro con el inconsciente. Aquí es donde el entendimiento, la unio mentalis, se empieza a volver real. Lo que se está creando es el principio de la individuación, cuya meta inmediata es la experiencia y la producción del símbolo de la totalidad.
Aquí finalmente podemos entender el significado puntual del término imaginación activa: la acción, el volverse real de la imaginación, el actuar de la fantasía sobre la realidad que vive el individuo, como entidad fundamentalmente psíquica. La fantasía es un poder operativo. La etimología de fantasía es ilustrativa: la palabra proviene de una raíz que significa "mostrar, aparecer" y en última instancia "brillar" (cognado del sánscrito: "bha"). El sentido que Jung le otorga es el de la luz que muestra no sólo fantasmagoría e irrealidad, sino más bien los fenómenos profundos que quieren brotar a la superficie, al conocimiento, que quieren hacerse conscientes e integrales. La fantasía, como el mismo Fanes-Eros del mito órfico, es potencia lumínica creativa, ese rayo de vida y posibilidad que brota de la noche inmemorial; el deseo que es "la primera semilla del espíritu", según el himno de la creación del Rig Veda. El deseo del Uno (eka) que tiene un destino es un deseo de hacerse dos y del dos hacerse tres para regresar al uno (como el cuatro), por parafrasear a María la Judía y a Lao-Tse. El misterio de la perichoresis de la Trinidad, el Sat-Chit-Ananda y el tao y las diez mil cosas.
Hemos dicho que con la imaginación activa Jung podría ocupar un lugar en la tradición de los alquimistas. Esto es algo discutible y que tal vez requiera, para decidir al respecto, de que el individuo experimente por propia cuenta con el método terapéutico. Menos controvertible es decir que con su imaginación activa Jung entra en el centro de la corriente de lo que Patrick Harpur llama "la tradición secreta de la imaginación", la cual constituye la esencia del esoterismo occidental y donde encontramos a Plotino, Paracelso, Böhme, Swedenborg, Blake y a varios otros (podríamos incluir también a Corbin y a sus místicos sufíes). Es un hecho psíquico que esta fantasía está ocurriendo, y que es tan real -en tanto entidad psíquica- como tú eres real... Lo que está creando ahora es el inicio de la individuación, cuya meta inmediata es la experiencia y la producción del símbolo de la totalidad. Jung habla de una luz que es el entendimiento de que la fantasía está ocurriendo, que la estamos viviendo -esta luz es la asimilación del proceso y la realización de la potencia del inconsciente-. Lo que se entiende, lo que se presencia es la imaginación en acción, su energía llena de sentido (su entelequia): se atestigua la Creación. el caos que se hace cosmos en uno. La individuación repite la cosmogonía. "Dios geometriza", escribió Platón y "que no entre aquí quien no sepa geometría" se avisaba en la puerta de su Academia. El inconsciente produce símbolos de totalidad. Surgen espontáneamente las formas geométricas y los mandalas: la psique se geometriza a sí misma, se ordena en consonancia con la dinámica emergente de la totalidad: el individuo se sitúa en el centro cósmico como uno de los cincos dhyani budas en sus palacios de luz. Uno mismo debe entrar en la fantasía, dice Jung, en el mito viviente: en la fantasía de la divinidad de encarnar la totalidad en el individuo. La iluminación, el Selbst, el Atman, Cristo, sólo una fantasía, mas divina: el sueño de la luz de despertar.
Jung pone la imagen emotivamente cargada en la retorta: la calcina, la separa, la purifica, la coagula... deja que se exprese, que se revele, que crezca como el árbol áureo de los filósofos, que se despliegue como la feliz iridiscencia del pavorreal, que suba y vuelva a bajar como el mercurio inquieto que es finalmente fijado en la solución. El espíritu coagulado nunc stans: una postal de la eternidad en movimiento del alma, el arquetipo cristalizado, cristificado, chrysopoeia. La alquimia es la poesía de la materia. Según Jung, los alquimistas deificaron la materia. Podemos agregar: la hicieron sensible a la imaginación, es decir, la poetizaron. Vieron en ella una poiesis continua. La sometieron a sus pasiones, la pulieron para que reflejara el mito del dios que se abisma y encarna en la Physis y que trae consigo todo un bestiario fantástico de fases evolutivas. Captaron el eterno devenir del Verbo en la materia, la creatio continua (usando el término de Clemente de Alejandría). Jung hizo lo mismo con el inconsciente. El inconsciente debe hacerse consciente de la misma manera que la materia debe hacerse espíritu. La piedra filosofal es lo que se produce en el alma humana, la síntesis del inconsciente y el consciente, de la materia y el espíritu. Y en el caso de la imaginación activa, la coagulación del espíritu tiene además una salida poética: se alienta al paciente a pintar, escribir, esculpir o hacer música con el material del inconsciente con el que ha venido trabajado. De esta manera la fantasía se materializa y se convierte en una especie de talismán, en un telesma. Como reza la Tabla Esmeralda de Hermes Trimegisto: "El padre de todo, el telesma del mundo, está aquí. Su fuerza o potencia es entera cuando se convierte y cambia en tierra", es decir, cuando se coagula, ya como una unidad en la que se reúnen los opuestos.
Secuencia de la opus en el Rosarium Philosophorum
El inicio de la obra es un descenso, una confrontación con la propia oscuridad, con la inmundicia de la tierra y del alma. El nigredo, la melancolía, la depresión, la enfermedad, el elemento saturnal. Uno se involucra y atiende a lo que dice el inconsciente -que habla a través de símbolos y fantasías-, "para asimilar el contenido compensatorio, y así producir un significado total, el cual es lo único que hace a la vida digna de vivirse". El inconsciente tiende a compensar, tiende a buscar un equilibrio, un estado de integración, una coniunctio oppositorum. Esta tendencia compensatoria puede ser vehemente y llega a colocar al individuo en un estado de psicosis. Puede ser explicada con la idea del propio Jung: "No estamos aquí para sanar nuestras enfermedades, sino para que nuestras enfermedades nos sanen". La salud no es la ausencia de una enfermedad, es el estado de totalidad, de integración, de completud: la palabra inglesa "health" (salud) viene de una raíz protogermánica que significa "entero" o "completo", misma de la cual proviene la palabra "whole" y "wholeness". Jung advierte que este involucrarse, este empaparse y enrollarse con el inconsciente suele producir una especie de psicosis a la que uno se somete voluntariamente con la esperanza de salir avante:
el paciente está integrando el mismo material de fantasía ante el cual la persona insana cae presa, pues no puede integrarlo sino que es engullida por él. En los mitos el héroe es quien conquista el dragón, no quien es devorado por él. Y, sin embargo, ambos deben lidiar con el mismo dragón. Y tampoco es un héroe quien nunca se ha encontrado un dragón, o quien, habiéndolo visto, declaró después que no vio nada.
Aquí vemos cómo Jung rescata el mito y lo coloca en la encrucijada existencial. La vida secular del individuo moderno no es capaz de proveer sentido; éste, el factor numinoso, se encuentra solamente en el inconsciente colectivo, en los arquetipos que se actualizan y personalizan. El individuo debe abrir la bóveda de la fantasía para que se manifieste el arquetipo. "Sólo aquel que se ha arriesgado a luchar con el dragón y no es vencido obtiene el botín, el 'tesoro difícil de obtener'". Donde hay dragones y serpientes, siempre hay cerca un tesoro y/o una ninfa o una princesa. En la mitología hindú, el ave garuda obtiene el soma del cielo -el líquido de la inmortalidad- por exigencia de las serpientes que para liberarlo a él y a su madre le exigen el soma. Los nagas (serpientes mitológicas), por otro lado, son los guardianes de los tesoros, incluyendo de los sutras de la Perfección de la Sabiduría (Prajnaparamita), los cuales entregan a Nagarjuna. Roberto Calasso escribe en Ka que el soma es lo que otorga la condición de soberano y que "nadie que aspire a la condición de soberano [al misterioso soma] puede alcanzarla sino a través de la Serpiente y de la Ninfa. La Ninfa puede morder aquella sustancia, masticarla, y después transmitirla con el beso en la boca del héroe, del dios, del hombre que llega de pronto". Conocidas son las historias medievales de caballeros y dragones y princesas. Y por supuesto, el Génesis bíblico en el que la serpiente le dice a la mujer que prueba el fruto: "serán abiertos vuestros ojos, y seréis como dioses". Si seguimos aquí a Jung, la caída es también el primer amanecer de la conciencia individualizada y una promesa divina; el pecado contiene, ya latente, la redención del mundo. En la alquimia, el veneno es también la medicina. El necesario mito heroico que todos debemos vivir, sugiere Jung, puede vivirse simbólicamente, pues el conocimiento simbólico salva la distancia entre el sujeto y el objeto, entre el consciente y el inconsciente. Y, como el héroe que ha enfrentado al monstruo, quien ha enfrentado su inconsciente y su océano abisal de imágenes sale de la batalla fortalecido, sólo él:
puede reclamar una auténtica autoconfianza, pues ha encarado el fondo oscuro de su ser y así se ha ganado a sí mismo. Esta experiencia le brinda fe y confianza, la pistis en la habilidad de su Sí mismo de sostenerlo, pues ha hecho suyo todo lo que le amenazaba de afuera... Ha alcanzado una certidumbre interna que le hace capaz de valerse por sí mismo y ha obtenido lo que los alquimistas llamaban unio mentalis.
Para concluir y resumir, podemos decir que la imaginación activa es el involucramiento del paciente con el caudal de fantasías que son liberadas del inconsciente, específicamente dentro de un proceso de psicología analítica. Estas fantasías, que coquetean con la psicosis, no son fortuitas, pues una vez que se ha lidiado con los aspectos individuales del inconsciente (la sombra) brotan del inconsciente colectivo, que Jung llama la herencia espiritual de la humanidad. El inconsciente colectivo, con su constelación de arquetipos que existen fuera del tiempo, es un factor trascendente que tiene, además, un propósito, un telos, un instinto hacia la totalidad, hacia la individuación. Las fantasías, las imágenes, los símbolos que se manifiestan a través del paciente, son el mito de la individuación que se actualiza. Un mismo tema, una misma historia con variaciones contextuales, con plot twists personalizados que llevan a un mismo final universal. El mito de la individuación es el mito de la cosmogonía y de la teogonía. Del macrocosmos reflejándose en el microcosmos. O como Haeckel creyó observar en la naturaleza: la recapitulación de la ontogenia en la filogenia. Aunque existen pruebas empíricas de que el proceso que hemos llamado aquí "alquímico" de la imaginación activa produce un efecto de numinosidad que es equivalente a una sanación (o resignificación vital), Jung es cauto y nos dice que no podemos tener certeza de que la integración del todo -la piedra filosofal, la cristalización del Selbst- ha ocurrido o puede ocurrir en el ser humano. Aunque "esta totalidad es sólo un postulado, sin embargo, es uno necesario, ya que nadie puede afirmar que tiene completo conocimiento de lo que es el hombre". Así quedamos en la oscuridad, pero por eso mismo en la posibilidad de que se haga la luz "en las tinieblas del mero ser". De cualquier forma, si acaso, cada uno deberá vivir en carne propia el eterno mito del dios luminoso, del dios que se hace en el ser humano.
Twitter del autor: @alepholo
Todas las citas, salvo cuando se menciona la obra en el texto, son de Mysterium Coniunctionis (1963), traducido del alemán al inglés por R. F. C. Hull. Las traducciones al español son del autor (salvo la cita de la biografía de Jung, Recuerdos, sueños, pensamientos).