Hasta cierto punto, dormir es un gran enigma. No sin cierto ánimo legendario se dice que genios como Leonardo da Vinci o Buckminster "Bucky" Fuller –entre otros– dormían 4 horas o menos al día, y que en parte ese fue uno de los factores decisivos de su grandeza. Especies como los perros evolucionaron para dormir mucho, pero casi nunca profundamente, lo cual parece estar directamente relacionado con su esperanza de vida.
Sin embargo, quizá más de uno ha llegado a la pregunta de si de verdad dormir es tan necesario. Al menos como hipótesis de trabajo podríamos pensar que, a diferencia de la comida o la bebida, el sueño no parece tener una utilidad tan obvia. Y sin embargo, se han documentado casos de personas que han muerto por no dormir (uno de los más recientes, una joven mujer que pasó más de 30 horas en la agencia de publicidad donde laboraba y que incluso se ufanó de ello en Twitter).
En las últimas décadas, diversas investigaciones han confirmado que dormir es una operación vital para todo nuestro cuerpo, pero al parecer de mayor trascendencia aún para nuestro cerebro. Para usar una imagen contemporánea, las horas de sueño son una especie de “reboot” que el cerebro aprovecha para reorganizar sus conexiones neuronales, deshacerse de algunas que ya no usa y sacar la basura del sistema linfático, entre otras operaciones.
Así, la neurociencia y otras disciplinas afines han arribado al consenso de que dormir es “el precio que pagamos por aprender”, de acuerdo con la conclusión a la que en particular llegó Giulio Tononi, investigador en la Universidad Wisconsin-Madison.
Tononi ha pasado buena parte de su trayectoria investigando el sueño según ocurre en el cerebro, primero como psiquiatra y posteriormente como neurocientífico. Entre los resultados más notables de su trabajo, el investigador y su equipo comprobaron recientemente que sólo al dormir es posible que nuestro cerebro fije lo vivido en el día en forma de conocimiento memorable. La terminología es intencionalmente ambigua porque, en cierta forma, los hechos que experimentamos en nuestra vida diurna también lo son.
La lección del 2+2=4, el juego en el patio de recreo, la caricatura que vemos más tarde en casa, el episodio del libro que leemos: todo ello es un hecho, una experiencia, incluso podría decirse que todo es aprendizaje, pero no todo se registra de la misma manera en nuestro cerebro. Algo de eso es conocimiento racional que utilizaremos el resto de nuestra vida (como las matemáticas); otro también, pero con cierto matiz empírico (como la forma de cruzar una calle, o cómo hablarle a una persona para preguntar por una dirección); otro más es netamente emotivo y también están aquellas experiencias de mundo que son totalmente prescindibles (la forma de las nubes, el perro que vimos al pasar por un parque, por citar esas sobre las cuales Borges erige el infierno memorioso de su Funes). Todo eso es conocimiento, pero no todo es saber, y para distinguir entre uno y otro, el cerebro necesita dormir.
Para arribar a este hallazgo, Tononi alcanzó el que quizá sea el mayor detalle jamás conseguido, pues observó el proceso de dormir en las neuronas mismas, esto al tomar muestras de conexiones sinápticas de cerebros de ratones antes y después de dormir. Según lo observado, la sinapsis en dichas células fue 18% más delgada en los casos en que se tomó antes de dormir, lo cual es evidencia, de acuerdo con el científico, de que el sueño contribuye a reforzar la sinapsis neuronal.
A nivel práctico, esta conclusión explica por qué al día siguiente de una desvelada es mucho más difícil para una persona concentrarse o aprender algo nuevo, además de ser la posible causa de esa sensación de poca lucidez y torpeza mental con que se carga durante todo el día. Asimismo, una recomendación que se deriva de esto es que en momentos de aprendizaje, es de suma importancia dormir bien tanto antes como después de exponerse a algo nuevo.
Los resultados de la investigación de Tononi y su equipo fueron ampliamente aplaudidos en el encuentro más reciente de la Federación de Sociedades Europeas de Neurociencia, el cual se celebró hace unas semanas en la ciudad de Copenhague, Dinamarca, y, hasta el momento, son la respuesta más contundente al enigma de por qué ciertas especies tenemos que dormir.
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