(Todas las imágenes: ©Christian Bobst/The Guardian)
En la costa atlántica de África, en la ciudad de Dakar, Senegal, tiene lugar un tipo de competencia/deporte/arte marcial que conjuga la fuerza y habilidad física de los luchadores con un sentido ritual. Observar el ensayo fotográfico de Christian Bobst publicado en The Guardian nos hace preguntarnos qué sentiríamos si en México o en la liga estadounidense un luchador se bañara con leche y ofreciera una ofrenda a una deidad del panteón vudú. La multitud de estos eventos alcanza el rango de lo masivo para los estándares locales, y los apostadores están a la orden del día.
Y es que los gris gris rescatan algo sobre las artes marciales y el combate de competencia que los griegos tenían muy claro: los cantos que los poetas componían en honor de los vencedores en las olimpiadas los comparaban con Hércules en fuerza y con leones en ferocidad. Existe algo muy primordial en el hecho de que el combate en Senegal siga teniendo una vinculación tan inmediata con lo religioso, pues nos permite tomar perspectiva respecto al combate como espectáculo (sin descrédito alguno de este sano y brutal entretenimiento) donde los luchadores se relacionan de otra forma con las mitologías locales y con el consumo.
Pero haríamos mal en ver a los gris gris como una curiosidad exotista más (el llamado "occidente" no es mucho menos violento en cuanto a deportivizar la guerra): este es el deporte nacional (y no sólo de Senegal, también del Congo) y un buen luchador obtiene algo más que un guiño de las divinidades cuando alcanza la victoria: la carrera de luchador no es larga, pero el vencedor será respetado siempre, e incluso puede aspirar a abrir un gimnasio y enseñar a otros luchadores. Y eso puede hacer la diferencia para muchos jóvenes en un país con oportunidades limitadas por la geografía y la tensión política.
(Visita la galería completa en The Guardian)