La manipulación de los colores en el cine y la publicidad para inducir emociones (explicada por un experto)

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Imagen: "Richie Tenenbaum, self-portrait" (hyphenmatt, flickr)[/caption]

La realidad no es lo que parece. Paradójicamente, como nos parece la realidad es la única forma que tenemos de aprehenderla y comprenderla. Este es un problema viejo de la epistemología que paulatinamente ha transitado a casi cualquier disciplina que en algún punto de su desarrollo se ha enfrentado al llamado “problema de la realidad”. ¿En dónde reside esta? ¿En su dimensión objetiva, o en la representación que nos hacemos de ella?

Un ejemplo en donde esto es palpable (aunque no siempre evidente) es el cine. Aunque a veces pareciera que el cine refleja puntualmente la realidad filmada, la edición que conlleva toda cinta implica un trabajo que a su vez busca reflejar cierta manera de ver el mundo. Podría decirse que parte del valor artístico del cine reside precisamente ahí: en la posibilidad de plasmar y compartir una cosmovisión, una subjetividad, por medio de recursos audiovisuales.

En este sentido, la manipulación del color se convierte en un elemento imprescindible de dicha narrativa. Como sabemos bien, los colores poseen cualidades que por distintas razones asociamos a emociones específicas, estados de ánimo, circunstancias y demás aristas de la realidad que encuentran vehículo y significación en ciertas tonalidades. Los cineastas saben bien esto (y no sólo ellos) y lo aprovechan para situar a su audiencia en determinado êtat d’âme. Las películas de Wes Anderson, por ejemplo, es difícil concebirlas en una paleta distinta a sus habituales tonos pastel, e incluso puede decirse que el director encontró una comunión precisa entre las historias narradas, los detalles en los que recalan dichas historias, el tono en que están contadas y, finalmente, los colores con que se nos presentan. La combinatoria es de algún modo inexplicable porque Anderson ha sabido atar cada uno de los cabos para transmitir esa visión de mundo decididamente emotiva.

Hace unos días, en el sitio Co.Design, el colorista Dave Markun enlistó algunas estrategias mínimas que se utilizan en el medio cuando se busca manipular la percepción para obtener un resultado específico

En un anuncio político, el candidato y su familia pueden aparecer en tonalidades sutilmente amarillas (amistosas), mientras que su oponente se mostrará en tonos azul oscuro (negativos y distantes).

Rojo implica emociones fuertes –ira, pasión, amor– y, además, se utiliza para que hacer que la audiencia concentre su atención en un punto en específico. “Los primos del rojo –magenta y púrpura– son los unicornios del cine. Se tiende a aplicarlos a algo inusual”, dice Markun.

Lo siniestro o desagradable se pinta en verde fluorescente, un color perturbador que hace lucir algo anormal o francamente feo. Sin embargo, cuando el verde se encuentra en donde debe, entonces inspira salud y felicidad. Por eso, cuando se le resta a una situación “real”, entonces esta parece seca y enferma (por ejemplo, en The Matrix, en la célebre secuencia del asalto al edificio de seguridad donde retienen a Morpheus).

 

Los colores, por otro lado, también pueden utilizarse para recrear una realidad inexistente: flashbacks, sueños, distopías y más. En este caso la imaginación es quien muestra el camino, pero no menos cierto es que también existen ciertas reglas no escritas al respecto: a veces los recuerdos están teñidos de una pátina dorada,

 

 en otros casos el futuro es oscuro y sombrío,

 

y los sueños se desvanecen en matices y transparencias.

 

Si se trata de generar lugares físicos y no sólo mentales, entonces, nos dice Markun, el turquesa y el naranja se encuentran entre los preferidos de los coloristas, con ciertas variaciones hacia el negro y las sombras (como en el caso de la película Transformers).

 

¿Qué es la realidad? Definitivamente, no la que el cine nos muestra. Con todo, estas manipulaciones también son útiles para acercarnos a una respuesta o al menos a una reflexión al respecto: si la realidad es tan fácil de intervenir, acaso no es sólo que esta no admita una definición única, sino que quizá en su naturaleza está aceptar esas mismas intervenciones, hasta llegar a la versión que buscamos.

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