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En nuestros días, el psicoanálisis ha perdido el reconocimiento social que tuvo en otras épocas. Si bien desde su origen fue duramente criticado, ese recelo, aversión o escepticismo se han agudizado en años recientes lo mismo por las propuestas de otras corrientes psicológicas como, desde un lado que se presenta como netamente científico, por los descubrimientos de la neurociencia moderna, sin duda una de las disciplinas más asombrosas de nuestro tiempo, la cual ha llegado a descubrimientos sorprendentes en torno a nuestro cerebro, su funcionamiento y los muchos mecanismos por los que se mantiene en marcha uno de los componentes más enigmáticos de la naturaleza humana: la mente.
Con todo, existen ciertas nociones que aunque quizá no son exclusivas del psicoanálisis, su definición se logró sólo durante el desarrollo de este. Tal es el caso del concepto de “inconsciente”, sumamente útil al momento de comenzar a explorar la psique humana y sin el cual muchos comportamientos no tendrían explicación.
La noción no es exclusiva del psicoanálisis y quizá su autoría ni siquiera puede atribuirse a Sigmund Freud. Un ejercicio interesante de arqueología bibliográfica y hasta epistémica se encuentra en leer ciertos escritos de Freud para constatar la construcción de este concepto y los recursos de los cuales se sirvió en el proceso, cómo a partir de citas de Shakespeare, Goethe o E. T. A. Hoffmann, entre otros, realizó una síntesis contundente de aquello que otros ya habían intuido: la existencia de una zona en nuestra mente o en nuestro ser en donde se encuentra todo aquello que preferimos olvidar o evitar, nuestros recuerdos más dolorosos, nuestras fantasías inconfesables, nuestros deseos más profundos, todo ello contenido, esto en al menos dos sentidos de la palabra: que está ahí pero también cercado, limitado, como líquido por un recipiente, como las paredes que encierran a una presa, que en este caso son casi siempre la moral de una época, las reglas religiosas o sociales, los tabúes de la civilización, la formación familiar y más; una parte de nosotros mismos, en suma, que por esta misma razón, aunque relegada en la vida consciente, también incide sobre nuestras decisiones y nuestros actos.
Freud, como decíamos, retomó algunas de esas aproximaciones y las consolidó tanto como concepto en sí como en relación con el resto de su teoría en torno a la mente humana, de ahí, en parte, su trascendencia pero sobre todo su vigencia, pues de entre todos los señalamientos que pueden hacerse al psicoanálisis a propósito de su obsolescencia o su retraso en el conocimiento de nuestra mente en comparación con otras disciplinas, el “inconsciente” aún se mantiene como una realidad elusiva, misteriosa, desconocida incluso.
Además de dicha vigencia teórica, en la práctica el psicoanálisis ha tenido hasta ahora otra ventaja: es casi la única manera de acceder conscientemente a dicho territorio. Hasta ahora sólo mediante este método u otros inspirados en la llamada “talking cure” es posible acercarse a nuestros pensamientos reprimidos por algún motivo.
Remarcamos intencionalmente el “hasta ahora” porque, según se dio a conocer recientemente, científicos de la Universidad Northwestern desarrollaron otro procedimiento mediante el cual un agente externo podría llegar a los recuerdos traumáticos de una persona y recuperarlos incluso contra su voluntad.
La investigación, dirigida por Jelena Radulovic, se apoyó en los descubrimientos en torno a la llamada “memoria dependiente del estado”, un concepto sobre el cual hemos escrito anteriormente en Pijama Surf y el cual, grosso modo, se refiere a la manera en que nuestro cerebro forma neuroquímicamente los recuerdos en función de las condiciones emocionales en que ocurrió cierto hecho. Siguiendo esta línea, los científicos indagaron los efectos de reproducir dichas condiciones, sea en un sentido empírico (situándose en el mismo lugar donde ocurrió el trauma), emocional (reproduciendo el estado de ánimo del hecho) o químico (induciendo los niveles de ciertos neurotransmisores asociados a la acuñación de un recuerdo).
En el caso específico de la última opción, la neuroquímica, el experimento principal de este estudio consistió en estimular el hipocampo de ratones con una sustancia conocida como gaboxadol, el cual funge en el cerebro como una especie de sobrecarga de GABA, un químico que genera conexiones sinápticas.
[caption id="attachment_99258" align="alignright" width="314"]Según Radulovic, el efecto conseguido podría compararse al de la ebriedad, sólo que únicamente a nivel cerebral, estado que los investigadores aprovecharon para situar a los animales en cajas de Skinner en las que recibían una descarga eléctrica mínima pero suficiente como para provocarles dolor.
Al día siguiente, ya sin la influencia del gaboxadol, los mismos roedores fueron llevados a las mismas cajas y entre las muestras de comportamiento notadas se observó que ninguno mostraba señales de miedo, como si esta emoción no hubiera tenido las condiciones necesarias para formarse y menos aún para asociarse con una situación específica en forma de recuerdo traumático.
Para confirmar el hallazgo, los científicos volvieron a inundar el cerebro de los ratones con gaboxadol y de nuevo los pusieron en las cajas, sólo para comprobar que entonces sí el miedo los tomaba y los volvía incapaces de cualquier acción.
“Esto hace ver que cuando los ratones fueron devueltos al mismo estado cerebral generado por la sustancia, recordaron la experiencia estresante del trauma”, declaró al respecto Radulovic. Asimismo, el experimento muestra cómo el cerebro crea caminos moleculares y neuronales totalmente distintos cuando forja un recuerdo doloroso o relacionado con el miedo. Por último cabe destacar que a diferencia de otro tipo de recuerdos (que usualmente se encuentran en el córtex y por ello son de fácil acceso en la vida consciente), los traumáticos en especial parecen almacenarse en las regiones subcorticales, las cuales se activaron en los roedores también por efecto del gaboxadol.
Si esta investigación encuentra un uso terapéutico, podría ser con personas con desórdenes psiquiátricos asociado con el estrés postraumático, uno de nuestros mecanismos de defensa para eludir los recuerdos dolorosos. Con todo, cabe preguntarse por el empleo no necesariamente terapéutico sino con otros fines, o desde una perspectiva distinta del término "terapia".
Las curas por medio del habla aún se practican porque parte importante de su fundamento es la elaboración paulatina de una red de autoconocimiento que dé sentido a la recuperación del recuerdo doloroso. ¿Qué pasaría si dicha memoria vuelve súbita, desprevenidamente? ¿No existiría el riesgo de que sea doblemente traumática para el sujeto? ¿No sería como un salto en el vacío del que quizá no sea capaz de volver? ¿Y qué sería de lo que somos si de pronto, en un momento, nos sustrajeran esos recuerdos dolorosos que también nos han formado como personas?
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