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Más de 60 razas de maíz nativo garantizan biodiversidad, nutrición y soberanía alimentaria, pero los cultivos transgénicos ponen en riesgo este legado milenario

Desde tiempos ancestrales, el maíz ha sido mucho más que un alimento en México: es la espina dorsal de su cultura, su historia y su identidad. Desde los mitos cosmogónicos que narran la creación del hombre a partir de sus granos hasta la presencia cotidiana en la mesa, el maíz es sagrado. Sin embargo, esta herencia enfrenta una de sus más grandes amenazas: la contaminación transgénica.

Más allá de su valor cultural, el maíz nativo representa ventajas innegables tanto para la salud como para el medio ambiente. A diferencia del maíz modificado genéticamente, diseñado para resistir plagas o herbicidas, las variedades nativas han evolucionado a lo largo de siglos, desarrollando resistencia natural a enfermedades y condiciones climáticas adversas. Esto reduce la necesidad de pesticidas y fertilizantes sintéticos, protegiendo la tierra y el agua de la contaminación química.

Nutricionalmente, el maíz nativo supera al maíz industrializado en múltiples aspectos. Muchas variedades contienen más proteínas, aminoácidos esenciales, antioxidantes y minerales como el zinc y el magnesio. Además, el proceso tradicional de nixtamalización—práctica mesoamericana que mejora la absorción de nutrientes—convierte al maíz en una fuente más rica y biodisponible de calcio y niacina, esenciales para la salud ósea y metabólica.

Desde un punto de vista ecológico, el maíz nativo es clave en la conservación de suelos y ecosistemas. Al sembrarse mediante métodos tradicionales y en asociación con otros cultivos como el frijol y la calabaza, promueve la biodiversidad, evita la erosión y ayuda a la regeneración del suelo. En contraste, los monocultivos transgénicos dependen del uso intensivo de agroquímicos, afectando la fertilidad de la tierra y la calidad del agua.

En el ámbito económico y social, el maíz criollo es el sustento de miles de familias campesinas que preservan conocimientos ancestrales, asegurando la continuidad de técnicas agrícolas sustentables. A diferencia del maíz transgénico, controlado por grandes corporaciones, el maíz nativo permite a los productores mantener su autonomía y fortalecer mercados locales, impulsando economías rurales.

El debate sobre la prohibición del maíz transgénico no es solo una cuestión de ciencia o comercio; es una batalla por la autonomía alimentaria, la salud pública y la continuidad de un legado milenario. En un país donde el maíz es mucho más que un grano, defender su diversidad es también defender el futuro.


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