La vida de Camille Claudel es una más de las cientos de miles de historias de mujeres talentosas que vieron fracturadas sus ansias e ilusiones de brillar a través del arte. Al igual que sus contemporáneas del siglo XIX, la familia de Claudel sostenía valores rígidos y roles de género muy marcados, donde el ingenio y las emociones eran fácilmente señaladas y condenadas.
Desde que era muy pequeña, Camille fue una gran apasionada de la escultura. Jugaba con el barro a esculpir a los miembros de su familia, como su madre, su hermana y su hermano, Paul Claudel.
Para sus padres fue muy difícil aceptar la vocación artística de Camille, ya que su madre consideraba que era una desviación radical de las reglas de la vida burguesa propias de ese siglo.
En 1881, cuando apenas cumplía 17 años, su familia se mudó a París, al barrio de Montparnasse, y al año siguiente Camille ingresó a la Academia Colarossi para estudiar escultura. También se independizó y alquiló un departamento junto con dos amigas inglesas.
Mientras mejoraba su técnica en Colarossi, su profesor y director, Alfred Boucher, tuvo que ausentarse para dar una clase. Su profesor sustituto, un hombre de barba prominente y de edad madura, le cambiaría la vida para siempre: Auguste Rodin.
La aprendiz de escultura y su maestro se flecharon prácticamente enseguida. Ella con 19 años y él con 43. A pesar de la diferencia de edades, se sintieron atraídos de inmediato. Su vínculo los llevó a compartir momentos en los círculos artísticos y culturales más relevantes del París del siglo XIX, además de realizar frecuentes escapadas fuera de la ciudad. Sin embargo, la relación tenía un obstáculo insalvable: Rodin nunca dejó a Rose Beuret, su pareja desde 1864. Esta experiencia inspiró una de las obras más representativas de Camille: La edad madura.
El declive de la artista comenzó a ser evidente poco después. Mientras que las esculturas de Rodin se cotizaban hasta en 40,000 francos, las de Camille apenas alcanzaban los 40. Para poder financiar su arte, la escultora se dedicó a fabricar lámparas por las noches y su padre, a escondidas de su madre, la apoyaba económicamente.
La situación se tornó aún más sombría tras la muerte de su progenitor. La familia decidió no informarle a tiempo para evitar que asistiera al funeral.Camille se enteró días más tarde por medio de una carta enviada por su primo.
La relación con su madre siempre fue tensa. Desde su nacimiento, esta la rechazó por no ser el hijo varón que tanto esperaba. Eventualmente, su madre y su hermano decidieron internarla en el sanatorio de Ville-Evrard, ubicado al este de París.
Camille llegó al hospital psiquiátrico diagnosticada con neurosis depresiva y síndrome narcisista, lo que desató un fuerte cuadro de manía persecutoria. Estaba convencida de que Rodin planeaban despojarla de sus obras y apropiarse de su talento. Esta paranoia la llevó a recluirse en su hogar, donde cubría las ventanas con maderos para evitar que alguien la viera y temía salir a la calle, sumida en una profunda desconfianza hacia el mundo exterior.
En aquella época, los padecimientos mentales en mujeres eran frecuentemente catalogados bajo el diagnóstico de "histeria femenina", una teoría ampliamente aceptada que tuvo eco en los estudios de Sigmund Freud. Freud, quien estudió con Jean Martin Charcot entre 1885 y 1886, tomó gran parte de sus conocimientos sobre neuropatologías del pionero francés. Charcot había explorado la histeria como un trastorno que podía manifestarse con síntomas físicos sin una causa orgánica evidente, atribuyendo este fenómeno principalmente a mujeres.
Aunque no hay registros de que Freud trató a Camille Claudel, es posible que su estado mental hubiera sido encuadrado dentro de este diagnóstico tan extendido en la época. La histeria, bajo la mirada freudiana, se abordaba a través del psicoanálisis, que exploraba los traumas y conflictos internos del paciente para hallar las raíces del padecimiento. En el caso de Camille, sus experiencias emocionales, su relación tormentosa con Rodin y el rechazo materno desde su nacimiento, pudieron haber sido vistas como detonantes de su estado.
Lamentablemente, Claudel pasó los últimos 30 años de su vida recluida en instituciones psiquiátricas, aislada de la sociedad y del arte que tanto amó. Su historia es un recordatorio de cómo los prejuicios sociales y los estigmas de género logran truncar la vida y el éxito de las grandes mentes y las manos hábiles.