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¿Cómo ha escalado la controversia reciente en México en torno al culto de la Santa Muerte? ¿Por qué no todos los files de la Niña Blanca son narcotraficantes o delincuentes? ¿En qué consiste esta creencia como fenómeno religioso y de marginación?

El siguiente artículo escrito en 2024 no pretende analizar el inminente proceso electoral de México ni tomar partido por una y otra fuerza política. Se trata de una reflexión sobre una realidad religiosa popular, una denuncia de prejuicios clasistas y una reivindicación no de la Santa Muerte, sino del derecho a la libertad de culto también como no revictimización.

¿Por qué este tema ha recobrado visibilidad en el discurso público del país? Empieza por una campaña no gubernamental ni del partido MORENA, Movimiento de Regeneración Nacional, aunque claramente en apoyo del presidente con el lema: "Un hombre verdadero nunca habla mal de López Obrador", junto a una sugestiva y, para muchos, aterradora imagen de la Santa Muerte impresa en una camiseta viralizada en redes sociales. Es obra de la marca de ropa Camisetas Pendejas, que se ha dado a conocer maximizando tendencias mediante el uso y generación de memes. Esta imagen ha generado una enorme controversia que ha sido rápidamente instrumentalizada por la oposición política, mediática y religiosa, en particular por el PAN, Partido Acción Nacional, señalando a la izquierda en el poder como un narcogobierno.  

Con más fuerza que nunca, la devoción a la Santa Muerte vuelve a asociarse a personas que se dedican a actividades ilegales, narcotraficantes, políticos, empresarios y policías corruptos, y todo tipo de delincuentes, quienes recurren a esta entidad violenta y amoral para recibir poder, impunidad, dinero y protección fuera del alcance de la Ley y sus enemigos. Es un hecho conocido que el secuestrador Daniel Arizmendi, “El Mochaorejas”, tenía un altar de la “Niña Blanca”. La Iglesia Católica se ha opuesto vehementemente a este culto desde sus primeras manifestaciones. En palabras de la Conferencia del Episcopado Mexicano:

No podemos ignorar la preocupante realidad que enfrenta nuestra sociedad con la implementación de una cultura de la muerte y violencia a través de la narcocultura que se difunde en las redes sociales, imágenes violentas y cultos distorsionados.

Independientemente de cómo pueda afectar a la sensibilidad de cada quien el culto a la Santa Muerte, considero sumamente preocupante que la derecha en México, más que solo criticar al presidente Andrés Manuel López Obrador, descalifique además una creencia que comparten niños, mujeres y hombres de todo el país, mucho más extendida que religiones organizadas como los mormones y diversas Iglesias protestantes particulares. Parte de la izquierda se ha sumado a asociar de manera puritana esta forma de fe con la delincuencia y la estigmatización al consumo de drogas. Indebidamente se ha reafirmado el lugar del catolicismo, que no es una religión oficial, sino mayoritaria dentro un espacio público laico, legitimándose un juicio discriminador sobre qué religiosidades son intrínsecamente antisociales.   

Pero, ¿en qué consiste la devoción a la Santa Muerte? Antes que nada, habría que aclarar que su base social no se compone solo de narcomenudistas, secuestradores y corruptos, sino principalmente de personas de escasos recursos, generalmente excluidas de la economía formal urbana, la seguridad social, el sistema jurídico y el acceso a la educación, además de un amplio sector semirrural empobrecido. Sus fieles ofrecen comida o mandas esperando un auxilio milagroso para tener trabajo o salud. Se trata de una religiosidad que tomó fuerza en los tianguis o mercados, lo cual explica su carácter advenedizo y basado en la negociación o intercambio, como muchas otras expresiones religiosas en diversos países del mundo.

El carácter amoral del culto a la Santa Muerte no es “inmoral” o intrínsecamente favorable a esconder y solapar actos delictivos, sino que no se basa en principios doctrinales o en una organización centralizada, sino en una serie de códigos para tratar con una fuerza benefactora que es la otra cara de la oscuridad, la vida que nos consume, un orden impersonal al que se da boca, ojos y oídos. En palabras del sociólogo de las religiones Bernardo Barranco:

No es una religión ni una iglesia. Es un culto popular que refleja lo que es el México actual.

Si bien no se trata de una creencia centralizada, tan solo en el área metropolitana de la Ciudad de México pueden hallarse focalizaciones del culto, por ejemplo, la iglesia de la Santa Muerte en Tultitlán, y los altares dentro del Barrio de Tepito, famosos desde principios del siglo XX. Se trata de una expresión religiosa que violenta la doctrina católica basada en asociar a la muerte con el pecado, remediada por el sacrificio propiciatorio de Cristo, siendo un orden permitido por Dios y no un deseo nuestra mortalidad. Sin embargo, la Santa Muerte también se nutre de la propia diversificación católica de lo sagrado en figuras como la Virgen y los santos. La mayoría de sus fieles se consideran parte de la Iglesia, replicando el modelo universal y mexicano de sus peregrinaciones, obras y ritos rogativos para su Niña Blanca. En palabras de Barranco:

La Santa Muerte es una expresión violenta, una imagen provocadora, chocante, pero en el fondo es uno de los rostros de la virgen morena, es una faceta herética de la Virgen de Guadalupe que tiene expresiones y protege a los habitantes del mundo más rudo.

La consciencia celebrativa de la muerte es parte de México, presente en la tradición del Día de Muertos y sus calaveras de azúcar, en la obra plástica de artistas como Diego Rivera y José Guadalupe Posada, o en películas maravillosas como Macario de Roberto Gavaldón y Emilio Carballido. El culto a la Niña Blanca se ha nutrido del pragmatismo del comercio popular y de la larga historia del sincretismo religioso mexicano, superponiendo el remoto pasado prehispánico, la fe del catolicismo barroco español y la santería afrocaribeña.

La multiplicación de centros de veneración en casas y templos improvisados, además del alto consumo de artículos como yerbas, veladoras e imágenes fetichistas que se venden en mercados populares, por ejemplo, el de Sonora en la Ciudad de México, es una señal del arraigo de este culto que suple las necesidades psicológicas de muchos mexicanos, muchos marginados como las niñas y los niños de la calle, los vendedores ambulantes, los trabajadoras y los trabajadores sexuales, además migrantes de dentro y de fuera del país, siendo cada vez más común su aceptación también entre las clases medias y altas. En opinión de Claudia Reyes Ruiz, investigadora y profesora de la Escuela Nacional de Antropología e Historia de la UNAM:

No es fácil determinar el origen del culto a la Santa Muerte. Lo que sí es un hecho es su enorme crecimiento en los últimos años en los que ya no se le esconde, y sus seguidores comienzan a expresar su devoción abiertamente en altares particulares, portando medallas, escapularios o tatuajes con su imagen, o en el surgimiento de capillas callejeras y oratorios como los de la calle de Alfarería, o como el Santuario de la Santa Muerte, ambos en la colonia Morelos al interior de la Ciudad de México.

En conclusión, independientemente de nuestra sensibilidad individual, la izquierda no debería desvincularse de esta controversia replicando la condena pública que ha hecho la oposición de derecha a una religiosidad que es una parte fundamental de la vida de una minoría creciente de mexicanas y mexicanos. Este acto ha sido una inédita e inaceptable normalización de una facultad para negar y estigmatizar por motivos religiosos. Del mismo modo en que el catolicismo no es una religión de abusadores, la Santa Muerte no es crimen ni narcocultura, salvo como un espejo del dolor humano que estos fenómenos cotidianos provocan.


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Imagen de portada: Santa Muerte, La Verdad Noticias.