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¿Por qué la palabra nahual se refiere a tantas experiencias e identidades diferentes? ¿Qué tiene que ver con animales y sueños? ¿Cuál se su relación con el chamanismo en México? ¿Por qué uno puede ver, incorporarse o viajar como nagual?

Allá, en la octava casa de transformación, con resonar de tambor descendió el nahual. En el lugar de las llamas comenzó el canto, allí donde nace el nahual.

La palabra “nawalli” es un título, una naturaleza, una situación, un poder, un sueño, un animalidad, una palabra que hace poner caras y usar toda su energía a las palabras. Españolizada “nagual” o “nahual”, se oculta en el México de hoy como las acepciones del pensamiento de la civilización de Anáhuac. 

En primer término, hablamos de una abstracción de atributos personales o de características de la realidad, lo no inherente, sino activo de las teofanías que se ven y no se comprenden, aterran y atraen por igual. El Códice Florentino asienta, por ejemplo, que “nuestro señor el nagual Tezcatlipoca es tinieblas y viento”. Este difrasismo nos hace vislumbrar y tocar lo invisible e impalpable, es decir, pone en duda la objetividad de nuestros sentidos y la transfiere a la visión como un agente impredecible que es su propio poder, el fenómeno natural y sobrenatural desconocido y revelado. Nawalli también fue un apodo en los territorios nahuas para las muchas deidades que se vincularon con la percepción. A Quetzalcóatl también se le llamaba “Nawalteku’tli”, señor nahual, o “Nawalpilli”, príncipe de los naguales. A Tezcatlipoca, “Koyotlinawal”, nahual coyote. Se trata de una divinidad que oculta para hacer ver sus poderes sobre el cambio invisible e impalpable, la revelación de la tiniebla que pasa a manos de un poder menor.

Este símil “micrológico” de aquella agencia macrocósmica son los naguales como los sabios de una cultura, el depósito humano de las verdades inaccesibles, siendo versiones dichas de la verdad, vicarios del misterio actuante sobre todas las cosas. “Lo ordeno yo, el anciano sabio, la anciana sabia, el que conoce el inframundo y el cielo, yo mismo, el señor nahual”. Como enseña el Códice Florentino, “el nagual es sabio, sabe hablar, tiene en su interior un depósito”, pero además hace un servicio y comprende el corazón humano porque “tiene un corazón, es vigilante, atento, auxiliador, a nadie perjudica”. Fray Bernardino de Sahagún refiere que el nahualli es también “un calculador de números, un médico”. La raíz “nau” también da nombre al número “nawi”, cuatro o el primer exponente natural, por lo que el nahual es también lo exponenciado, entendimiento, “nawa”, el que profundiza, penetra, espía la realidad, y así puede legislar y dar a conocer, permitir lo comprensible o “nawatl” sobre lo inefable del futuro y la naturaleza. En palabras de Diego Durán en su Historia de las Indias, saben “las cosas por venir” y “todo cuanto pasa en el mundo”. Sin embargo, los naguales siguen siendo “hijos de la noche”, es decir, seres que reciben sabiduría por tener un ojo en el mundo y el otro en el nivel de la realidad del que no se puede hablar, la oscuridad generadora. Son hijos de la transformación, de la identidad energética de este mundo que se convierte una y otra vez en otra cosa, otra comprensión y otro orden nuevo.

De acuerdo con el Códice Florentino, por esta doble dimensionalidad “al nahualli nadie puede burlarlo ni sobrepasarlo, pues no es un simple humano”. Sin embargo, la acepción más clara relacionada con una tarea es ser un “chamán” como especialización performativa, sabiduría mágica que realiza servicios. El nahual es una persona cuando viaja por el universo arquetípico. Por eso también se le denominaba “xólotl”, doble, como también al dios patrón de los brujos vinculado al fuego y a su creación, resbalar o fluir en nahuatl, moverse en lo incierto. El nagual es el desdoblamiento de un chamán, su identidad mínima en un estado de consciencia incorpórea, volviéndose o incorporándose a ese estado. La idea de este desdoblamiento es patente en otros títulos como “Okse”, el otro, o en palabras del Códice Florentino, se trata de un “ayudante” o “gemelo”. Los himnos y conjuros prehispánicos dan cuenta de esta identidad particular:   

Aquí vengo a observar nuestro espejo nahual, yo, el señor del inframundo, el señor nahual, el doble. Aquí traigo a mi espejo nahual de rostro ahumado, yo, el nahual ocelote.

El desdoblamiento que ocurre, ya sea en los sueños, ya sea en lo no mediado por la consciencia humana convencional, es identificarse con lo imprevisto que solo alguien como un chamán puede agenciar de manera progresivamente comprensible, una identidad con el sujeto de las experiencias oníricas que es el nawalli o el “wai” para los mayas, el nocturno, onírico o soñado. Este punto incierto entre la consciencia y la inconsciencia también se asocia al reino animal, al ámbito no civilizado. En su Tratado de las Supersticiones, Jacinto de la Serna da cuenta de que esta asociación ha llevado a la gente a considerar “a los animales campestres y monteses” como “sus nahuales”. El arte prehispánico representaba este desdoblamiento hacia lo sutil como un ente con rasgos combinados de felino y humano, a veces emergiendo de la espalda o de la cabeza de un chamán. Una creencia popular mantenida hasta el día de hoy en México es que un nahual puede ser un doble que cada uno dentro de la selva o de un sitio con otro grado de realidad, un animal mágico en el que nos metemos al atravesar el sueño. Aunque, de acuerdo con los cronistas, este animal se trata más bien solo de una proyección de nuestra forma humana.

El escritor Carlos Castaneda popularizó el término nagual como “líder de una partida de chamanes”. Todos y todo es el nawalli, porque todos nos cruzamos como animales, animaciones de una verdad que no conocemos, no podemos sentir, pero da forma a nuestras sensaciones, al horror, al poder, al hechizo y a la contemplación que es el universo.

 

Con información de Universidad Tolteca

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Imagen: Nahuales, Indira Castellón.