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¿Qué hace tan interesante observar a estos insectos? ¿Cuáles son las características extrañas de su ciclo de desarrollo y de sus cuerpos? ¿Por qué impresiona a biólogos e ingenieros que los abejorros sean capaces de volar?

El abejorro terco
rondando el foco zumba
como abanico eléctrico

Este haiku fue escrito por el poeta mexicano José Juan Tablada. Oir a estos animales, que prosperan en el mes de abril, es participar de un ambiente, pero también quedarse viendo lo misterioso de los caracteres. ¿Por qué observar a los abejorros invita a la reconciliación con nuestro propio ingenio y con una fenomenología natural de búsqueda de soluciones a lo imposible? También conocidos como mangangás, cigarrones o “bombus”, la nomenclatura de su género, son insectos “himenópteros” de la familia “Apidae”, dueños de un vello sedoso con variaciones de color de acuerdo con su especie, a veces totalmente negros o con bandas amarillas, blancas, naranjas o rojizas. De cabeza pequeña con dos antenas táctiles y olfativas, tienen tres pares de patas y una concavidad entre el tercer par, donde acumulan el polen que laboriosamente reúnen para transportarlo a sus nidos. Lo inexplicado de estos seres vivos fue por mucho tiempo su habilidad para volar “a pesar” de sus cuerpos robustos, algo contradictorio para las leyes de la aerodinámica.

Está demostrado que es imposible que el abejorro pueda volar, pero él no lo sabe.

Las primeras explicaciones de esto que los abejones no “saben” que no “pueden” hacer fueron provistas por la Universidad de Washington, a penas a principios del milenio. Los abejorros mueven sus alas hacia delante y hacia atrás, y no hacia arriba y hacia abajo como podría sugerirnos el sentido común. Además, si bien estas son pequeñas en relación al tamaño de estos insectos, pueden generar hasta 300 aleteos por segundo para elevarlos en el aire, seis veces más que las famosas alas del colibrí, compensando su peso y un gasto importante de energía, eso a lo que muchos especialistas se refieren como su “diseño”, una palabra extraña si se relacionan torpemente ingeniería y biología. Los biólogos no prescriben sino que describen, más que las capacidades, el cómo se capacitan los seres vivos para sobrevivir por un camino que nunca ha sido único, sino que se bifurca en posibilidades convenientes, pero también ingeniosas. La ingeniería de los abejorros es un acervo antiguo y continuo al que recurre la insistencia propositiva de la vida. Como escribió el novelista francés Alphonse Karr:

Nos gusta llamar testarudez a la perseverancia ajena, pero le reservamos el nombre de perseverancia a nuestra testarudez.

Es verdad que tendemos a “creer” que los fenómenos de adaptación más básicos de plantas y animales tienen caracteres. Pero esto no está tan lejos de la verdad porque carácter y adaptación son habilidades colectivas e individuales diversas que, valdría la pena reconocerlo, nos hacen dudar sobre cuál es el límite entre lo premeditado y las respuestas aparentemente no inteligentes a un medio no solo hostil, sino creativo. El ciclo de vida de los abejorros empieza con la primavera y un aumento de las temperaturas que saca a una reina de su hibernación bajo tierra durante los meses más fríos. Comenzará a alimentarse y buscar un sitio propicio para construir un nido, normalmente en madrigueras de roedores abandonadas o huecos en la superficie de los árboles. El nido se convertirá en una almacén de elementos de las flores cercanas. Una vez que la reina ha reunido suficientes reservas, formará un montículo de polen y cera segregada por sus glándulas, adecuado para poner sus huevos.

De esta matriz hecha de alimento, emergerán pequeñas larvas blanquecinas que, después de unas semanas, harán un capullo para transformarse en abejorros adultos. Las hembras obreras asumirán las labores fuera y dentro del nido, por ejemplo, de recolección, limpieza o protección, a diferencia de la reina, dedicada desde ese punto exclusivamente a la puesta continua de cientos de huevos. Los machos saldrán primero para proveerse de néctar y competir por las hembras que, en un futuro, crearán sus propios nidos. Estas son alimentadas de manera especial y por más tiempo, abandonando el interior solo para aparearse en el denominado “vuelo nupcial”. Estas futuras reinas fertilizadas deben nutrirse mejor porque solo ellas podrán sobrevivir al invierno y resistir la hibernación para repetir el ciclo. Esta terquedad de los abejorros es la de una Eva que crea su propio universo y lo alimenta de sí misma para que puedan nacer de él nuevas Evas creadoras. Es algo curiosamente tan individual como masivo, tan “diseñado” como “ingenioso”. No puedo evitar que me recuerde esa frase del rapero y compositor Tupac Shakur sobre no saber que no podemos:

Has oído hablar de la rosa que surgió de una grieta en el cemento? Demostrando que las leyes de la naturaleza eran erróneas, aprendió a caminar sin tener pies. Es curioso, parece que mantiene sus sueños; aprendió a respirar aire fresco. Larga vida a la rosa que creció a partir del cemento cuando a nadie más le importaba.

 

Imagen de portada: abejorro, Fundación Lagasca