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Entre sus varias cualidades, la serie animada "Avatar: la leyenda de Aang" se apoyó en nociones profundas del budismo y el taoísmo, representadas con sencillez y gracia

Para Ruth, taoísta, poeta y resiliente.

Me encanta todo lo que tenga que ver con el universo del Avatar Aang creado por Michael DiMartino y Bryan Konietzko, sus tres temporadas de 2005 a 2008 en Nickelodeon y su continuación en formato cómic. Se trata de una serie animada que muchos aseguran que bien puede ser disfrutada también por los adultos. Mala elección de palabras. La animación no es un género, sino un medio para contar historias. Avatar no es una experiencia que “hasta” los niños pueden entender y que los adultos pueden disfrutar “a pesar” de su humor inocente. Conflictos éticos vivos, el miedo a la muerte que comparten los lémures y los reyes, la conversión a través del perdón, la sabiduría de los pueblos animistas, las religiones kármicas, los sabios ocultos en las montañas o los locos contrarios a toda jerarquía. La acción y el humor divertidos de la serie son parte de ese gozo por descubrir el mundo tal cuál es, un lugar abierto por el sufrimiento pero donde quien no se resista a aprender, podrá aprender para siempre, de la cuna a la tumba. 

Hay muchos temas interesantes en Avatar, pero me interesa tratar uno que es parte en el debate de las grandes religiones de Asia: el desapego o “separación”. Un tema en el que quizá difieren muchas veces budistas y taoístas, sabios a los que se les vinculó históricamente y que ofrecieron frutos comunes, como la meditación del Rinzai kōan o la poesía haikú, pero que también produjeron lecciones encontradas sobre cómo aceptar nuestra naturaleza y dejar ir el dolor. 

No obstante, primero vale la pena revisar de qué va la serie de Avatar, el último maestro del aire. Quedan avisados de la necesidad de spoilers: El Avatar es el retorno una vida tras otra en hombre o mujer del espíritu o principio de la armonía “Raava”, opuesto y complemento del espíritu o principio del caos “Vaatu”. Se trata de un maestro que lucha para evitar la autodestrucción de los seres humanos por su ambición, ignorancia u odio dentro del ciclo ilimitado que son el mundo y la Historia. También es el puente hacia el reino sutil de los espíritus. Es así que recibe autoridad política y religiosa universal, además de la capacidad de renacer siempre como la única persona con las habilidades de control de las cuatro grandes naciones, agua, tierra, fuego, aire, de las tribus de los polos norte y sur, el Reino Tierra, la Nación del Fuego y los nómadas aire, inspirados en los indígenas inuit, China, Japón, y los monjes tibetanos y nómadas mongoles. Estas habilidades de control de los elementos son similares a formas de arte marcial. 

Tras su muerte hace diez mil años, Wan, el primer Avatar, ha vivido miles de veces en miles de vidas en cada uno de los cuatro grandes pueblos del mundo, aconsejándolos y corrigiendo sus errores, por ejemplo, como los avatares Yangchen, Kuruk, Kyoshi y Roku, anteriores a los eventos de la vida de Aang y del exterminio y conflicto mundial que le tocó vivir, “la guerra de los cien años”. El desarrollo social y tecnológico de la Nación del Fuego la animó a realizar una expansión colonial a gran escala. Aang nació como el nuevo Avatar entre los maestros aire y fue educado como un monje. Al cumplir los doce años huyó de su hogar en el Templo Aire del Sur a lomos de su animal guía, un bisonte volador llamada Appa, sólo para quedar atrapado en una tormenta. Sobrevivió congelado un siglo dentro de un iceberg, por lo que estuvo ausente durante todo el desarrollo del creciente imperio del Señor del Fuego, pero así evitó ser parte del genocidio de su cultura. Durante la serie, Aang hace nuevos amigos y aprende a controlar los demás elementos, agua, tierra y fuego, para recuperar el equilibrio en un mundo sin esperanza.

Cerca de poner fin a la guerra, el Avatar empieza a reflexionar sobre su batalla final con el nieto del Señor del Fuego Sozin, iniciador de la guerra. Aang quizá tendría que matar al Señor del Fuego Ozai para liberar a los demás pueblos de su opresión. Esto lo angustia por las terribles implicaciones morales y es llevado a la isla del León Tortuga, una deidad antigua que le permite reflexionar en esta dimensión paralela. Ahí se conecta con sus vidas pasadas, que sobreviven en él como una gran cantidad de experiencia y conocimientos. Sus antecesores nacidos en culturas distintas a la suya le aconsejan no dudar en poner fin a Ozai. Aang entonces decide preguntar al último Avatar que nació entre su propia gente y misma sensibilidad, la monja Yangchen: 

–Avatar Yangchen, los monjes me enseñaron que toda vida es sagrada. Incluso la de una arañamosca atrapada en su propia telaraña. 
–Así es, toda vida es sagrada. 
–Lo sé. De hecho, soy vegetariano. Trato de resolver mis problemas siendo rápido e inteligente, sólo he usado la violencia para defenderme y jamás podría usarla para matar a alguien. 
–Avatar Aang, sé que eres un espíritu amable y los monjes te enseñaron bien. Pero esto no se trata de ti, se trata del mundo. 
–Pero los monjes me enseñaron que debo separarme del mundo para que mi espíritu sea libre. 
–Muchos grandes y sabios nómadas del aire se han separado y alcanzado la iluminación espiritual. Pero el Avatar jamás podrá hacerlo, porque su único deber es con el mundo. Este es mi saber para ti, Aang: tu deber te obliga a sacrificar tus propias necesidades espirituales y hacer lo que sea necesario para proteger el mundo.

Este encuentro de Aang con Yangchen sugiere varias conclusiones sobre las responsabilidades y la condición existencial del “Avatar”. El término proviene del subcontinente indio, del sánscrito avatâra, que significa “descenso”. En el hinduismo se hace referencia a la toma de forma humana o incluso animal de un ser divino en la Tierra, por ejemplo, la mitología vaishnava da cuenta de por lo menos diez avatares del dios Visnú. Hablamos entonces de una manifestación suprema de las verdades detrás de la existencia y condición de este mundo. 

Aproximándonos al budismo mahayana y a las propias palabras de Yangchen, un personaje ordenado en un camino espiritual muy semejante: el Avatar es más bien una suerte de bodhisattva, es decir, una persona que ha generado bodichita, la consecución de su propio despertar o liberación vía desarrollar la liberación y despertar universal del resto de los seres sintientes, impulsado ​​por una gran compasión o mahakaruṇā. Se trata de un maestro que ha asimilado la instrucción del Buda: este mundo nos provoca de todo tipo de maneras, y anticipar o depender de estas condiciones que toma el mundo como nuestro deseo nos hace sufrir. Al igual que un bodhisattva, el Avatar cada vez que renace vuelve a superar todo condicionamiento, salvo uno: su servicio a los demás. Se condena a sí mismo al reciclaje que es este mundo como dolor, y sólo podrá llegar a un descanso infinitamente despreocupado si toda forma de existencia llega también. Por eso su progreso personal coincide con el progreso del mundo, lo que implica nunca abandonarlo y, por tanto, no alcanzar la iluminación como un monje budista o nómada del aire.

¿Uno debe elegir entre liberarse del mundo o liberar al mundo? ¿O puede ser que hay algo engañoso en la pregunta anterior? Veo problemático un orden de ideas que opone la felicidad terrenal y pasajera a la iluminación, el placer a la ética, y la ética a la budeidad. Nos recuerdan yoguis hindúes y bonzos budistas que nuestra experiencia del yo, de los demás y de los problemas y aflicciones de la vida son saṃsāra, sufrimiento que trasiega en infinitas formas, nombres, personas y épocas por resistirnos a creer en su impermanencia, el fenómeno irresistible del cambio y el hambre infinita de la muerte. Y, sin embargo, ¿también uno podría estar atado a un anhelo de perfección religiosa, por ejemplo, al desapego o a la iluminación como una serie de ideas o creencias? En el caso de Avatar, es verdad que su compromiso por evitar las guerras o el abuso de los poderosos es trágico. Cada Avatar además ha tenido una vida diferente donde ha sufrido como todos por proteger y ver sufrir a sus seres queridos, padres, pareja o amigos. 

La pregunta clave sería: ¿por qué estas consideraciones religiosas pasan tan fácilmente por alto que las experiencias de unión con las dificultades de la vida, como la unión con otras personas, también pueden ser la más profunda alegría? Aang al final decidió no matar al Señor del Fuego, lo que implicó ser lo suficientemente valiente como para rechazar un único camino para cumplir su deber como Avatar, y, por tanto, ser lo suficientemente libre y despierto, no a pesar de proteger los principios éticos que le dieron identidad, “nunca matar”, sino en armonía con ellos. En fin, es posible ampliar el tema nuevamente a partir de la propia serie del último maestro del aire.              

Durante la búsqueda de Aang de nuevos recursos para enfrentarse al Señor del Fuego, el gurú Pathik, un renunciante anciano amigo de los nómadas del aire, ofreció ayudarle a controlar “el estado Avatar”, un trance donde se conectaría con el conocimiento y poder acumulado de todas sus vidas pasadas que previamente habían dominado los cuatro elementos. Para ello, debía aprender a abrir los siete chakras, centros de energía metafísica, cada uno situado en un lugar diferente del cuerpo en un eje vertical central, semejantes a estanques por donde fluye el universo, pero que todas las personas bloquean o sellan a causa de las múltiples dificultades de la vida. 

Los siete chakras son: de la tierra, ubicado en la base de la columna, relacionado con la supervivencia y bloqueado por el miedo; del agua, situado en el sacro, vinculado con el placer y bloqueado por la culpa; del fuego, ubicado en el vientre, asociado con la resolución y bloqueado por la vergüenza; del aire, situado en el corazón, vinculado con quienes amamos y bloqueado por el dolor; del sonido, ubicado en la garganta, relacionado con la verdad y bloqueado por las mentiras; de la luz, situado en el centro de la frente, asociado con el discernimiento y bloqueado por la ilusión; y de la trascendencia, ubicado en la coronilla, vinculado con la energía pura y bloqueado por los lazos mundanos. Abrir el chakra del aire fue muy conmovedor para Aang, porque suponía aceptar la muerte hace cien años de los monjes que lo criaron y de sus primeros amigos. Pathik le hizo ver que su amor no había desaparecido de este mundo, sino que había regresado en una nueva forma, la de su amiga Katara que lo rescató del iceberg. Sin embargo, para abrir el último chakra, Aang ahora debía renunciar precisamente a ese amor que implicaba un vínculo con la enajenación del mundo, algo que fue incapaz de hacer y que le impidió entrar al estado Avatar, lo que más adelante lo dejó indefenso. Esta distinción entre los dos chakras vuelve a presentar el conflicto entre la libertad y el deber de liberarse.  

El filósofo Alan Watts advirtió un problema en las prácticas de meditación cuando desdeñan una sensación de culpa en las personas menos disciplinadas, las más distraídas, flojas o inquietas. Se pasa por alto muchas veces un elemento forzado en el compromiso de meditar, como en la secta budista del Zen Sōtō o Caodongun y su práctica del shikantaza, sentarse en iluminación silenciosa. A veces un practicante no sólo se sienta a meditar, sino que cree “tener” que permanecer sentado, desoyendo las quejas de su propio organismo y soportando la incomodidad o el aburrimiento por una exigencia que, de hecho, complica toda serenidad posible. Los sabios más antiguos de Asia decían que quien es un sabio auténtico no lo sabe ni pretende darse cuenta, acepta su propia debilidad e incomprensión y sonríe a los misterios.

Watts admiraba al taoísmo por no tomarse demasiado en serio a sí mismo. Los taoístas también meditan, contemplan la naturaleza o advierten los cambios de su propia respiración. No obstante, abrazan la ambigüedad de la sabiduría y de cualquier meta. Wu wei es no forzar las cosas, incluida la meditación. Un gato también medita cuando se queda mirando un fuego en una chimenea o de una hornilla para cocinar. Pero no siente ninguna culpa si ve un ratón escondido en la habitación, escucha al hambre en su vientre y acepta ir a cazar. La libertad espiritual estaría en todo tipo de encuentros con lo real, aquellos que tendemos a llamar “accidentes”. 

Ciertas formas de budismo puede que asimilen la metodología del camino de Buda como si fuera exageradamente precisa. Lo mismo puede decirse de otras tradiciones religiosas o morales respecto a sus propios escrúpulos y teorías sobre el desarrollo de las personas. El taoísmo ofrece un muy buen contraejemplo y, en mi opinión, es bien representado por el personaje del general Iroh en la serie de Avatar. No es otro que el hermano mayor del Señor del Fuego y quien en realidad debió ocupar el trono por derecho. La muerte de su hijo llevó a Iroh a abandonar el camino belicista de su nación, cultivando una sabiduría universalista que aplicó discretamente para beneficiar una salida pacífica de la guerra. En una conversación con Aang, quien le cuenta de su fracasó en el aprendizaje de los chakras con el gurú Pathik, Iroh comenta:   

–La perfección y el poder se sobreestiman. Me parece sabio que hayas elegido la felicidad y el amor.

Es posible que lo más sabio sea precisamente no forzarnos al desapego. Como dijo el matemático y también filósofo Raymond Smullyan en su libro The Tao is Silent

El sabio no va a dormir porque deba, ni siquiera porque quiera, sino porque tiene sueño.

El maestro taoísta Zhuangzi hablaba de “tratar de no tratar”, una paradoja, o eso es lo que creemos hasta que deja de serlo. No puedes proponerte liberarte, dejar ir o aferrarte al mundo:

El punto no es intentarlo. Tampoco intentar no intentar, ni no intentar intentar.

Cuando amamos y disfrutamos plenamente de algo, no empezamos por comprobar cómo es que ocurre esto, no tratamos de amar y tampoco podemos tratar de olvidar el amor. Esa es la enseñanza del wu wei: uno no puede proponerse ser pasivo o activo, ser uno mismo, el mundo o sea lo que sea que no advertimos sobre la realidad. Si Aang hubiera aceptado como su obligación separarse de un ser amado, le hubiera dado la misma importancia y poder al amor que si creyera obligatorio amar. La realidad en todo esto es también cambio. Somos entrega pura, pura entrega, porque la distinción entre elección y destino es ilusoria, entre lo que debemos hacer, queremos hacer y terminamos haciendo. Somos una interacción energética con sea lo que sea que esté sucediendo. Dejar fluir al universo implica quizá dejar fluir el amor o desengañarnos de que podemos impedirlo. Podemos mejorar, sin duda, pero esto incluye superar la culpa constante.

Como conclusión de todo lo que podemos aprender de la vida de Aang sobre el tema de buscar la iluminación, me quedo con esta cita del libro ¿Qué es el Tao? de Watts:

Cuando un gato cae de un árbol, se suelta de sí mismo. El gato se relaja completamente, y aterriza ligeramente en el suelo. Pero si un gato estuviera a punto de caerse de un árbol y de repente decidiera que no quiere caerse, se pondría tenso y rígido, y sería sólo una bolsa de huesos rotos al aterrizar. 

De la misma manera, esta es la filosofía del Tao donde todos nos caemos de un árbol, en cada momento de nuestras vidas. De hecho, en el momento en que nacimos fuimos arrojados de un precipicio y estamos cayendo, y no hay nada que pueda detenerlo. 

Así que, en lugar de vivir en un estado de tensión crónica y aferrarse a todo tipo de cosas que en realidad están cayendo con nosotros porque el mundo entero es impermanente, sé como un gato.

O bueno, si no quieres ser como un gato, aprende como los nómadas del aire de los bisontes voladores. Aprende si quieres ser aire de quien no se propone ser como el aire, de quien no se pone a pensar si es aire y flota sin porqué, con el disfrute de sí mismo. 


Alejandro Massa Varela (1989) es poeta, ensayista y dramaturgo, además de historiador por formación. Entre sus obras se encuentra el libro El Ser Creado o Ejercicios sobre mística y hedonismo (Plaza y Valdés), prologado por el filósofo Mauricio Beuchot; el poemario El Aroma del dardo o Poemas para un shunga de la fantasía (Ediciones Camelot) y las obras de teatro Bastedad o ¿Quién llegó a devorar a Jacob? (2015) y El cuerpo del Sol o Diálogo para enamorar al Infierno (2018). Su poesía ha sido reconocida con varios premios en México, España, Uruguay y Finlandia. Actualmente se desempeña como director de la Asociación de Estudios Revolución y Serenidad.


Canal de YouTube del autor: Asociación de Estudios Revolución y Serenidad


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