Documental de Adam Curtis explora magistralmente cómo Rusia se convirtió en lo que es hoy
Arte
Por: Joaquín Bretel - 05/15/2023
Por: Joaquín Bretel - 05/15/2023
Adam Curtis es quizá el mejor documentalista de nuestra era y ciertamente el más lúcido en lo que respecta a narrar "la historia detrás de la historia", o las ideas detrás de la historia o, como dice en su más reciente obra, los sentimientos que acompañan los momentos culminantes de la historia contemporánea. La obra de Curtis se caracteriza por tener acceso mayormente ilimitado a los archivos de la BBC y, con ello, elabora un collage de imágenes altamente sugerentes, contrastadas con una selección musical ecléctica que lo mismo emplea ambient, dubstep, pop o melodías de las décadas de 1950 y 1960, así como composiciones orquestales. Curtis es un maestro de la disonancia, de momentos de reflexión y de pausas ominosas creadas por su selección musical, parte distintiva de su particular y a veces subversiva forma de editar.
Su más reciente documental, Russia 1985-1999 Traumazone (2022, BBC), nos lleva a través de un recorrido por una época decisiva en la historia rusa, aquella que resultó en la toma de poder de Putin. Pero más que eso, aquella que sentó las bases, a través del igualmente desesperado y nihilista colapso del comunismo y de la democracia, de lo que está sucediendo actualmente entre Rusia y Ucrania.
En la pieza, Adam Curtis utilizó material de archivo inédito de la época de la ex Unión Soviética y de la posterior Federación Rusa, el cual fue descubierto y digitalizado por Phil Goodwin, un empleado de la BBC. Sin embargo, a diferencia de documentales anteriores, esta vez no empleó la omnisciente voz en off para dictar la narrativa ni tampoco música sugerente, sino sólo música diegética .
En un artículo para The Guardian, Curtis justificó esta elección afirmando que el material era "tan fuerte que no quería interferir innecesariamente, sino más bien dejar que los espectadores simplemente experimentaran lo que estaba ocurriendo". Dividida en siete partes, que actualmente pueden verse en YouTube, el documental cuenta con ocasionales subtítulos que sitúan y contextualizan lo que sucede.
Aunque los comentarios de Curtis suelen ser brillantes y conceptualmente muy ricos, en este documental su ausencia no se resiente. Es una especie de hipnótico y lúgubre descenso hacia el desierto del nihilismo que todo lo devora. La capacidad de Curtis de contar una historia con fragmentos que podrían parecer inconexos es simplemente genial e insólita. Curtis se vuelve a confirmar como un maestro del collage, de la yuxtaposición y de la manipulación audiovisual de las emociones. Y si bien uno no debe esperar una exactitud histórica, si es que tal cosa existe, cumple su cometido de mostrar sentimientos y tonos que de alguna manera retratan los sucesos pero a través de un lenguaje emocional. No es la historia objetiva de lo que sucedió -tal cosa es inalcanzable- sino la evocación de cómo se sintió.
Lo que esta cinta pierde en la profundidad discursiva (si bien, a veces altamente especulativa) de la voz narrativa de Curtis, lo gana en espacios contundentes de reflexión silenciosa. Y es así, de alguna manera, más fiel a los sucesos inenarrables que constituyen este pasaje histórico.