El secreto de Albert Einstein para aprender cualquier cosa (revelado en una emotiva carta a su hijo)
Arte
Por: José Robles - 08/03/2022
Por: José Robles - 08/03/2022
El aprendizaje puede ser un gran enigma y fuente de una forma muy singular de satisfacción, también un recorrido arduo y en ocasiones un proceso sumamente sencillo. En el aprendizaje hay alegrías y frustraciones, obstáculos, hallazgos inesperados y, en suma, un cúmulo de elementos que lo vuelven una de las experiencias más sorprendentes de lo humano.
Pero todo ello no despeja una de las incógnitas más propias del proceso de aprendizaje: por qué, singularmente, nos es posible aprender algunas cosas y otras simple y sencillamente se nos resisten. Dicho de otro modo y en forma de pregunta: ¿sería posible para una persona aprender, si no todo, sí cualquier cosa?
Esa pregunta probablemente no tenga respuesta pero, cercana a ella, existe otra para la cual hay diversos testimonios que apuntan a un mismo “secreto”: ¿cuál es la mejor forma de aprender, con la cual se logran mejores resultados?
En 1915, en una carta que un joven Albert Einstein le dirigió a su pequeño hijo de nombre también Albert, entonces de 11 años de edad, el todavía joven físico (que a la sazón tenía 36 años) esbozó en un par de líneas la definición de ese secreto, es decir, los signos que nos hacen ver cuando un aprendizaje está siendo aprovechado al máximo y con los mejores beneficios para nuestro intelecto y nuestra experiencia. La carta dice:
Mi querido Albert,
Ayer recibí tu querida carta y me alegré mucho con ella. Temía que no volvieras a escribirme. Me dijiste, cuando yo estaba en Zúrich, que es extraño para ti cuando vengo a Zúrich. Por eso creo que es mejor que nos reunamos en otro lugar, donde nadie interfiera en nuestra comodidad. En cualquier caso, te ruego que cada año pasemos un mes entero juntos, para que veas que tienes un padre que te quiere y que te ama. También puedes aprender de mí muchas cosas buenas y hermosas, algo que otro no puede ofrecerte tan fácilmente. Lo que he conseguido a través de tanto trabajo extenuante no sólo estará ahí para los extraños, sino especialmente para mis propios hijos. En estos días he completado una de las obras más hermosas de mi vida; cuando seas más grande, te lo contaré.
Me alegra mucho que encuentres alegría con el piano. Esto y la carpintería son, en mi opinión, las mejores actividades para tu edad, mejor incluso que la escuela. Porque son cosas que se adaptan muy bien a una persona joven como tú. Toca principalmente las cosas que te gustan en el piano, aunque el profesor no te las asigne. Así es como más se aprende, cuando estás haciendo algo con tanto gusto que no te das cuenta de que el tiempo pasa. Yo a veces estoy tan metido en mi trabajo que me olvido de la comida del mediodía…
Estate con Tete besado por tu
Papá.
Saludos a mamá.
Sólo como dato anecdótico cabe señalar que el “Tete” del final de la carta es el otro hijo de Einstein, Eduard, llamado cariñosamente de ese modo.
Con un apunte verdaderamente sencillo, Einstein nos descubre el signo inequívoco de un aprendizaje triunfante: “cuando estás haciendo algo con tanto gusto que no te das cuenta de que el tiempo pasa”.
En otro artículo abordamos la noción del "estado de fluidez” (o flow, término que curiosamente también tiene interesantes resonancias culturales hoy en día) que desarrollaron el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi y el neurocientífico Daniel Levitin, cada uno por su cuenta, el cual apunta a ese estado del ser en donde mente y cuerpo se encuentran concentrados absolutamente en una actividad. Este estado se puede observar en personas tan distintas entre sí como deportistas, músicos, pintores, chefs y, no por casualidad, con mucha frecuencia en los niños (recordemos que Picasso decía que todos los niños nacían artistas, y que la dificultad estribaba en seguir siendo artista al crecer).
En ese estado de flow, como el término indica, la actividad simplemente fluye. Tersa, delicadamente. Y acaso sí con un cierto grado de tensión, pero únicamente el que nace del estado profundo de atención. Lo más interesante es que en el "estado de fluidez”, dicha atención es en realidad un efecto, una especie de consecuencia de un elemento mucho más importante aún, que es el que señala Einstein: el gusto por hacer las cosas, el entusiasmo decisivo que nos hace interesarnos hasta el éxtasis por un aspecto particular del mundo.