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Temblores que despiertan: ¿Cómo podemos aprender de la reacción del 85, para que en el 2017, la energía solidaria logre cambios tangibles?

El temblor del 19 de septiembre de 1985 es recordado cómo el origen de la llamada sociedad civil y una especie de despertar ciudadano. La narrativa que ha pasado a la historia de este evento, que se considera también "un sismo político", sostiene que ante la parálisis del gobierno priista, se produjo una respuesta masiva en lo que en ese entonces era llamado "el pueblo", un concepto que se había afirmado en la lógica posrevolucionaria y que reeemergería como la sociedad civil en los meses posteriores al temblor del 85. Sumido en una especie de letargo impotente ante la largamente aceitada maquinaria política del PRI, que Vargas Llosa llamara la "dictadura perfecta", el pueblo no parecía creer en su poder y no contaba con organización, pero al movilizarse para salvar víctimas y exigir resarcir a los damnificados, descubrió una capacidad latente. Algunos historiadores y algunos actores políticos que se consolidaron a partir de este evento, señalan que de alguna manera la llamada transición democrática tuvo su epicentro en este sismo. En este artículo veremos algunos relatos de lo sucedido y de cómo esto detonó la conformación de la sociedad civil -y así una transformación en la conciencia social. Asimismo citaremos algunas voces que han señalado también las carencias y la insuficiencia de este movimiento, el cual, señalan, ha sido de alguna manera cooptado por el poder, sin lograr verdaderamente producir cambios tangibles. De esto último se podría tomar notas para buscar que la nueva movilización social sea la maduración de este llamado "despertar" del 85 -temblores que despiertan.

En 1995, el New York Time publicaba una nota de investigación astutamente titulada: "The Quake that Shook Mexico Awake". Así describe lo sucedido:

En las confusas semanas cuando el gobierno que había estado en el poder durante mucho tiempo probó ser incapaz de gobernar, las personas decidieron tomar control de sus propios destinos.  Amas de casa y escritores organizaron a vecinos para buscar víctimas y montar albergues. Luego esos mismos grupos exigieron al gobierno, confrontando a oficiales con demandas para los damnificados, o se opusieron a proyectos que dañaban el medio ambiente. De estos comienzos, un movimiento de oposición creció y casi gana la elección presidencial, mostrando que se podía vencer al PRI...

Habrá quien argumente que en realidad ese movimiento de oposición, que surgió en gran parte de disidentes del mismo PRI, en realidad sí ganó, pero el mismo sistema fue capaz de blindarse, entre otras cosas por la falta de organización de la sociedad civil ante un aparente fraude electoral (aunque eso es otra historia). El gran cronista mexicano Carlos Monsivais utiliza tempranamente en el 85 la palabra sociedad civil y esa otra palabra que también se inscribiría en la conciencia colectiva y cobraría gran repercusión (y uso político) incluso convirtiéndose luego en una secretaría, "solidaridad":

No ha sido únicamente, aunque por el momento todo se condense en esta palabra, un acto de solidaridad. La hazaña absolutamente consciente y decidida de un sector importante de la población que con su impulso desea restaurar armonía y principios vitales, es, moralmente, un hecho más vasto y significativo. La sociedad civil existe como gran necesidad latente en quienes desconocen incluso el término, y su primera y más insistente demanda es la redistribución de poderes.

El poeta Homero Arjidis le dijo al Times que durante la tragedia del 85, fue evidente que los ciudadanos debían de hacer las cosas por sí mismos, y la conciencia mayormente pasiva de la ciudadanía se tornó activa. Aunque poco a poco se fue menguando ese "activismo" aún así se lograron cosas tangibles, como evitar que se construyera un campo de Golf en Tepoztlán.

Marco Antonio Rascón, quien empezó su carrera política a partir de los eventos que siguieron al sismo, siendo uno de los que organizaron a las víctimas del terremoto (su cuñado murió en el sismo) e incluso creando el personaje de Superbarrio (emulando a un rescatista), dijo al Times: "Fue un temblor social que afectó todo. Legitimo la forma de movilización popular en México".

En el 95 Jorge Ramos ensalzó el momento en el Reforma:

Hay una serie de fechas en la historia moderna que dejan ver como los mexicanos le han ido perdiendo la confianza a su gobierno. Ahí está la masacre de más de 300 estudiantes, mujeres y niños en la plaza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, el masivo fraude electoral del 2 de julio de 1988, el alzamiento rebelde-indígena del EZLN el primero de enero del 94 (…) Pero a estos momentos clave de la descomposición del sistema y en la fractura del poder en México, hay que añadir ese 19 de septiembre de 1985, después del terremoto, cuando los habitantes de la capital se dieron cuenta de que no podían dejarle al gobierno el control de los asuntos más importantes de sus vidas.

Este mismo entusiasmo no fue compartido por Arturo Aguiar Zinser, quien escribió en 1995 que: "Cuando pasó la emergencia de 1985, así también el entusiasmo de la mayoría de las personas. "Hay que reconocer que en la igualmente catastrófica crisis económica de hoy, la sociedad mexicana no está ni cerca de ser tan combativa, tan dedicada ni tiene la misma solidaridad que la que manifestó días después del terremoto". Es evidente que la misma intensidad de la solidaridad no puede sostenerse por mucho tiempo, pero también debemos de reconocer esta tendencia a olvidar pronto, a reaccionar en el corto plazo pero no pensar en el mediano y largo plazo. La sociedad se conmueve emocional y visceralmente, reacciona ante escenas trágicas de alto impacto, pero no logra conmoverse de manera racional, sostenida, y, debido a esto, no logra consolidar cambios duraderos, que puedan incluso prevenir desastres en el futuro. Rafael Pérez Gay, irónicamente describe esto:

Somos maestros en paradojas. El movimiento civil del año de 1985 se integró o, si se quiere, se diluyó con el tiempo y al contacto con una red de organizaciones dedicada al coyotaje, al tráfico de la mentira. (…) Los polvos de aquellos lodos (no es metáfora sino alusión literaria) se han esparcido en la ardiente actualidad: en septiembre de 1985 surgió la Unión de Vecinos de la Colonia Centro, más tarde se llamó Unión Popular Nueva Tenochtitlán. Sus líderes fueron René Bejarano y Dolores Padierna. (…) Raíces y destinos similares compartieron la Coordinadora de Residentes de Tlatelolco, la Unión de Vecinos de la Colonia Doctores, Amanecer del Barrio de la Colonia Morelos, la Asamblea de Barrios de la Ciudad de México. Estas organizaciones han mostrado que todo camino es una desviación, y que todo origen puede ser borrado con la tinta indeleble de la trampa vendida como lucha social.

Alejandra Leal Martínez escribiendo para la Revista de Sociología, comenta sobre lo dicho por Pérez Gay: 

Los damnificados se han convertido veinte años después en un legado corporativo y clientelar del régimen priista. Dicho de otro modo, en las conmemoraciones de septiembre de 2005 se expresa un “sentido común” en el que las organizaciones populares han sido expulsadas de la sociedad civil a la que supuestamente dieron origen.

Así tenemos estos antecedentes, donde claramente vemos que el sismo del 85 -el cual fue bastante más fuerte que el actual- impulsó un movimiento de organización civil que ha sido importante en el proceso de democratización, que ha servido como una forma contrarrestar la hegemonía partidista, que ha logrado algunos triunfos, pero que con el tiempo fue menguando, fue siendo cooptada por el poder y cayó en algunos de los viejos vicios. Resulta particularmente relevante recordar hoy que estos movimientos tienden a desgastarse con el tiempo, a perder intensidad e interés, que nuestra memoria es corta y que vivimos hoy, incluso más que antes, en la era de la distracción, donde aunque todo alcanza una intensidad contagiosa que hemos llamado "viral", esto mismo es reemplazado rápidamente por una nueva noticia viral o incluso por un nuevo fenómeno de entretenimiento, de esta manera diluyendo nuestra atención y esfuerzo y en muchos casos haciendo que las promesas de cambio no fructifiquen. En los albores de lo que podría ser un nuevo "despertar" de la sociedad civil bajo la fuerza de la solidaridad -alimentada por la genuina empatía o en su defecto por la necesidad social de no quedarse fuera de la masa- hemos visto cómo existe un gran potencial de respuesta activa y afectiva, de tomar responsabilidad y organizarse entre ciudadanos. Incluso grupos que habían sido, quizás arbitrariamente designados como apáticos y desinteresados, como los millennials, han mostrado especial solidaridad, en algunos casos incluso proveyendo un esperanzador liderazgo. Ahora bien esto podría ser solamente el efecto de la magnificación del contagio mediático de existir en un ambiente dominado por las pantallas y sus plataformas digitales, es decir por estar "tan conectados". Y podría, tan fácil cómo se originó, caer en el olvido.  Este peligro ya ha sido identificado en la actualidad por el académico del Colmex Manuel Gil Antón:

Somos un país con una capacidad muy rápida para la acción y la protesta, pero nos cuesta mantenerla para que los procesos colectivos duren en el tiempo. 

Gil Antón considera que la gran respuesta que se ha presentado especialmente entre los jóvenes se debe a que estamos como generación en búsqueda de sentido; pasamos todo el tiempo involucrados con los medios digitales, pero no nos tomamos tiempo de reflexionar y sentir. Advierte: "No creo que esta vez sea diferente. Los jóvenes volverán a sus normalidad pasados unos días porque no hay estructuras organizativas. En todo caso, el deseo está siendo genuino". Sin embargo, existe la esperanza, de que al volcarse a las calles, al tener experiencias reales y no virtuales, y experiencias de profundo sufrimiento y compasión por el sufrimiento se pueda sembrar una motivación y una conciencia que supere los 15 minutos de fama de ayudar o de sentirse útiles y autogratificarse. El ser humano, más que en el ejercicio de sus derechos y en el libre albedrío, encuentra significado -una felicidad más verdadera- en tomar responsabilidades, en servir y saberse útil. El sufrimiento es el más efectivo de los agentes de cambio y crecimiento. Así las cosas, el reto evidentemente está en mantener una cierta energía, una compasión y una conciencia crítica -ya no el furor y la euforia y ni siquiera la indignación- cuando el temblor deje de ser noticia, cuando las cosas se enfríen y ayudar ya no parezca ser "de vida o muerte" (y es que siempre es de vida o muerte). Y transformar esto en liderazgo, dirección e imaginación, lo cual no sólo podría permitir resarcir de manera satisfactoria a los damnificados sino incluso transformar estructuralmente al país, que vive, ya desde antes de los últimos dos temblores, en un estado de desastre. Un ejemplo de esto, que puede volverse tangible, es la presión que se está montando para que los partidos políticos dirijan su presupuesto electoral a los damnificados.