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Hoy, el concepto de inteligencia continúa sin generar consenso y las herramientas para medirla son cada vez más cuestionadas

La palabra inteligencia proviene del latín intellegentĭa, que a su vez se deriva de intelligere (que viene de los téminos inter –entre, y legere–leer-elegir). De este modo, puede deducirse que su traducción es leer entre líneas, o, elegir entre líneas. Así, también podríamos decir que la persona inteligente es la que mejor elige.

Sobre todo en Occidente (aunque hoy prácticamente en todo el mundo), desde 1912 se comenzó a emplear el famoso test conocido como IQ (coeficiente intelectual) para medir la inteligencia de las personas. Este coeficiente se ha convertido en un estándar para medir la inteligencia, aunque basado en los valores sobre lo que en Occidente se considera una persona inteligente, mayormente asociado a la resolución de problemas y el proceso y entendimiento de la información.

Sin embargo, sobre todo en las últimas décadas han aparecido grandes críticas a este sistema estandarizado, tanto por su arbitrariedad como por su naturaleza simplista. Por ejemplo, sabemos que este sistema financiero privilegia el cálculo cortoplacista, por ello, en la cumbre del “éxito” y el “progreso” están los grandes banqueros, especuladores, financieros y políticos ambiciosos, que han puesto al planeta al borde de la catástrofe ecológica en que nos encontramos. Seguramente, estas personas podrían aparecer con un alto IQ, capaces de hacer cálculos complejos (o grandes fraudes) que los colocan donde se encuentran. Pero, si volvemos a la etimología de la palabra, ¿están eligiendo bien? Y más allá de la ética, incluso, ¿están verdaderamente viendo por su propia vida?

En este debate --pues realmente no existe un consenso universal sobre lo que es la inteligencia-- este atributo está siendo como nunca cuestionado. Hoy sabemos que existen siete tipos de inteligencia: lingüística, lógico-matemática, musical, espacial, cinético-corporal, interpersonal e intrapersonal. También tenemos la inteligencia emocional o la inteligencia espiritual (asociada a la empatía y comprensión generosa de la existencia).

La discusión es extremadamente pertinente, ya que a la inteligencia se le premia, todos la queremos, pero su concepción como tal no profundiza en cuestiones como las siguientes: ¿Por qué llamar inteligente a aquel con mayor capacidad de asociar información para fines cortoplacistas? ¿Un cálculo es óptimo cuando responde solamente al ahora y al yo? ¿Qué hay de la inteligencia más disociada del ego? ¿Por qué a la sabiduría se le separa de la inteligencia? ¿No será, como intuimos, que la verdadera inteligencia es la compasión? ¿Existen tipos de inteligencia que implican una mayor comprensión del mundo?