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¿El deseo sexual objetifica a las personas? Kant, tantra y feminismo

Filosofía

Por: pijamasurf - 12/12/2016

Kant se ha convertido en uno de los filósofos preferidos del feminismo por su visión de la sexualidad

Immanuel Kant, sin duda uno de los más influyentes en el pensamiento occidental moderno, se ha convertido en uno de los filósofos más socorridos por el pensamiento feminista que hace una crítica de la objetificación sexual. Para algunas femenistas el género es una construcción sociocultural y la feminidad suele asumir el rol de un objeto, siendo objetificada por la masculinidad en la sexualidad.

La visión moral de Kant sobre el sexo se basa en la noción de que el deseo sexual --cuando no ocurre dentro de la monogamia y bajo la ley-- necesariamente hace de su objeto --de la persona-- una cosa: "El amor sexual hace a la persona amada un objeto del apetito; tan pronto el apetito se ha aplacado, la persona es echada a un lado como uno tira un limón que ya ha exprimido". Este es el lenguaje bastante sugestivo que emplea Kant, un hombre a todas luces sexualmente recatado, en sus Lecturas sobre ética.

La pregunta sobre si todo deseo sexual es inherentemente objetificante es alzada en el sitio de filosofía Aeon por un profesor del Instituto de Arte de Chicago, Raja Halwani. Halwani explica que Kant sostenía que el sexo era moralmente condenable, porque el deseo se centra en el cuerpo, no en la agencia de aquellos que desean sexualmente, y por lo tanto los reduce a meras cosas. "Nos hace ver los objetos de nuestros anhelos como sólo eso-- objetos. Al hacer esto, los vemos como meros instrumentos para nuestra propia satisfacción". En la relación sexual Kant ve algo diferente a, por ejemplo, cuando empleamos a alguien, como puede ser un jardinero, un plomero, un cantante. En esto, según explica Halwani, el deseo no se centra en el cuerpo, si bien se realiza una transacción, se valora la habilidad de la persona en sí (no se focaliza el deseo, por ejemplo, sobre las manos del jardinero). "Cuando deseamos el cuerpo de una persona, comúnmente nos enfocamos durante el sexo en sus partes individuales: el pene, el clítoris, el trasero, los muslos, los labios", dice Halwani. Es decir reducimos la totalidad del individuo a una parte, y por lo tanto emerge como una cosa o un conjunto de cosas sin agencia.

Otro de los argumentos que Kant considera en torno al deseo sexual es que el sexo tiene el poder de hacer que nuestra razón quede supeditada al deseo y por lo tanto compromete nuestra integridad, sustentada en la razón humana, para lograr su cometido. Así, por lograr obtener el objeto del deseo se han  cometido innumerables mentiras, engaños y demás acciones manipuladoras que hacen que una persona se enajene, pretenda ser quien no es, y de esta manera reduzca su dignidad humana, objetificando al otro y objetificándose a sí misma.

Ahora bien, Kant no considera que todo el sexo es obejtificante. Existe cierto sexo, que para Kant es la relación monogámica sancionada por una ley, en el cual  no hay una degeneración de la humanidad sino un intercambio y una comunión:

Si me entrego completamente a un otro y obtengo a esa persona de regreso, me gano a mí mismo de regreso; me he entregado a mí mismo como la propiedad de otro, pero de regreso he obtenido al otro como propiedad, y por lo tanto me gano a mí mismo al ganar a la otra persona en cuya propiedad me he convertido. De esta forma, las dos personas se convierten en una unidad de la voluntad.

Así, la expresión de Kant sugiere un cierto erotismo espiritual al evocar una unidad de la voluntad, una especie de fusión, una dinámica de energía de entregarse y ganarse en la entrega. La religión nos dirá repetidas veces que sólo quien se entrega totalmente gana el ser, el alma, la divinidad, etcétera.

La idea de que esta interacción legítima y digna de la sexualidad sólo puede producirse dentro de la monogamia resulta ciertamente anticuada hoy en día. Es más adecuado interpretarla como una relación de igualdad, en la que la pareja tiene un estatus similar y voluntariamente, sin buscar la manipulación y la ulterioridad se entrega al acto sexual. Es decir, ciertamente existe la objetificación sexual, las relaciones en las que una persona busca poseer a la otra, como si se tratara de un objeto, y muchas de estas relaciones se establecen dentro de un marco de desigualdad, debido a que una de las personas ejerce un poder sobre la otra (o se aprovecha de las construcciones de género o clase de una sociedad particular) o porque se han interiorizado estas construcciones como una segunda naturaleza y los sujetos no son capaces de concebir al otro desde la igualdad. Sin embargo, pensar que toda relación sexual obedece a esta dinámica es politizar demasiado el sexo y francamente delusorio. Existen relaciones sexuales donde el deseo es igualitario y es poco o nada intelectual (aquí encontramos no sólo una animalidad sino una divinidad: para los griegos Eros era la posibilidad de una posesión divina). Asimismo, existen relaciones amorosas donde la noción de objeto queda sublimada en una intersubjetividad, y donde no existe división entre el cuerpo y la mente o alma, donde se absorbe y asume la totalidad. El deseo sexual puede surgir y catalizarse no como un deseo de poseer el cuerpo del otro, sino como una expresión de la interdependencia de los cuerpos-mentes-almas; no un deseo de poseer sino un deseo de saberse o saborearse nexo, lazo, ligamento, la confirmación de un vínculo carnal, emocional y espiritual. Aunque sea una noción ilusoria --el profundo enlace que sugiere el sexo, el deseo de unidad y trascendencia --trascender ser una entidad sólida y separada-- a través del sexo puede ser tan fuerte o más que el deseo de poseer un cuerpo.

La interpretación de Halwani olvida considerar algo que ha sido discutido ampliamente en la filosofía en tiempos recientes. Esto es, la primacía de la experiencia encarnada, hasta el punto de que se puede argumentar que no existe un yo separado del cuerpo; mente y cuerpo no son dos cosas distintas que puedan aislarse y diseccionarse por separado. En esto la filosofía reciente se ha alejado de Descartes y se ha acercado más a una concepción vitalista. El poeta William Blake nos da una muestra de esto:

1.-El hombre no tiene un cuerpo distinto de su alma.
Aquello que llamamos cuerpo es una porción de alma
percibida por los cinco sentidos, pasajes principales del
alma en esta edad.
2.-La Energía es la única vida, y procede del cuerpo;
y la Razón es el límite o circunferencia externa de la energía.
3.-La Energía es delicia eterna.

Ciertamente al desear un cuerpo, se puede caer en un fetichismo y concebir a ese cuerpo como un objeto, diferente a la subjetividad, disgregado de la persona y el impulso que la anima. Pero esto es evidentemente una percepción errónea de la realidad, una patología sexual. El cauce que toma el deseo sexual puede desviarse de múltiples formas, pero su expresión humana más completa y natural es el deseo de la persona, de la totalidad del individuo, no de ciertas partes solamente, ni tampoco de un cuerpo disociado de la persona emocional, intelectual o espiritual. Así podemos concluir que el deseo sexual no tiene necesariamente que objetificar a la persona a la cual se dirige; por el contrario, incluso puede ser la energía motriz para trascender toda relación sujeto-objeto. Aquí entramos en la dimensión mística en la que el cuerpo del amado es un instrumento pero no para gratificar el propio deseo sino para trascender la condición misma desde la cual nace el deseo, es decir la separación --puesto que sólo puedo desear a un objeto cuando me concibo a mí mismo como un sujeto separado de un universo de objetos. Esto es lo que se busca en el tantrismo, donde el deseo se pone al servicio de la liberación y la sexualidad se incrusta en una práctica cuyo fin es revelar la no dualidad como realidad esencial. En prácticas así el éxtasis sexual puede emplearse para hacer una indagación sobre la misma realidad del sujeto y preguntarse sí realmente existe un yo fijo y estable que está sintiendo el placer sexual. Al entregarse totalmente se intima en la posibilidad de perder el yo en el océano de sensaciones que disuelven las fronteras. Si no existe identificación con el sujeto, entonces no hay tampoco un yo que posee u objetifica un cuerpo, sólo queda el placer mismo. El placer se convierte entonces en sabiduría.