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La ciencia, la espiritualidad, la psicología y la poesía coinciden: la felicidad está en un jardín

Según Charles Jencks, arquitecto del Jardín de la Especulación Cósmica, "un jardín es la celebración de nuestro lugar en el universo" (y su jardín, donde se recorren pastizales que reflejan los misterios del universo, ciertamente lo es).

Para Manly P. Hall, el filósofo canadiense, la labor espiritual esencial del ser humano es la de ser jardineros de la evolución del planeta, tomando en esto la noción de los alquimistas espagiristas que se consideraban "agricultores celestiales" y cotejando también la definición de la alquimia de Basilius Valentinus como "la servidumbre voluntaria a la naturaleza". Hall enfatiza que "nos entregaron un jardín y lo hemos convertido en un basurero"; en este sentido, en la medida en la que volvemos a hacer un jardín y transformamos este "basurero" que hemos hecho estaríamos sellando nuestro pacto con la Tierra, siendo, como si fuere, buenos hijos de la Madre Naturaleza.

Ellen Langer, psicóloga de Harvard, en un histórico estudio que discute en su libro Counter Clockwise, encontró que cuando se les pide a las personas de la tercera edad que cuiden unas plantas y que decidan cuándo y a qué hora las riegan ello resulta en lo que llaman "mindfulness" y tiene todo tipo de efectos positivos rejuvenecedores.

En su libro Braiding Sweetgrass: Indigenous Wisdom, Scientific Knowledge and the Teachings of Plants, la naturalista Robin Wall Kimmerer escribe líricamente sobre las maravillas de la jardinería; ahí relata un momento epifánico de encontrar la felicidad en las sencillas tareas de hacer jardinería y cultivar la tierra:

Llegó a mi cuando estaba recogiendo frijoles*, el secreto de la felicidad.

Estaba cazando entre viñas espirales que cubren mi tipi de frijoles de poste, alzando hojas verde oscuro para encontrar manojos de brotes, largos y firmes y forrados con una tierna peluza. Los corté de donde colgaban en esbeltos pares, mordí uno y probe agosto, destilado en la pura esencia leguminosa... Cuando terminé de buscar en el enrejado mi canasta estaba llena, lista para vaciarse en la cocina. Caminé entre calabazas y las plantas de tomate caídas por el peso de la fruta, esparcidas a los pies de los girasoles, cuyas cabezas hacían reverencias bajo el peso de las semillas maduras...

Y no sólo es la felicidad personal de la conexión y la sensualidad de la tierra y de las flores; es la felicidad compartida, de la abundancia, la generosidad y la responsabilidad:

Los niños se quejan de sus tareas de jardinería, como los niños suelen hacer, pero una vez que empiezan los atrapa la suavidad de la tierra y el olor del día y pasan horas hasta que regresan a la casa... Verlos plantar y cosechar me hace sentir que soy una buena madre, enseñándoles a proveer para ellos mismos...

¿Cómo le muestro mi amor a mis niñas en una mañana de junio? Recogo fresas salvajes. En febrero hacemos muñecos de nieve y nos sentamos al lado del fuego. En marzo hacemos miel de maple. En mayo recogemos violetas y en julio nadamos en el río...

Tal vez es el olor de los tomates maduros, o el canto de los orioles, o cierta inclinación de la luz en la tarde amarilla y los frijoles colgando alrededor. Simplemente llegó a mí en una cascada de felicidad que me hizo reírme en voz alta, excitando a los polluelos que estaban picoteando los girasoles, lloviendo semillas negras y blancas en el piso. Lo supe con la certeza calida y clara de la luz de septiembre. La tierra nos ama de regreso. Nos ama con frijoles y tomates, con elotes asados, frambuesas y cantos de ave. Con una lluvia de regalos y una tormenta de lecciones. Ella provee para nosotros y nos enseña también a proveer para nosotros mismos. Eso es lo que las buenas madres hacen. 

 

* La autora menciona "beans"; probablemente no se refiere a "frijoles", pero al no especificar qué tipo de leguminosas, optamos por esta traducción general.