Después de leer lo que Hermann Hesse decía de los libros, no los mirarás igual
Por: Luis Alberto Hara - 07/29/2016
Por: Luis Alberto Hara - 07/29/2016
La vida actual está llena de estímulos y una avalancha de llamadas, mensajes, chats, videos, sonidos y publicidad son parte del bombardeo diario de información que recibe el habitante promedio de cualquier ciudad. Parecen lejanos los días en los que la mayoría de la población de la tierra no estaba asentada en las ciudades, el Internet no existía, nadie tenía computadoras personales, la radio estaba en sus albores y el mundo se preguntaba si este nuevo medio no acabaría con la prensa y los libros. Sin embargo, por más lejanos que parezcan esos días lo que sigue presente es el debate de si la televisión, el Internet, el streaming, la realidad virtual o cualquier otro medio no acabarán con los libros.
Estos objetos con sus hojas de papel, pastas duras o blandas y portadas llamativas, resultado del trabajo y peripecias de escritores, editores, diseñadores, impresores y demás miembros de la industria editorial, son un invento moderno. No obstante, la necesidad humana de guardar registros del conocimiento a través de todo tipo de textos, ya fueran de divulgación científica o histórica o de la experiencia de vivir a través de la literatura y la poesía es muy antigua. Los sumerios dejaron tablas de escritura cuneiforme, los egipcios y mayas numerosos e intrincados jeroglíficos tallados en muros y delineados en papiros; los soportes han cambiado pero el valor de los libros aunque inmaterial es trascendente. Incluso en la actualidad, los estudiosos se lamentan por la pérdida de volúmenes en el incendio de la Biblioteca de Alejandría y la destrucción de tantas otras colecciones de libros durante la Edad Media. Algunos incluso se aventuran a alegar que el conocimiento perdido nos ha dejado con sólo fragmentos de nuestra historia, que nos impide comprender la verdadera génesis y propósito de la raza humana y alcanzar un entendimiento de las reglas que rigen al cosmos y explican la naturaleza de la realidad.
Pero quizá una de las plumas más elocuentes al momento de explicar la valía de los libros es la del escritor alemán Hermann Hesse, que posteriormente se naturalizó suizo y cuya obra de 40 volúmenes incluye poemas, relatos cortos, novelas y reflexiones que en conjunto han vendido más de 30 millones de ejemplares. Con sus obras Hesse logró tocar y transformar las mentes y las vidas de quienes a través de sus letras descubrieron la búsqueda espiritual de Siddhartha o las tribulaciones de su lobo estepario. Aunque su prosa tenga mucho que alabarle, una de las razones probables detrás de su éxito fue su amor por los libros. En un ensayo titulado “La magia del libro” escrito en 1930 y publicado después de su muerte, el autor escribió:
Entre los muchos mundos que el hombre no recibió como un regalo de la naturaleza, sino como algo creado por su mente, el mundo de los libros es el más grandioso… sin la palabra, sin la escritura de libros, no hay historia, no hay concepto de humanidad. Y si alguien trata de encasillar en un pequeño espacio, en una sola casa o habitación la historia del espíritu humano para hacerla suya, sólo puede hacerlo a través de una colección de libros.
De acuerdo con el autor lo que dota al libro de tanta fuerza y estabilidad es su carácter mágico, inmutable e irremplazable. En sus palabras:
Las leyes del espíritu cambian tan poco como aquellas de la naturaleza y es igualmente imposible descartarlas. Los gremios de sacerdotes y astrólogos pueden disolverse o ser privados de sus privilegios. Los descubrimientos o las invenciones poéticas que antes eran posesiones secretas de unos cuantos pueden ahora ser accesibles para la mayoría.
Por otro lado, con respecto a la posibilidad de extinción del libro el escritor expresó que:
No debemos temer la eliminación futura del libro. Por el contrario, conforme más necesidades de entretenimiento y educación sean satisfechas a través de otras invenciones, el libro recuperará su dignidad y autoridad.
El autor confiaba en que aun los más obtusos se verían forzados a reconocer que tanto la escritura como los libros tienen una función eterna y trascedente porque es a través de ellos que la humanidad puede tener una historia, la cual le proporciona la oportunidad de tener una continua conciencia de su existir:
La cuestión más grande y misteriosa de la experiencia de lectura es esta: entre más juiciosamente, sensitivamente y asociativamente aprendemos a leer, con más claridad vemos cada pensamiento y cada poema por su unicidad, su individualidad, en sus limitaciones precisas. Y logramos ver que toda la belleza y el encanto dependen de esta individualidad y unicidad. Al mismo tiempo que nos damos cuenta con más claridad que nunca de cómo estos cientos de miles de voces de diversas naciones luchan por las mismas metas, llaman a los mismos dioses por nombres distintos, sueñan con los mismos deseos y sufren las mismas penas.