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Por qué los filósofos no son buenos para tener parejas

Filosofía

Por: Jimena O. - 03/20/2016

¿La vida doméstica en pareja acaba con el deseo puro de filosofar?

El filósofo Jonathan Wolff escribe en The Guardian un interesante artículo sobre una notable tendencia entre famosos filósofos a no tener pareja y sobre todo hijos, como si la vida familiar fuera contraproducente o estuviera en oposición a la vida filosófica. 

La lista de filósofos solteros o sin hijos de Wolff incluye en Grecia a Platón y, aunque Sócrates sí tuvo hijos, Wolff apunta que no dejó nada escrito. Esto se acentúa en la Antigüedad tardía, la Edad Media y el Renacimiento, donde la mayoría de los filósofos eran también sacerdotes o "doctores" de la Iglesia --como han sido llamados Santo Tomás y San Agustín-- y por lo tanto naturalmente castos, con algunas pocas excepciones como el mismo Agustín de Hipona, quien antes de entrar al clero tuvo su etapa de disolución ("dame la castidad, pero aún no" es una de sus frases famosas) y fue padre de un hijo. Podemos añadir a Plotino, el gran filósofo neoplatónico de Alejandría que, si bien no tenemos muchos detalles de su vida exceptuando la biografía de su alumno Porfirio, a todas luces vivió una vida casta, incluso negándose a ser retratado en alguna ocasión puesto que habría estado avergonzado de su forma mortal, según su alumno, como una muestra de su integridad espiritual y su rechazo de todo lo material. Plotino, reconocido por su gran integridad moral e incluso confiado a ser el educador de los hijos de los nobles romanos, probablemente no habría sido una buena pareja a la hora de cumplir con los llamados "deberes de la carne".

Las cosas se ponen interesantes en la lista de Wolff ya en los siglos XVII y XVIII, cuando tenemos a un ilustre club de solteros: Hobbes, Locke, Hume, Adam Smith, Descartes, Spinoza, Leibniz, Kant y Bentham. El obispo Berkeley se casó al final de su vida pero no tuvo hijos, y Rousseau se casó y tuvo hijos pero los abandonó. Más tarde  tenemos el caso de John Stuart Mill (que se casó tarde en la vida y no tuvo hijos), Schopenhauer (el gran pesimista), Kierkegaard (quien renunció a su amor a una mujer por su amor a Dios y a la filosofía, en una especie de martirio), Nietzsche, Sartre y Wittgenstein, todos los cuales nunca se casaron y no tuvieron hijos. En el caso de las mujeres filósofas, que son pocas, desde Hipatia de Alejandría (de quien no sabemos mucho, pero todo indica que no estuvo casada) hasta Simone Weil, Hannah Arendt, Iris Murdoch y la misma Simone Beauvoir (pareja de Sartre, pero que nunca contrajo matrimonio con él).

Jonathan Wolff intenta explicar esto y, si dejamos a un lado la pura coincidencia, sugiere que una posibilidad es que las mieles domésticas adormecen la agudez filosófica, eso o quizás el hecho de que una vida familiar --los llantos de un bebé, tener que pensar en pagar la colegiatura, etc.-- puede quitar el tiempo y la energía para dedicarse a la contemplación pura de la naturaleza de la realidad. El contraargumento viene,  por otro lado, de un sondeo que Wolff realizó en su facultad en el que aquellos con hijos parecen tener mejores resultados y aprovechamiento, acaso porque "si estás cuidando a tus hijos esto pone el trabajo académico en perspectiva", lo cual crea un balance entre vida y trabajo. Pero el mismo Wolff refuta esta propuesta señalando que, aunque estas personas hacen una buena labor como filósofos en la escuela, no perseveran puesto que en su balance el trabajo filosófico personal --con razón-- no es tan importante y por ello no suelen hacer todo lo que podrían --quizás viviendo una vida más de servicio a los otros. "Así es que terminan las carreras académicas de los padres, especialmente las madres", dice Wolff.