La filosofía del microcosmos: la idea más bella de la historia (parte 1)
AlterCultura
Por: Alejandro Martinez Gallardo - 02/20/2016
Por: Alejandro Martinez Gallardo - 02/20/2016
Quizás la idea más importante (y seguramente la más poética) que nos ha legado la antigüedad, común a todas las grandes culturas, es la noción de que el ser humano es un microcosmos del universo y que la Tierra recibe la energía y los arquetipos del Cielo, y por lo tanto existe una relación de dependencia: "lo de abajo es como lo de arriba y lo de arriba es como lo de abajo, para obrar los milagros de una sola cosa". Lo anterior, tomado de la Tabla Esmeralda, encierra el secreto de la teoría del microcosmos y el macrocosmos: que esta relación, esté vínculo ubicuo, sólo puede existir a través de la unidad. Los antiguos imaginaron el universo como el vasto cuerpo de una deidad; Platón llama al cosmos un animal divino y sugiere que los astros son animales divinos inteligibles dentro de este animal cósmico superior. Los filósofos de los Vedas entendieron que el mundo y todos los seres existían dentro del cuerpo de Prajapati (o Brahma). ¿Cómo podría el Ser, el Uno, crear sino a través de sí mismo? ¿Y cómo podría la creación no reflejar en todas sus partes el Espíritu creador?
El biólogo Ernst Haeckel señaló que la ontogenia recapitula la filogenia, en el crecimiento del organismo es perceptible la historia de la vida misma:
La historia del germen es un epítome de la historia de la descendencia... la serie de formas que el organismo individual atraviesa en su progreso del óvulo a su estado de formación total, es una breve, y comprimida reproducción de la larga serie de formas que los animales ancestros del organismo (o las llamadas formas ancestrales de la especie) han pasado desde los períodos más tempranos de creación orgánica hasta el tiempo presente.
Así la teoría del microcosmos es una forma de herencia que se manifiesta en todos los aspectos del ser humano y del planeta mismo. Manly P. Hall en Man, Grand Symbol of the Mysteries, escribe:
El ser humano no es un pequeño universo por el dictado arbitrario de una tiranía divina, sino más bien producto de la ley universal liberándose a través de la concatenación de organismos evolutivos. El ser humano es un microcosmos por herencia. Es la progenie de la sustancia y el movimiento. El universo es la causa del hombre, y si lo similar produce lo similar el ser humano no puede ser otro que el universo.
Para los filósofos de la tradición pitagórica el universo era una mónada, unidad absoluta y los números y la multiplicidad existían como unidades dentro de esta mónada, no como fragmentos, sino como enteros que participaban en la totalidad (siendo esto, por supuesto, el antecedente de la monadología de Leibniz). Escribe Manly P. Hall:
De acuerdo a la teoría pitagórica, los enteros no están compuestos de partes en el sentido de fracciones o fragmentos sino en realidad de enteros más pequeños, que son llamados partes sólo cuando comparadas con una unidad superior que conspiran para formar... los macrocosmos, entonces, están compuestos de agregados de microcosmos: el todo es similar a las partes y las partes del todo: la diferencia yace en la magnitud no en la cualidad.
El barón von Leibniz escribió:
Cada porción de la materia puede ser concebida como un jardín lleno de plantas y como un estanque lleno de peces, pero cada rama de la planta, cada miembro del animal, cada gota de sus humores, es también un jardín o un estanque similar.
Esto es, cada mónada es un "espejo viviente" en el que se representa el universo. De la mónada pitagórica al espejo viviente de Leibniz ordenado por una armonía preestablecida podríamos llegar a la totalidad implicada de David Bohm y al espacio como un holograma que contiene la totalidad de la información del sistema universal. Una misma idea cuyo origen se pierde en la arena del tiempo (arena que es una imagen del universo), pero que los antiguos sugirieron había sido grabada en una serie de estelas o pilares por Thoth, el escriba de los dioses en Egipto, o por su heredero o avatar Hermes Trismegisto, una sabiduría antediluviana que merecía ser salvada del fuego o del agua y de los ciclos de destrucción que son también en el cuerpo de la Tierra reflejos de los ciclos cósmicos de crecimiento y muerte.
Una idea que es quizás la más bella puesto que establece los vínculos, el pegamento cósmico, los bhandas, las afinidades y las simpatías, la red universal que nos conecta con los otros seres --como una suerte de Eros, con los planetas y las estrellas, con los dioses y los principios creativos. Una madeja analógica como el collar de perlas del dios Indra, una sinfonía como la música de las esferas, una conspiración, la symnoia panta que entendió Hipócrates en la anatomía y de la cual Plotino escribió:
Las estrellas son como letras que se inscriben a cada momento en el cielo. En el mundo todo está lleno de signos. Todos los acontecimientos están coordinados. Todas las cosas dependen de todas las demás. Tal como se ha dicho: todo respira junto.
La idea más bella porque llena nuestra mente de estrellas, nuestro cuerpo de planetas y hace de las flores espejos de los astros, nos hace pequeños emperadores de nuestros órganos y células que serán también algún día vastos organismos, astros en nuevos campos del espacio (las estrellas hacen átomos y los átomos hacen estrellas), a la vez que humildes sirvientes de una gran obra, de una magnitud inconmensurable, nos hace espejos vivientes de una única luz que reflejamos con la delicia del tono y el color, la multiplicidad a través de la cual la Unidad se deleita, inmersa en la materia, soñando que es otra. Dice Manly. P. Hall:
Paracelso especulaba que el hombre era un orden de vida, no sólo células dentro de un cuerpo, sino un vasto gobierno, una jerarquía de estructuras internas, no sólo había dioses en los cielos, había dioses en el hombre, no sólo había jerarquías en el universo, había jerarquías en la estructura orgánica del individuo, así dentro de las células, dentro de la estructura atómica y electrónica había ley y orden, gobierno e imperio, república, dictaduras, democracias, tiranía, cada forma de relación que existía en el medio ambiente del ser humano existía también dentro de su propia estructura. Así como las guerras devastan la tierra, también hay guerras dentro del cuerpo humano y son llamadas enfermedades y pueden devastar vastas áreas. Así como las tormentas pueden devastar provincias, humores, temperamentos, odios, todo éstos son tormentas que perturban la atmósfera interna de la vida psíquica del ser humano. Y de la misma forma que existe un poder unificante y sintético que actúa sobre el mundo en su totalidad, también en el hombre hay un ser, una entidad que ocupa dentro de la vasta jerarquía del cuerpo humano el lugar que Dios ocupa en el universo.
Hasta aquí esta introducción a la filosofía del microcosmos, una breve probada de lo que esperamos sea un recorrido por diferentes culturas en su entendimiento de esta relación entre el universo y el hombre, el sello de unidad a través de la función y la forma, la resonancia de una sola conciencia que se manifiesta y mantiene su hilo conectivo a través de la geometría y la belleza, proporciones del pensamiento divino que llena el espacio.
Twitter del autor: @alepholo