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Un paseo por el campo: sobre “La langosta” (Yorgos Lanthimos, 2015)

Arte

Por: Psicanzuelo - 01/04/2016

El cineasta griego logra captar la disyuntiva del adulto actual y la paradoja que lo contiene: al parecer, pocas son sus opciones en el campo reproductivo y de vida en pareja

No es nada raro que los creadores cinematográficos comiencen su carrera robando una buena idea que se haya probado funcional en el pasado. Así que no es de extrañar que el griego Yorgos Lanthimos iniciara robándole al mexicano Arturo Ripstein, o más bien a uno de los mejores escritores que ha dado México, José Emilio Pacheco, una fantástica línea argumental para construir sobre ella con lo que a Lanthimos le sobra: estilo. A las películas a las que me refiero (original y copia) son por un lado la sublime El castillo de la pureza (Ripstein, 1973) y por otro el casi remake Canino/Kynodontas/Dog Tooth (Lanthimos, 2009), misma que ganó el premio “Una cierta mirada” en Cannes, brindándole la fama necesaria al director para llegar a donde ha llegado. Pero sobre todo, el trabajo de este director le ha abierto un camino a un nuevo cine griego completamente distinto a lo que hacía Angelopoulos hace algunos años, con éxitos tanto en los festivales como en circuitos comerciales, con cintas como Attenberg (Tsangari, 2010) o Señorita violencia/Miss Violence (Avranas, 2014), que se arropan en el discurso principal de Lanthimos: el simulacro como rector de la vida humana. Es este sentido el que dota a este nuevo cine griego de una fuerza extraordinaria.   

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Con Alpes (2011), Lanthimos demuestra que poco necesita andar robando ideas y menos necesita una historia para hacer cine. Sigue desarrollando el drama sin drama, o más bien el simulacro como línea argumental sólo en apariencia dramática. En Kinetta (2005) ya había planteado un universo similar correspondiente el realismo es cuestionable pero usado en todo momento para construir un espejo con la realidad.   

Ahora ha llegado el tiempo de la superproducción para el estandarte del nuevo cine griego, justo cuando su país es expuesto como cuna de corrupción y ejemplo para venideras crisis internacionales. La langosta cuenta con la participación de actores de la talla de Colin Farrell, Rachel Weisz, John C. Reilly, y Léa Seydoux, pero no por ello vayan a suponer, los que no la hayan visto, que la trama se toma sus precauciones con el espectador, intentando ganar publico de cine comercial o de Netflix; para nada, esto no sucede. No deja de dar gusto que Lanthimos tiene otra ética personal que tener una mansión en Hollywood Hills, aunque no dudo que también la pueda tener pronto, pero da gusto que el tipo no filma con esa intención por el momento; por este lado La langosta es una película pura, de las que no abundan en su escala.

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El teatro del absurdo, nacido en las manos de Beckett e Ionesco, con toda la influencia de los escritos de Artaud, intentaba abordar las nuevas ansiedades del hombre de la única manera que se podía, poéticamente, libre de argumentos lineales que lo restringieran a un realismo; lo que importaba era procesar todo por el inconsciente. Lanthimos retoma esa postura, pero no es el único; existe una tradición que ha seguido llevando las ideas de puesta en escena, personajes y montaje absurdos a la pantalla grande, empezando con Godard, que se desborda en Jacques Tati, continuando después con Raúl Ruiz y varios más. En el cine actual podemos pensar en gente que lo hace muy bien como el argentino Matías Piñeiro y sobre todo en Lanthimos, que además de todo no suelta su tema central jamás: el simulacro.

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La langosta abre con un plano secuencia dentro de un carro que acompaña a una mujer que maneja el auto hasta llegar a un grupo de burros, frena, se baja y mata a uno con una pistola en un momento por demás realista y escalofriante; es la metáfora de la película: el hombre contra su parte animal pero enfrentándola por medio de un sistema frío, calculador, de reglas técnicas, un aparato como lo es una pistola.

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David (Farrell) es enviado a un centro de atención especializado para que pueda encontrar pareja en el margen de 45 días, siendo prohibida a toda costa la masturbación. De no ser posible adaptarse a una pareja, el ciudadano en cuestión se libera como animal en el bosque y los demás pueden salir a cazarlo con armas de fuego. El guión de la cinta cuenta nuevamente con el coguionista habitual de Lanthimos, Efthymis Filippou, e intenta, en las palabras del mismo director, que el publico al ver el filme se pregunte sobre su propio comportamiento y la manera como afecta al mundo: “Exponer aspectos de la vida humana, vida, situaciones, y pensamientos que tienes”.   

Como es de esperarse David no puede encontrar pareja y se encuentra pronto entre los animales, donde se enfrenta con la líder de los solteros ahora animales (Léa Seydoux), con la que pronto habrá problema porque el tonto de David decide encontrar pareja en este inhóspito ambiente, en el cuerpo y alma de otra mujer animal (Rachel Weisz).

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La cinta no presenta ninguna indulgencia con el espectador de películas comunes y corrientes. Seguramente muchos se darán de topes con el argumento que a veces es muy complicado de seguir porque parece que esconde algo y en realidad no es así; más bien es demasiado sencillo. Quizás las sofisticación de los diálogos, el punto de vista y el montaje se contrapongan con la tendencia televisiva, pero los ecos a la conciencia en el adulto contemporáneo son espeluznantes, con cuestionamientos mundanos como si estar con alguien o seguir soltero, compartir o egoístamente y crear un mundo aparte, adaptarse a la manada tecnocratizada o salir a la intemperie a buscar una pareja animalmente. ¿Qué criterios se pueden usar mientras hay un sistema rapaz controlando la existencia humana? ¿Hacer caso a la mente, a los instintos, a la religión? David encuentra en el personaje de Weisz la comprensión que no había sentido antes, un valor real, por decirlo de algún modo, en la libertad de lo ancestral, en lo salvaje. ¿O será que simplemente es un acto caprichoso más, de ir contra las reglas porque es de lo único que es capaz el hombre?

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Es impecable el diseño de producción de Jacqueline Abrahams (que proviene de la televisión inglesa), que hace sólida mancuerna con la fotografía de Thimios Bakatakis, quien ya se había encargado de las demás cintas del director. Se crea un mundo paralelo al nuestro que sirve para representarlo en un ejercicio de estilo fulminante, revelando las conductas sistemáticas a las que los humanos somos adictos: uniformar tanto la civilidad como lo salvaje, por ejemplo. La langosta nos revela de alguna manera el poco sentido que tiene rebelarse ante lo que nos conforma, porque es lo que nos hace ser quienes somos. De alguna forma quizás el espíritu rebelde es lo que se tiene que domar y ceder ante nuestra temporalidad, brevedad existencial, ante la insensatez contemporánea. De cualquier forma, es un logro que el filme en cuestión nos pregunte más allá de intentar responder cuestiones que son muy personales.

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La película es rodada en Irlanda y cuenta con hermosos parajes que sirven de marco para esta parte salvaje que amenaza lo civilizado, pero nada como lo civilizado para amenazarse a sí mismo también dentro de la antigua Irlanda, sólo que esta vez compuesta de pasillos y cuartos antiguos. No dejan de resonar puestas en escena victorianas como las de Buñuel en medio del bosque verde contrastando contra vestimentas y modos “civilizados”, como sucede por ejemplo en Bella de día (1967), o el mismo concepto de manera más tajante en la cinta fantástica de Walerian Borowczyk, La bestia (1975). El sexo forzado, lo animal en lo civilizado, expuesto en medio del bosque verde resuena en el inconsciente del espectador con mucha información no procesada por nuestra mente y que reside en nuestras células y campos morfogenéticos. De forma más violenta podemos pensar en la manera como John Boorman lo logra en Amarga pesadilla/Deliverance (1972). Lanthimos se acerca a una célula cinematográfica por excelencia para seguir preguntándonos por lo que nos hace ser humanos, en la orilla de lo animal y los dioses ocultos, pero todavía va más allá, dibujando nuestras pretensiones civilizadas adaptándose dentro del genero de la ciencia ficción a los relatos de un sistema que quiere poseer cualquier libertad sobre el individuo.

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El uso de las voces en off científicas de La langosta también recuerda a esas obras tempranas de Peter Greenaway (Las cataratas, Zoo, Ahogándose en números) que nos acercan a lo que sería un documental científico para indicarnos lo cerca que estamos del mundo con nuestras conductas más animales, forzándonos a pasar todo por nuestra mente una y otra vez; es una paradoja que no deja de enriquecer al espíritu.

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Las cámaras lentas en las cúspides de las escenas brindan ese absurdo al realismo que plantea Lanthimos, donde finalmente el espectador se puede disociar intelectualmente y ligar emocionalmente con una banda sonora que cautiva, en un mundo que casi se detiene para permitir actuar al animal detrás del hombre civilizado.

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Twitter del autor: @psicanzuelo