El intercambio que ocurre durante cada una de nuestras interacciones sociales es prácticamente inabarcable. Cada vez que tenemos contacto con otras persona en realidad estamos intercambiando mucho más de lo que creemos: se trata de una danza en la que van desde aspectos intangibles como estados anímicos o emociones y aspectos culturales como protocolos o símbolos corporales hasta elementos metafísicos en los cuales por ahora no ahondaremos y, a la par, una gran cantidad de aspectos correspondientes a la "microfísica" y a la química, por ejemplo la temperatura corporal, los minerales (bajo residuos de sudoración), las partículas olorosas y, por supuesto, muchos microbios.
Nuestro microbioma, imperio microbial que habita en el interior de cada uno de nosotros, es influenciado significativamente. Esencialmente dinámico, este microscópico ecosistema se encuentra eternamente mutando: bacterias van, bacterias vienen, nacen, mueren, se reproducen, y con frecuencia llegan a él nuevos e inéditos integrantes. En este sentido nuestra interacción cotidiana con otros individuos --y sobra decir que esto se intensifica con los más cercanos-- define una buena porción de las transformaciones que experimentará nuestro microbioma.
Cada abrazo, saludo de mano, estornudo, hipo, y obviamente cada beso, sirven como fértiles vehículos para que nuestros microbios tomen al abordaje el cuerpo ajeno y viceversa. Cabe señalar que algunos de estos son (como muchos lo esperarían) maliciosos, pero también en este intercambio se incluyen numerosos microbios benéficos.
En un artículo para The Atlantic, Ed Yong hace una buena analogía entre esta red microbial y la forma en la que permea nuestras relaciones:
Esto significa que existe un "pan-microbioma" –una metacomunidad de especies de microbios que se extiende sobre un grupo de organismos anfitriones. Si comparas tu microbioma con tu colección privada de música, entonces este pan-microbioma sería como la tienda completa de iTunes, y cada saludo de mano es un acto de compartir un archivo de tu música.
Posteriormente Yong cita un estudio realizado por Andrew Moller, de la Universidad de Berkeley en California, en el que se determinó que existe un activo "intercambio microbiomal" entre ejemplares, en este caso monos. De hecho, se descubrió que el microbioma en realidad se influencia de forma horizontal --entre organismos que se relacionan socialmente-- y no de manera vertical --es decir, por herencia de padres a hijos.
La premisa de la influencia que ejercen las relaciones sociales entre los microbiomas involucrados es una pista más alrededor del funcionamiento de este fascinante microecosistema que nos habita a todos en los intestinos y que determina una buena porción de la salud de nuestro organismo. Pero también nos invita a una reflexión en torno al nivel de intercambio --a su intensidad y "multifascetidad"-- que ocurre cuando tratamos con una persona. Y esto a su vez podría sugerir la importancia de una cierta selectividad o al menos la conciencia de todas las implicaciones que conlleva simplemente convivir con otro ser humano –aunque quizá, a fin de cuentas, todos somos uno solo.
Imagen vía Duke University