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Con la ironía que caracterizó su estilo, Mark Twain exhibió las contradicciones que hay en el hábito de fijarnos propósitos para el año que comienza

Como sabemos bien, cada inicio de año se presenta como el momento perfecto para plantearnos propósitos, proyectos y deseos que quisiéramos cumplir en ese período que se nos presenta nuevo, completo, como algo que no ha sido tocado ni estrenado.

Sin embargo, salvo ciertas excepciones, tan tradicional es fijarnos esos propósitos como, pasados un par de meses, abandonarlos casi con la misma resolución con que los formulamos. Es un poco como si la ley de acción-reacción de Newton se cumpliera metafóricamente también en este asunto.

Mark Twain, que fue un observador perspicaz de la naturaleza humana y no tuvo ningún empacho en exhibirla en sus contradicciones, dedicó alguna vez uno de sus escritos a la hipocresía en torno a esta práctica.

El primero de enero de 1863, en la publicación Territorial Enterprise apareció este breve pero cáustico párrafo a propósito de la facilidad con que abandonamos aquello que supuestamente queríamos hacer a cambio de un goce más bien efímero como la bebida, el afecto pasajero o las buenas intenciones:

AÑO NUEVO

Este es el momento aceptable para hacer los usuales buenos propósitos de cada año. La semana próxima podrás volver a pavimentar el camino del infierno con ello, como siempre. Ayer todos fumaron su último cigarro, bebieron su último trago y juraron su última promesa. Hoy somos una comunidad piadosa y ejemplar. De aquí a 30 días, habremos echado nuestra enmienda al viento y reducido nuestros defectos considerablemente más cortos que nunca. También reflexionaremos plácidamente sobre cómo hicimos justo lo mismo por esta época del año pasado. Como sea, adelante, comunidad. El Año Nuevo es una tradición inofensiva, sin ninguna utilidad en especial para nadie salvo como pretexto perfecto para beber promiscuamente, hacer llamadas amistosas y propósitos tontos. Ojalá los disfrutes con la holgura correspondiente a la grandeza de la ocasión.

¿Qué te parece? ¿Twain tenía razón? ¿Quizá más bien, como Italo Calvino pensó a los 26 años, el secreto es el trabajo constante, sostenido, con la mira bien puesta en nuestro deseo?

 

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