Martin negó con la cabeza sin dar explicaciones. ¿Cómo iba a explicarlo? Se horrorizó ante el abismo intelectual que existía entre él y el resto de la gente. Nunca podría cruzarlo para explicarles su posición nietzscheana con respecto al socialismo. No había suficientes palabras en el idioma inglés ni en ningún otro idioma para hacerles inteligible su actitud y su conducta. Para ellos, el más alto concepto de buena conducta era que se buscara un empleo… ¡Buscar un empleo…! “¡Pobres y estúpidos esclavos…!”.
Jack London, Martin Eden
1. El pequeño huérfano autodidacta de Chicago
La idea de derribar con sus hombros por accidente algunos de los costosos jarrones orientales o de los finos muñecos de porcelana con acabados de oro que sobresalen de los libreros y las mesas de té, le produce horror.
Su cuerpo fibroso, otrora bastante útil para navegar y maniobrar alguno de los múltiples navíos de bucaneros, traficantes, cazadores de ballenas y focas en donde se ha desenvuelto, parece encontrarse por completo fuera de lugar en esta casa de una de las familias aristocráticas de Chicago, haciéndolo sentir incómodo y nervioso, sumamente pequeño, en comparación con sus dueños. De hecho, en esta lujosa residencia sus músculos poderosos, que en otro tiempo no muy lejano amedrentaran a sus enemigos o le permitieran extraer con facilidad oro de Alaska y perlas del Pacífico, parecen estar de sobra.
Luego aparece ella: Ruth, la muchacha más bonita que él admirara jamás. Delgada, de tez blanca, la frente amplia y hermosa: perteneciente a un delicado e inteligente cráneo semítico. El rostro y las manos finas lo harán amarla desde un inicio.
“Martin Eden….”.
Lo presentan los dos hermanos de Ruth. Aparentemente Martin salvó a uno de ellos en una pelea callejera. El adolescente burgués, con algunas copas encima, se envalentonó lo suficiente como para hablar más de la cuenta en un bar de los suburbios. Una pandilla de truhanes por poco le arranca el pellejo, entonces entró Eden en escena para salvárselo.
Como agradecimiento, lo invitaría a cenar la misma noche a su casa para presentarlo con su familia.
Lo que más impresiona a Martin, más que la cerámica importada, los cubiertos de plata y las ropas costosas de aquellas gentes y sus modales, son los libreros repletos hasta el techo de volúmenes sobre música, filosofía, poesía. La cultura lo hace sentirse empequeñecido y diminuto en comparación con aquellos que tuvieron acceso a una educación universitaria.
Los dos hermanos estudian derecho, siguiendo los pasos del padre, lo más seguro es que acabarán incorporándose al despacho de la familia, y la muchacha asiste a un bachillerato en humanidades.
La música que Ruth interpreta al piano hacia el final de la cena termina por reafirmarle aún más la sensación de nadidad sobre su ser que le producen sus sofisticados anfitriones: la chica hermosísima y delicada, sus dos hermanos fantoches y los padres, compungidos y estirados.
Nunca escuchó hablar de Bach ni mucho menos tuvo acceso jamás a la música de Wagner, pero su belleza lo impresiona hondamente y le hace enamorar aún más de la muchacha, quien la interpreta. Él está acostumbrado a escuchar antiguas melodías de marinos, entonadas al atardecer, al final de las jornadas, a cappella o con alguna diminuta flauta como único acompañamiento, a lo mucho, y alguno que otro foxtrot en los bailes populares, mientras no dejara de coger por la cintura a alguna obrera bonita.
Martin Eden viste un par de gastadas botas industriales con casquillo, de las cuales sobresale el platinado del hierro en las puntas, debido al desgaste de la piel, así como un grueso y avejentado abrigo de franela color beige, sobreviviente de mil batallas y viajes, el cual debió acompañarle prácticamente en todas sus travesías por las islas del Pacífico, Sudamérica y Alaska.
Sin importarle su apariencia ni su condición, Eden consigue acercarse a la muchacha y entablar conversación con ella. Hablan de libros; a pesar de haber asistido únicamente 2 años a la escuela, Martin no es ningún tonto, y esto lo demostrará a lo largo de toda la trama. Conoce de memoria a un par poetas y alguno que otro volumen de Nietzsche, encontrado por accidente en la biblioteca pública. Con esto le basta para llamar la atención de Ruth y comenzar a enamorarla también.
Al final se despiden educadamente con una promesa: en adelante Ruth será su preceptora y le ayudará a familiarizarse con las principales mentes representantes de la cultura cccidental y sus obras, a las cuales la muchacha estudia en su bachillerato.
2. El hijo de un astrólogo y mercachifles
Aunque nunca lo confesara abiertamente, Martin Eden es una de las obras más autobiográficas y personales de Jack London.
No es que cada uno de los personajes de sus libros más laureados, leídos en todo el mundo y traducidos a decenas de idiomas, no resultasen también un álter ego de London, pero cuando profundizamos con cierto detalle en sus obras, Eden nos hace sentir ante la presencia más cercana y sentida del verdadero London.
Está Buck, el fiero perro criollo con sangre de pastor alemán y san bernardo, protagonista de El llamado de la selva. Está también Colmillo Blanco, el perro-lobo tirador de trineos. Dos personajes del mundo canino que lo catapultaran a la fama y lo volvieran parte del legado de la literatura universal. Jack London puede presumir de ser uno de los autores juveniles que más ha iniciado en la lectura y sido parte de las primeras obras leídas por niños y jóvenes de todo el mundo.
Y estamos los adultos, quienes proseguimos leyéndolo y releyéndolo entrañablemente a través de diferentes y sucesivas etapas de nuestra vida, extrayendo en cada una de ellas nuevos significados y emociones.
Jack London se encuentra presente en cada uno de sus personajes del mundo animal, quienes se enfrentan a la Madre Naturaleza, la doman, la enamoran y acaban entregándose al final a ella. Por algo él mismo fue marino mercante, traficante, pirata de perlas del Pacífico, cazador de ballenas, policía naval.
También está Dragoninof, el terrorista y asesino a sueldo que a su vez tiene un poderoso dominio de la filosofía, la física y las matemáticas, personaje principal de una de sus obras no tan conocidas, pero no menos fascinante: Asesinatos S. L.
Está Darrell Standing, un intelectual, escritor y analista político, prisionero debido a sus ideas radicales, acusado de causar alboroto y de incitar a la rebelión, quien utiliza técnicas de yoga para sobrellevar las torturas a las que le someten sus captores al interior de una especie de cárcel-manicomio en Estados Unidos. Standing es el héroe de otra de sus obras menos populares e igualmente, no menos geniales: El peregrino de la estrella.
Jack London es cada uno de aquellos singulares seres, pobladores de sus libros: es Buck y Colmillo Blanco, Dragoninof, Standing, del mismo modo que cada autor es al mismo tiempo y en cierto modo cada una de sus propias creaciones, o estas representan por lo menos alguna parte de él.
Pero Martin Eden es, desde nuestro punto de vista, el más íntimo y el más personal, sobre quien London imprimiera más cantidades de su propia sangre y esperma al parirlo y engendrarlo, ignoramos si proponiéndoselo conscientemente o no.
Al igual que Eden, Jack London tuvo como única escuela las bibliotecas públicas de California, las cuales devoró por completo, logrando como producto de una disciplina bestial, impuesta en jornadas descomunales de lectura y escritura de hasta 12 horas, hacerse de una cultura autodidacta bastante respetable, con la cual superaría incluso a las engreídas mentalidades universitarias de su época, poseedoras de posgrados y repetidoras mecánicas de teorías, al igual que loros, como el mismo Eden afirmaría en algún momento, burlándose de ellos.
Martin Eden logra no sólo aprender a todos los autores que Ruth le acerca, no tardando en emparejarla e incluso dejarla atrás rápidamente, y a sus hermanos, quienes están a punto de ser abogados. Al descubrir a Herbert Spencer, uno de los padres del positivismo, su mente alcanzará una comprensión de los fenómenos de la naturaleza, la sociedad y la cultura que lo ayudará a ordenar cada una de sus lecturas anteriores y desarrollar un poderoso juicio crítico, del cual carecerían gran parte de sus contemporáneos.
El autodidactismo en Eden y en London no deja de producir crudas pero fascinantes contradicciones como resultado: al mismo tiempo que es un supernietzscheano, amante del individualismo y el desarrollo de la fuerza interna del ser, también es un tierno defensor de las minorías, los obreros, los migrantes, los niños, las mujeres y sobre todo los animales. Un socialista individualista y metafísico: también adorador de la Madre Naturaleza, fervoroso creyente en los poderes personales de los seres humanos y los animales, surgidos luego de tomarse la vida como una escuela de la cual hay muchas cosas que aprender, al superar y sobreponerse a cada obstáculo. Ni más ni menos que el Superhombre de Nietzsche.
Huérfano, hijo de un astrólogo mercachifles, quien abandonara a su madre inmediatamente después de dejarla encinta, London crecería vagando en las calles de Chicago, aprendiendo a defenderse a puñetazos frente a cada contrincante vencido.
También Eden es un huérfano autodidacta, bastante bueno con los puños, quien en algún punto consigue conquistar a Ruth y convertirla en su prometida, aunque los padres de ella le advierten que no posee ni un solo dólar para ofrecerle, y esta realidad, de inicio, no deja de hacer mella en la hermosa muchacha. Y para empeorar las cosas, además de todas sus desventajas como novio de Ruth, Martin Eden también quiere ser escritor.
Tanto London como Martin Eden son bastante aficionados a la bebida, a las fiestas, a los viajes, a las mujeres y a la lectura.
3. Los gérmenes de la autodestrucción
En lo alto, encaramado en la punta oscilante de los mástiles, por encima de la cubierta de los navíos, había contemplado los relámpagos del Sol sobre el cristal de las aguas, donde las colonias de corales iridescían sobre las turquesas profundas del fondo del mar, y gobernaba las embarcaciones hacia el puerto seguro de lagunas como espejos, donde anclaban las márgenes coralinas, coronadas de palmas frondosas… Y combatía en olvidados campos de batalla, cuando el Sol se ocultaba para no admirar aquella carnicería que presidieron las estrellas de la noche…
Jack London, El peregrino de la estrella
La tarea de convertirse en un escritor que consiga vivir de sus artículos y novelas con tal de tener algo que ofrecer a su prometida, prácticamente destruye al joven Eden por el grado de dificultad que le representa deambular a través de infames editoriales, periódicos y revistas a lo largo de todo California, recibir siempre sus obras en devolución o perderlas en manos de delincuentes editores sin escrúpulos, quienes pretenden publicarlas sin pagar un solo centavo, teniendo que vivir de sus ahorros, conseguidos tras años de desgastarse en diferentes barcos y mares o laborando 15 horas al día en una lavandería, quebrándose el espinazo, al lado de entrañables amigos inmigrantes.
Ruth no resistirá aquella vida tan dura y tan sufrida, sin ningún futuro aparente a corto plazo. Ella lo incita a terminar el bachillerato, a incorporarse como ayudante en el despacho de abogados de su padre. Pero Martin Eden, igual que London, por encima de cualquier cosa, cree en sí mismo y en sus libros, por lo que no acepta ninguna de estas propuestas, arriesgándose e incluso perdiendo para siempre el amor de su novia, quien al final se decepcionará terriblemente de la vida del pobre Martin.
Presa de diarreas, gripas y tifoidea, desnutrido, tras días sin probar un solo bocado, enflaquecido y debilitado, triste tras el abandono del amor de su vida, la “maquinaria editorial”, como Martin Eden la llama, por fin produce un fallo a su favor: sus cuentos, ensayos y una de sus novelas comienzan a ser publicados.
Lentamente recupera su peso y salud, consigue pagar sus deudas y ayudar a los familiares y amigos quienes con esfuerzos confiaron alguna vez en él prestándole algunos dólares.
Un periodista lo involucra en una nota de prensa con una manifestación de obreros y anarquistas a donde había asistido tan sólo para acompañar a un amigo. Martin Eden se vuelve de pronto un escritor de moda, representante de la rebeldía y las masas insurrectas, invitado a banquetes y fiestas de la aristocracia. La gente de todos los estratos sociales comienza a identificarse con él, así como ocurrió y continúa sucediéndole a su autor, Jack London.
De ser un huérfano vagabundo, marinero y obrero, Eden se transforma en un escritor millonario y conocido. Sin embargo, el daño a su espíritu está hecho; nada conseguirá devolverle la alegría ni la vitalidad, y la decepción por el amor traicionado de Ruth lo destruirá por dentro. Nunca más volverá a escribir.
Algo en Jack London también lo mantendría decepcionado de la sociedad y del mundo, sin ninguna posibilidad de sobreponerse a las decepciones de la vida. Por algo nunca conseguiría del todo alejarse de la bebida, acudiendo a ella en formas autodestructivas y recurrentes.
Algunos de sus biógrafos afirman que nunca estuvieron demasiado claras las circunstancias de su muerte. Unos dicen que fue por alcoholismo, otros sugieren que murió por propia mano.
Nosotros, por nuestra parte, podemos intuir los gérmenes de la autodestrucción y del suicidio a partir de la vida de Martin Eden y del fin de diversos personajes suyos:
Así, sintiendo sobre su cuerpo semidesnudo las aguas tibias del Pacífico a la media noche, luego de saltar desde su camarote hacia el océano y la penumbra, Martin Eden comenzará a nadar hacia el fondo interminable del océano, convulsionándose en medio de un abismo de agua y oscuridad, quedándose quieto en un espasmo definitivo.
Twitter del autor: @adandeabajo