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En un par de cartas escritas a los 30 años, el compositor ruso Piotr Ilich Tchaikovsky reflexionó a propósito de la depresión, su lugar en el mundo y una posible forma de salir de su laberinto

En años recientes, el término “depresión” ganó popularidad para dar un nombre a eso anímico o emocional que puede llegar a aquejar a una persona y que a lo largo de la historia (pero no toda, sino sólo desde hace unos 4 siglos) se distingue por el abatimiento, la abulia, el abandono de sí, la pérdida del deseo de vivir, la derrota de Eros. Tristeza, melancolía, aburrimiento, su nombre ha cambiado en distintas épocas, pero al final apunta hacia lo mismo: esa fuerza que tira hacia el lado contrario de la vida, hacia las sombras, el aislamiento y el goce estéril de la pena y el dolor.

Paradójicamente, hay momentos en que la depresión puede ocupar toda la energía que dedicaríamos a vivir, en una suerte de inversión del deseo que nos lleva hacia sus antípodas, con tal vehemencia que al parecer no podemos oponernos a ello.

¿Es posible salir de ese laberinto y recuperar la alegría de vivir? Muchos aseguran que sí, pero sin duda sólo a través de cierto esfuerzo, un cambio que sucede internamente y que un día nos devuelve el encanto por la existencia.

En este sentido, el compositor ruso Piotr Ilich Tchaikovsky escribió en la primavera de 1870, poco después de cumplir 30 años, una carta en la que reflexionó a propósito de la tristeza y su lugar en el mundo, cómo a pesar de que nos parezca contradictorio, las dificultades y los obstáculos conviven con lo más gratificante de la vida. Escribe Tchaikovsky:

Estoy sentado con la ventana abierta, a las 4 de la madrugada, respirando el aire delicioso de una mañana de primavera. La vida aún es buena y vale la pena vivir en una mañana de mayo… ¡Sostengo que la vida es hermosa a pesar de todo! Este “todo” incluye lo siguiente: 1. Enfermedad; estoy engordando, y mis nervios están hechos pedazos. 2. El Conservatorio me oprime hasta la extinción; cada vez estoy más convencido de que soy absolutamente inepto para enseñar teoría musical. 3. Mi situación pecuniaria es muy mala. 4. Dudo mucho que Undina se presente. He escuchado que es más probable que me echen.

En pocas palabras, hay muchas espinas, pero también las rosas están ahí.

Algunos años después, en el otoño de 1876, el compositor volvió sobre el tema también en una misiva, dirigida ésta a una sobrina suya que parecía buscar consuelo:

Probablemente no estabas del todo bien, mi pequeña paloma, cuando me escribiste, pues noto cierta melancolía real que impregna tu carta. La reconocí en un parecido natural cercano a la mía: conozco ese sentimiento demasiado bien. En mi vida, también, hay días, horas, semanas y sí, meses, en los que todo luce oscuro, en los que me atormenta el pensamiento de que estoy abandonado, de que no le importo a nadie. Mi vida, de hecho, es de poca importancia para cualquiera. Si hoy desapareciera de la faz del planeta, no sería una gran pérdida para la música rusa, y ciertamente no causaría mayor infelicidad. En breve, vivo la vida de un bachiller egoísta. Trabajo solo y para mí mismo y me cuido únicamente para mí mismo. Esto es en verdad muy cómodo, aunque aburrido, estrecho y estéril. Pero tú, que eres indispensable para tantos a quienes haces feliz, que des lugar a la depresión es más de lo que puedo creer. ¿Cómo puedes dudar por un momento del amor y la estima de aquellos que te rodean? ¿Cómo podría ser posible que no te amaran? No, no hay nadie en el mundo más estrechamente amada que tú. Por mi parte, sería absurdo hablar de mi amor por ti. Si por alguien me preocupo es por ti, por tu familia, por mis hermanos y por nuestro viejo padre. Los amo a todos, no porque estemos emparentados, sino porque son las mejores personas del mundo.

En ambos casos, Tchaikovsky parece alinearse a esa conocida máxima de El principito en la que Antoine de Saint-Exupéry afirmó que “sólo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”. El amor, podríamos decir reformulando las cartas de Tchaikovsky, siempre está ahí, incluso en medio de esa niebla cerrada que puede ser la depresión; sólo es cuestión de encontrarlo, saberlo mirar, reconocerlo en los rasgos inconfundibles de los regalos que la vida nos ofrece gratuita y cotidianamente.

 

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En Internet:

Salvador Elizondo, “El ocaso de la tristeza”

Byung-Chul Han, La agonía de Eros [PDF]